¿Nutrirán algo nuestras cenizas dispersas en el páramo?,
quizá para la perfección de la insania.
¿Qué será del silencio que sangró de tus labios
-todos
tus labios-
y lamí aún sin la esperanza de percibir materia
siquiera sal, siquiera amargura?
Tu piel siempre fue el encontrado paraíso oscuro.
El invierno, la espera y cada orgasmo rasguñado
preconizaban un imperio difícil de erigir
y sin embargo fatigar las noches con tu pensamiento
era soñar que el paraíso era un lugar en ti existente.
Los fantasmas fueron inevitables
flotaban junto a ti para devolverte a lo ausente, a lo
etéreo.
Tu boca un osario
tus muslos entreabiertos hojarasca de noviembre,
yacer en ti era volverse bruma
era anularse en ecos de tus otras muertes.
Mi simiente aceptabas como tu promesa vana
en el cuenco de tu voz que reiterara una palabra real
y definiera la tangibilidad del paraíso contradictorio;
pero pletórico de quimeras, asimetría y años turbios
el demonio de la caída fue no perder la esperanza
¿y que era la esperanza en ti?
era la invitación de tu entrepierna
era que musitaras sobre días que nunca llegaron
porque nuestro paraíso era una conciencia pausada
y pasados reprimidos conservados en salmuera.
Fuiste más ausencia que vida, más hojarasca que luz
pero nunca y al final quedó más recurso
que arrancar los andrajos de tu esencia
y matar las mariposas negras posadas en tu pecho.
¿Qué será del silencio, de las cenizas
si para morir ya habíamos nacido?
Tus imágenes exacerban la soledad
y el recuerdo sepia de tu voz profana madrugadas
en que olvidar es un privilegio casi elegido.