miércoles, 20 de agosto de 2014

¡Alza las manos! ¡Alza las manos!

Regresaba del trabajo, caminaba en la tórrida tarde hacia la parada de autobús. En el mismo paradero se encontraba una chica -ginger teñida, por cierto- que ya había visto a lo lejos. De cerca se veía aún mejor.Usaba mallones para hacer ejercicio, muy ceñidos sobre sus nalgas;calzaba tenis morados como su escotada blusa. 
Finalmente llegó el camión que debía abordar, se detuvo algunos metros antes de la parada debido al tráfico. Caminé, subí, y pagué. Me senté del lado de la ventanilla para admirar a la ginger mencionada y capturar el mejor ángulo. El éxtasis de la belleza duró menos de dos segundos, el recorrido prosiguió y yo seguí sentado del mismo lado de la ventanilla.

En determinado punto del recorrido escuché a una niña pequeña, quizá de no más de ocho o nueve años. Iba atrás de mí, riendo, riendo mucho. Escuchaba su voz casi pegada a mi nuca mientras su mamá hablaba por celular. Después de colgar le preguntó si ya había utilizado sus útiles nuevos.
-No, no, -Respondió la niña impaciente.

El camión llegó a un boulevard que conduce directamente a un puente. Subimos lento hasta lo alto y se veía gran parte de la ciudad en el atardecer. La niña comenzó a gritar "¡Alza las manos mamá, alza las manos!", como si fuéramos a descender vertiginosamente por un montaña rusa hasta profundidades insondables. La niña pequeña rió aún más, su mamá también, y aunque yo no la podía ver, la imaginaba sentada al borde del asiento, risueña, transparente, explotando con una sonrisota; alzando las manos esperando a que todos descendiéramos en ese autobús con gran vértigo.




Depuré esta escritura con la coincidencia de una cerveza con clamato, home made. Las gingers captan inmediatamente mi atención; me encanta oír reír a los niños  

martes, 19 de agosto de 2014

El Carmen

Ayer llovía en El Carmen, y más que nunca tuve presente que ya acepto mejor las tardes lluviosas. Aún más, me abrazo a ellas.

jueves, 14 de agosto de 2014

BAJO LA MISMA ESTRELLA, John Green

"Esta vida me gusta demasiado, Hazel Grace"



A Jennifer, siempre. 



Calificar como “conmovedora”, “tierna”, o “genial” a “Bajo la misma estrella” es alejarnos del real valor de este libro que merece adjetivos y líneas más precisos que describan sus mejores cualidades.
Escrito por John Green y narrado en primera persona por su protagonista,  Hazel Grace nos introducirá en su floreciente vida a los dieciséis años, sobrellevando un diagnóstico de cáncer con los relieves que esto implica. Ella, junto con Augustus Waters, -y también con el mismo diagnostico- emprenderá un viaje a Holanda en búsqueda de su escritor predilecto para aclarar algunas situaciones sobre su único libro. Antes y después de dicho viaje se engranarán una serie de eventos que enriquecerán la historia con diversos matices, manteniendo así una trama muy dinámica en la que el lector jamás deja de sentirse partícipe.
No son más de trescientas páginas, un libro muy rico y variado. Muy asequible, se puede ingerir en menos de una semana.

Deponiendo el hecho del que este libro se hizo más “conocido” por la película –que aún no he visto- en suma y afortunadamente, me pareció un trabajo muy bien logrado que superó mis expectativas y posee numerosos méritos propios. Me parece que J. Green logró una gran historia en base a que conocía muy bien a todos sus personajes y en el manejo coherente de las situaciones que propone.
…Hazel, la adorable Hazel Graze; leerla es un placer, conocerla, reconocerla en la historia es sumamente nítido. Su personalidad está bien delimitada y se hace reconocible desde las primeras páginas. Posee una naturaleza que parte de lo simple para generar entramados. ¿Qué virtudes?, jamás cae en la autocompasión, muestra una hilaridad genuina y despliega una sensibilidad que no roza con lo común. Me encantó.
A pesar de que este libro quizá esté inclinado ligeramente para un adolescente, la temática no cae en lo gastado de la comedia romántica o la ya de por sí complicada empresa de abordar aspectos como la vida o la muerte. El aspecto a resaltar es que es una lectura bastante accesible, son numerosas las notas que uno puede hacer al margen –si lo desea- y que tienen una aplicación asombrosa en la cotidianidad.

-Cuéntame tu historia –me pidió mientras se sentaba a mi lado, a una distancia prudente.
-Ya te he contado mi historia. Me diagnosticaron cáncer cuando…
-No, no la historia de tu cáncer. Tu historia. Lo que te interesa, tus aficiones, tus pasiones, tus manías, etc.
-Pues…
-No me digas que eres una de esas personas que se convierten en su enfermedad. Conozco a muchos. Es descorazonador. El cáncer es un negocio en expansión, ¿no? El negocio de absorber a la gente. Pero seguro que no les has permitido que lo consigan antes de tiempo (…)

Cómo argumentaba anteriormente, la historia no cae en lugares comunes y su desarrollo es inteligente. En el párrafo anterior se atestigua la frescura del libro, que por la historia planteada, uno podría pensar en una trama desgarradora, triste, o que llamara a la compasión y tragedia. Pero no, no es así, John Green logra un enfoque distinto en su narración en base al sentido del humor e inmejorable personificación de sus caracteres. Esa frase “No me digas que eres de las personas que se convierten en su enfermedad” me pareció remarcable. ¿Cuántas personas no se convierten en sus enfermedades, y que ni siquiera tienen la magnitud de tener cáncer? ¿Cuántas, que son puras quejas, achaques, alegatos, etc? Sí, de ese tipo de gente que publica sus conflictos en Facebook, que se quejan porque es lunes, porque no les gusta su trabajo, and so on. No nos interesa.
Compartiendo más sobre lo que este libro me dejó fue que pude comprender acaso un poco mejor a aquellas personas que han padecido o padece esta enfermedad. Es un amplio espectro de situaciones que van desde lo orgánico hasta otras esferas impensables, pero bueno, esto fue el crecimiento personal que el libro me dejó, y que sin duda será distinto para cada lector, si así lo quiere.

En suma, fue una lectura agradable y por momentos rozó en lo bello. Forma contrastes y relieves atractivos, exponiendo contrariedades y momentos radiantes como en la vida real. Quizá algo que le resta un poco de mérito es que el capítulo 9 está de más, y para cerciorarme lo releí hasta tres veces, como me parece que también sucede con el 14 y 15; no recuerdo bien. Posiblemente la depleción de esas partes nos hubiera dado una lectura más ágil todavía, y que aun así, no sería necesario.




martes, 12 de agosto de 2014

Atestiguándome

Ya había terminado de correr, e iba por la tercera repetición de "cristos" en el desvencijado pasamanos de la unidad habitacional.
Una niña, que ya había visto a lo lejos, se me acercó. "Tal vez esté loca", pensé para mis adentros. Era morena, menos de 1.30 de estatura, tenía la mirada divagante y hablaba sola. Venía con dos perros.
-¿Haces ejercicios así? -Me dijo moviendo un brazo.
-Sí -Le dije.
¿Y para que haces ejercicio?
-Para estar saludable.
Continué con otra repetición, cuando terminé me dijo:
-¿Ese perro es tuyo? -Me dijo señalando al mayor de los dos perros que la seguían.
-No, no es mío.
-Tiene algo en la pierna -Dijo señalandolo.
Yo ya sólo me encontraba estirando.
-Oye te invito a mi cumpleaños, es por allá, a ver si vas.
-Sí, gracias -Le respondí.
La niña se fue, como también yo me retiré. Cuando voltee estaba encima de una patineta, sosteniendo un equilibrio inmejorable. Y ahora veo porque Yisus estaba mamado, todo es gracias a los "cristos". Le hacen honor al nombre.


lunes, 11 de agosto de 2014

Cotidianidad, nota en el transporte público.

Muchas veces me había propuesto comenzar una serie de entradas para escribir sobre lo cotidiano, para diseccionar el "día a dia"
Haré el mejor esfuerzo para que esto resulte si no fructífero, sí constante, pues son algunas notas mentales sobre las que me parece vale la pena escribir, ya que en su momento capturaron mis sentidos, deduje algo o me hizo intuir algúna concepción.

Pues bien,
había salido de mi casa en la tarde, ya lloviendo. Tomé el transporte público y el agucero arreció. Se oía la música de banda del chofer, un par de pláticas y los demás que íbamos sólos como maldiciendo el clima. Y de todos los pasajeros que íbamos, una chica linda atrajo mi atención. Llevaba un sobrero y botas, más o menos morena, y sentada casi en frente de mi. A diferencia de los demás, ella no iba revisando su teléfono celular, iba cantando. Sí, iba cantando, obvio no en una forma en la que todos se dieran cuenta, si no más bien, cantaba para sí, para su mente, para su alma, movía los labios y ladeaba ligeramente la cabeza. Me pareció hermoso.
¿Que iba escuchando? No lo sé, pero me pareció formidable reservar un espacio en la mente y en los oídos para encontrarse y perderse en sí misma. 
Esto no es publicidad de la manzana, pero llevaba un iPod, ¿que escuchaba?, no creo que sea importante, pero me pareció que con el iPod, independietemente del celular, creaba una esfera únicamente para el sentido del oído, para la gloria de la música, algo como una alcázar donde dividir las constantes demandas del guasap, las actualizaciones del feis, o los tuiteos. 
Por algo de lo anterior es que se me ha metido a la cabeza la idea de poseer ipod, y, que cuando menciono lo anterior, la gente estupefacta me dice: "pero si te compras un iPhone podrías tener la música y telefono todo en uno" Y así, supongo que lo que me tratan de decir es sobre las bondades del iphone. Pero no, yo quiero esa línea divisoria entre algo valioso como la música (y yo), y todo ese entramado de información en las redes.
Como quiera que sea, son apenas algunas concepciones que ya había intuido previamente en mi corteza cerebral. Supongo que la visión de la chica linda disfrutando su música lo detonó. 

Bajé en el Carmen, aún llovía mucho; entré a una sucursal de una cadena comercial de café a leer en lo que amainaba.
Llegué hasta la página 480.