domingo, 30 de enero de 2011

LA CALIGRAFIA DE ISABEL

1: LA NOCHE ANTERIOR
Ya tarde, tú, Isabel, has terminado de escribir otro cuento. No colocaste el punto final, pero tu caligrafía es bonita. Ya lo podrán leer las pocas personas que conoces y saben que escribes. Como siempre, elogiarán tus trazos. Te has ido a dormir y las hojas quedaron dispersas en el escritorio desordenado, donde figura mucho polvo, más papeles y ninguna fotografía de conocidos.

2: MERLIN
La claridad de la mañana inunda el cuarto. A través de la ventana, la luz incide en el escritorio. Aún duermes. Merlin salta a la cama y maúlla despertándote.
-¡Merlin! –Exclamas acariciando al gato- ¡Eres malvado! ¿Por qué esa tarada de Yolanda te dejó entrar?
-Buenos días señora Isabel. ¿Cómo amaneció? Recuerde que hoy tiene que ir a su fisioterapia. Debemos apurarnos –Te dice en ese momento Yolanda, tu enfermera, sin entrar a la recamara.
-¡Ya se! ¿Y no te he dicho que Merlin no debe entrar a mi cuarto?
-Discúlpeme señora, no se repetirá. ¿Prefiere desayunar o bañarse?
-Desayunar aquí, hoy no quiero ir hasta el comedor.
Casi no pruebas el desayuno. A pesar de que tu dieta tiene que controlarse, de uno de los burós sacas un paquete de galletas. Las migajas caen en tu abdomen, Merlín las come y también lame tus dedos.

3: TU CUERPO
Yolanda te deja un momento sola. Fue a revisar el calentador, porque según tú, el agua está fría. Desparramada en la silla de baño, desnuda, pensativa; contemplas tu cuerpo: eres obesa, una sonda entra en tu uretra; tienes una amputación y la extremidad contralateral poco te sirve. Eres Isabel. Odias tus pliegues, ulceras y convexidades. Te propones aguantar lo más posible en las barras paralelas durante la sesión de fisioterapia, más de treinta segundos por repetición. Después le mostrarás tu cuento al fisioterapeuta. -¡Apúrate Yolanda! –Gritas.

4: DOS AÑOS ESCRIBIENDO
Es casi medio día. Trabajas en el escritorio.
-Señora Isabel, el taxi llegará pronto –Te dice Yolanda entrando al cuarto, ya lista.
-Solo doy la última revisión a este cuento. Se lo daré al terapista para que lo lea y sepa que no es necesario leer para ser una buena escritora. Yo tengo mis propias ideas, soy original. ¿Cómo se atrevió a preguntarme si tengo escritores favoritos, cuando le confié algo tan privado como ser escritor?
-Señora, no se lo dijo con mala intención. Tal vez si sería bueno que usted leyera un poco, nomas pa distraerse. Él dijo que leyó en el periódico que los escritores leen a otros escritores. A mí me parece un muy buen consejo, apenas lleva usted dos años escribiendo.
Dos años escribiendo. ¿Qué sientes con esa frase? Recuerdas la mañana de aquel día. La única vecina que te hablaba fue a visitarte. A pesar de que te rehusabas, ella te convenció para que te revisara un médico al ver el estado de tu pierna. Había que operarte. También ella te ayudó a contactar al único familiar, lejano por cierto, que tenías y vivía en otro estado. Incluso tramitó lo necesario para que te intervinieran. Dos años escribiendo. Recuerdas. Recuerdas el tufo dulzón de la gangrena, la necrosis del tejido y los instantes previos a la anestesia. Dos años escribiendo. Recuerdas la soledad de tu cuarto de hospital en la misma noche. Estabas sola, ya amputada, tu vecina no se quedó contigo, solo fue a ver que hubieras salido bien de la cirugía. Llovía mucho. Frente a tu cama había crucifijo chueco. A través de una ventana lateral, se filtraba la luz amarillenta de una lámpara en la calle, creando tortuosas sombras con las ramas de un árbol. Se escuchaba la fuerza de las gotas y el viento silbar entre las ramas del árbol. Dos años escribiendo. Que similitud de escenas. Sentiste que esa noche ya la habías vivido. Esa noche te recordó otra noche. Tenías doce años. No podías dormir, llovía y caían muchos relámpagos. Frente a tu cama también había un crucifijo y de la ventana se filtraba una pálida iluminación. Oíste la puerta abrirse sigilosamente, entró tío Román. ¿Tienes miedo?, te dijo al acostarse en tu cama. No temas, Tío Román te cuidará. Y comenzó a tocarte. Dos años escribiendo. Lloraste aquellas noches. Tu familiar llegó un día después de la cirugía, no se recordaban. Hablaron poco, te contrató a Yolanda y se fue. Días después comenzaste a escribir un diario. Luego de poesías de muchas rimas y luego cuentos. Eso fue hace dos años, pero desde antes sabías de tu diabetes.

CINCO: VIAJANDO
-Oiga, ¿puede ir más rápido? –Le dices al taxista, quien no responde y te mira por el retrovisor. “Vieja pendeja. ¿No ves el tráfico? Siempre soy puntual pero tu tardas en salir, pinche puerca; y todavía bajo a ayudarte –pobre de tu enfermera-, pero bueno, yo si tengo piernas.” Piensa el taxista. Llevan varios minutos detenidos. Vas leyendo tu cuento, pero el calor, el bullicio y la lentitud te van sumiendo en el sueño, al igual que Yolanda.

SEIS: EL PASILLO
El mismo largo pasillo conduce al servicio de fisioterapia. El camillero que te ayudó a bajar del taxi te llevará en tu silla de ruedas, sin embargo, esta vez Yolanda se opone: -Gracias, pero el terapista nos dijo que entre más independiente sea la señora, es mejor. El camillero las deja. Miras fijamente a Yolanda y comienzas a propulsarte. Vas muy lento. Las manos te duelen, parece que no te responderán más. A mitad del pasillo te detienes. Jadeas. Yolanda te anima. Nuevamente haces otro esfuerzo. Sientes el dolor hasta los hombros. Otros enfermos te pasan, a ellos si los llevan en su silla. Te sofocas. Sientes que te arden los antebrazos y cuello. Gesticulas con odio. Ese imbécil tuvo que haberme traído, no sabe que es estar amputada. ¿Y qué carajo le importa a Yolanda si me muevo? Piensas al llegar; sudando, tarde como siempre, despeinada y sin desodorante.

SIETE: MAS DE TREITA SEGUNDOS
Tras otros ejercicios, debes terminar la sesión entre las barras paralelas. El fisioterapeuta te ayuda por adelante y te incorporas de la silla de ruedas con la extremidad completa para fortalecerla. Inhalas, te preparas para el esfuerzo. Tu pierna te levanta. Gruñes. Se enrojece tu rostro. ¡Usted puede señora Isabel! te anima Yolanda. Empuñas el metal con fuerza. Hasta los esfínteres sientes el esfuerzo y los segundos pasan lento. Pujas. Aprietas la mandíbula. Entonces ahí, en un instante, giras la cabeza y te ves en un espejo lateral: tú, Isabel vulnerable y todo tu cuerpo soportado en una pierna, y te parece increíble, absurdo, irreal; te rindes. Nunca alcanzas más de treinta segundos. Te repones del esfuerzo cuando recuerdas tu cuento.
-Yolanda, ¿trajistes mi cuento? –Dices con la voz entrecortada.
-¿Su cuento? Yo no lo tengo señora, usted lo venía leyendo en el taxi.
-No Yolanda, yo te lo di. Búscalo en tu bolsa –Replicas, pero Yolanda no lo encuentra.
-No se preocupe señora Isabel, mañana me lo traerá –Te dice el fisioterapeuta.
-Es el mejor que he escrito. Pero ya ve, Yolanda tiene la culpa.

OCHO: LAS HORAS
Transcurre el día. Al llegar de la terapia, le ordenas a Yolanda buscar el cuento. La tarde pasa. A las cinco comes refunfuñando de las verduras, después, 5:48, tu cuento es encontrado por un hombre que aborda el taxi pero no se interesa por el. 6:32 nadie viaja en el taxi y regañas a Yolanda por dejar entrar a Merlin a tu cuarto. 7:20 una chica sube al taxi, encuentra las hojas dispersas y las ordena. En esos instantes buscas enojada en el desorden de tu escritorio. Cuarto para las ocho, esa chica llega a un café mientras piensas resistiendo las lágrimas: Lo volveré a escribir, soy una buena escritora. Solo falta quien me publique. Ocho y media la chica termina de leer: …Hacia frio. Iva desnuda y arrastrándome. Estaba oscuro y humedo, yo gemía desesperada porque las hojas de esta historia aun sin terminar, estaban regadas en el suelo. Entre las sombras el polvo y los insectos temía no volver a encontrar el orden. Entonces sentí la lengua de Él penetrar mi oído y su aliento de fuego calentar mi nuca. Muy lento, acariciando mis muslos con sus zarpas, su voz cavernosa me propuso susurrando: pasa una noche conmigo, y siempre podrás escribir brillantes historias, serás un clasico, y acaso si lo deseas ninguna tendrá fin. O bien, si ahora mismo quemamos toda tu obra, y yo introdusco las cenizas entre tus piernas con mi hocico, recuperarás la virginidad que perdiste aquella noche y la original extención de tu ser. Responde ahora

Qué bonita caligrafía, pero yo jamás publicaría esto. Piensa aquella chica, al tiempo en que tú, Isabel, destapas la pluma, y con los mismos bellos trazos comenzarás nuevamente.