“Soy esta conciencia, soy este momento. Soy en el reflejo una disección
dentro de lo que es. Un espejo en el techo, soy estas paredes,
este cuarto, soy –momentáneamente- también el cuerpo junto a él, o la imagen
del cuerpo junto a mi, perfecto en su dimensión. Ella habla, lo
cuestiona, quien le responde como puede. La hilaridad ha siempre de sus
mejores recursos…”
Anahin se arrellana hacia mi, dice
que tiene frío. Conversamos, pero me sigo dividiendo.
“…ese cabrón ni la quiere. Ni la podría querer. Ya sabía esto. Él es
delgado, pero ha trabajado el torso y los brazos. Maldito exhibicionista, tú, se veía en el
espejo de la pared: sujetándola a ella por las caderas al momento de los cuatro puntos, admirándose la
musculatura de los antebrazos, la línea del tríceps al ejercer fuerza. Fue
mejor de lo que esperabas –sólo el sexo-, aunque predecible. Todo es esta escena
aparte, pero también la misma…”
-¿Y qué piensas de mí? ¿Por qué te
gusté? –Me pregunta Anahin-, ¿Qué pensabas antes? Estábamos más chicos.
Coloca su cabeza sobre mi pecho, la tapo con la colcha. Tengo ambas manos bajo la
cabeza a modo de almohada. Estoy desnudo, pero no tengo frío.
-No pensaba que hubieras cambiado
tanto. Para bien, para mejor, eres otra.
“...¿pensar de qué? ¿En serio pensabas algo mejor que todo esto? No sé
porque están ahí, tú abajo, yo aquí. Soy independiente, soy la extensión
-¿involuntaria, seguro?- de lo que no puedes decir, pero sí sientes…”
-Pasó mucho tiempo, no pensé que
aún te gustara –Me dice.
“¡Ja!, ¿que te gustara aún? Apenas se vieron antes y se escribieron por
celular. La atontaste con algunas frases de cagada, ¿pero?, ¿pero?. Yo existo y
soy lo otro. Lo diferente pero lo mismo…”
-¿En que piensas?, ¿qué me
escondes? –Me pregunta besándome la mejilla.
-Nada, pues sí, aún hay atracción,
o algo así. A veces no hay respuesta para todo. Pero no te preocupes.
Estamos boca arriba. Nos quedamos
mirando. Me comienza a besar el pecho, un pecho no pelo en pecho, y va
subiendo a mi cuello. Cierro los ojos y necesito perderme, los abro de nuevo y
ahí está él o yo en el espejo. Estamos. No importa, me volteo, la beso en los labios
hasta descender a su cuello. Le quito la colcha, mis manos, que no son grandes,
son suficientes para abarcar sus senos. Pero mejor una de mis manos apresa su
mano colocada en mi pecho para obligarla a descender. Ahí está bien, me
masturba. Continuamos y después ella se sube en mí. Me vuelve a besar el
cuello, abro los ojos, nos reflejamos. Su espalda, sus nalgas, el hueco
poplíteo, la extensión de su piel clara contrástando la mía bajo el sol de
muchos domingos de fútbol llanero. Nos veo de soslayo en el espejo, quisiera
creer que no somos los del reflejo. “…¿Quisieras creer? Somos una conciencia dividida…” pero somos lo mismo. Anahin me pasa un
condón, lo abro y me lo pongo. Ella comienza a acabalgarme, pero esta vez sus
movimientos iniciales son rápidos. “…¿en
serio pensabas que somos el mismo? No, yo no respondo con tu vehemencia, con
tus impulsos…” Anahin se mueve más violentamente: su carne trémula,
sus gemidos anulan el mínimo ruido previo. Reverberan en el espejo. “…espérate,
¿Por qué me arrastras?...” Cierro los ojos, con mis manos en sus nalgas muevo más a Anahin. Me abandono desde mí, abro los párpados un instante, el
reflejo inmutable, “…no tiene caso seguir
diviéndonos. Tú gobiernas, tú, en el amplio de tu organismo y su pensamiento.” Todo
se va anulando, sólo nosotros, Anahin gime más fuerte llevando todo hasta el
final. Nos veo en el espejo del techo, pero no me importa,
volvemos a ser el mismo original.