“La
insoportable levedad del ser”, novela escrita originalmente en francés por el
checo Milan Kundera, se desarrolla en la época de la antigua Checoslovaquia
invadida por la Rusia comunista. Sin tratar de ahondar
demasiado en la trama, es una historia de amor centrada en cuatro protagonistas
–Tomas, Teresa, Sabina y Franz- interrelacionados en un decurso de varios años
que abarcarán la vida de cada uno en lo que concierne a distintos ámbitos como
el amor, la soledad, la vejez, la memoria, así como la identidad personal. Tomás
y Teresa, casados, componen un matrimonio que se desarrolla entre las
infidelidades de él y la inseguridad y tormentos de ella. Sabina, una de las
tantas amantes de Tomás, es la menos compleja –en apariencia- en cuanto a mantener
relaciones con hombres casados, y cuyo desapego y deseo ambivalentes por Franz,
repercutirán inevitablemente en él así como en la vida y esposa del mismo.
Se
ha dicho que “La insoportable levedad del ser” es una novela filosófica, sin
embargo, su autor ha negado este hecho. Sin profundizar en esa cuestión, lo
cierto es que esta obra tiene su grado complejidad. Efectivamente, se enriquece
con algunos conceptos filosóficos, además de que elementos como el sueño,
las pesadillas o cierto grado de lirismo son recursos que el autor usó con
recurrencia. En resumen, es un libro que narra sobre la vida y sus componentes
que oscilan entre el cambio y lo inmutable, de la vida que pulsa en diversos
escondrijos como el “ser”, las personas con las que nos relacionamos, las épocas,
las memorias indelebles, etc; hasta que algo –o la vida misma- se detiene.
Profundizando en sus líneas, es una trama que habla
de la vida en todos su derroteros (el amor, el trabajo, las relaciones
interpesonales o las decisiones, etc.) El estilo es en general algo
lúgubre, dónde en ciertos pasajes el dolor se acentúa más gracias a los
recuerdos arraigados, o las introspecciones que salen a flote en la memoria de
los personajes. Da la sensación de que cada uno de ellos ha sufrido alguna
derrota. De todos, leí a Teresa cómo la más nítida. Acomplejada, lucha
entre fantasmas, tristeza y visiones para estar vigente en sus circunstancias. Igualmente,
buscó ser valiente y ampliar sus lindes.
De esta forma, Teresa escapa de la hostil casa de su madre en un pueblo
intrascendente, pero a menudo, algún recuerdo tortuoso se colará a su mente,
haciéndola sentir todavía presa del pasado, “de la madre”.
Este
libro es como un espejo.
Se descifran conceptos como la rutina, de esa rutina mortal a la que se puede
acostumbrar las personas pero anquilosa a largo plazo. Muchos pasajes son esos reflejos de
cotidianidad que podemos constatar, ya sea en nuestra vida o en la vida de
otros. De este modo, un punto que me pareció muy acertado, fue señalar a Karenin (el perro de Tomás y Teresa)
como un común denominador o señuelo de dicha cotidianidad. Es gracias a Karenin cómo Tomas y Teresa reflexionan
sobre su vida juntos, sobre una decisión de no tener hijos, y cómo todo se va
incorporando gradualmente al pasado, o bien, sumándose al futuro en una aparente -e insoportable- naturalidad.
Sumado
a lo anterior, otra parte que me arrobó fue la escena dónde Tomás va a
limpiar ventanas a casa de una mujer, (la mujer cigüeña-jirafa). Aquí, el diálogo
es tan suficiente que uno ya intuye el hermoso sexo insinuado. Y escribí suficiente porque nada suena falso, ni
hay comentarios o ademanes de hagan sobrecargada la escena. Cito el texto:
(...)Lo observaba con una mirada
insistente, atenta e indagadora, en la que no faltaba un destello de
inteligente ironia.
-Adelante, doctor –dijo.
Comprendió que la mujer sabía quién
era él. Prefirió, sin embargo, no reaccionar y preguntó:
-¿Dónde podría llenar el cubo de
agua?
Le abrió la puerta del cuarto de
baño. Se encontró con el lavabo, la bañera y la taza del váter(…)
La mujer que parecía jirafa y
cigüeña sonreía, sus ojos se entrecerraban, de modo que todo lo que decía
parecía lleno de un sentido oculto de ironía.
-El cuarto de baño está a su
completa disposición, doctor –dijo-. Puede hacer con él lo que le plazca.
-¿Puedo incluso bañarme?- Preguntó
Tomas.
-¿Le gusta bañarse? –le preguntó.
Llenó el cubo de agua caliente y
regresó al salón.
-¿Por dónde quiere que empiece?
-Eso sólo depende de usted –se encogió
de hombros.
-¿Puedo ver las ventanas de las
demás habitaciones?
-¿Quiere conocer mi casa? –sonrió,
como si lo de limpiar las ventanas fuese una manía de él que no tuviese interés
para ella.
Entró en la habitación contigua. Era
un dormitorio(…)
Al regresar había una botella
abierta encima de la mesa con dos vasos.
-¿No prefiere reponer fuerzas
antes de semejante trabajo? –Preguntó ella.
-Encantado –Dijo Tomás y se sentó.
-Tiene que ser una experiencia
interesante para usted conocer tantas casas –Dijo.
-No está mal –dijo Tomás.
-En todas partes le esperan
mujeres cuyos maridos están trabajando-
-Son mucho más frecuentes las
abuelas y las suegras –dijo Tomás(…)
No
he leído ningún otro libro de Kundera, y por este, no diría que el diálogo es
de sus principales virtudes. Pero en lo anterior me pareció que el
resultado es perfecto, todo es tal cual, translúcido
en su dimensión.
Esta obra puede sugerir reflexiones, el autor las propone y abundan. Al final, más allá de todos los conceptos profundos que hayan, lo mejor es que
fue un trabajo de buena calidad del que seguro haré al menos otra relectura. Confieso que sentí calar hondo ciertas líneas, que se me agolparon en el pecho y la garganta algunas palabras, sus imágenes y sus ecos. Después de eso, necesito algo menos lúcido y violento. Algo soft porque es de esos libros que dejan impresiones hondas.
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