ººaqui el chapter wan.
ººadvertencia, no trate de reproducir lo de "olvidarse de dejar la ventana abierta" puede ocurrir lo siguiente:
a)que los vean unos albañiles desde el exterior
b)entre al cuarto algun insecto despreciable
c)que los agarre un mal aire
d)que les de un calambre
e)todas las anteriores juntas+ que se escuche desde la calle algo como: "empanadas de atun-empanadas jawainana-empanadas de crema ò se compra fierro viejo" etc
***Contenido neto en procesador de teZtos: cuatro hojas a reglon y medio
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La habitación es amplia. Hay una cama, dos cómodas al lado y un espejo en frente. La oscuridad se insinúa en ciertos rincones del cuarto iluminado apenas por la luz de una lámpara que se filtra a través de la ventana. A través de ésta, puede verse una calle solitaria con casas cuyos tejados se aproximan entre sí y árboles nudosos que han perdido casi todo el follaje de sus liosas ramas. La hojarasca es un alfombrado que al soplar del viento se dispersa crujiendo. La luz de la luna se refleja en los azulejos y vidrios de las casas, sobre los tejados, los gatos andan sigilosos.
Un delicado cortinaje blanco enmarca la amplia ventana. Entre sus pliegues se distinguen a contraluz dos siluetas, dos murmullos distintos. Se oye la cadencia de los besos más el roce de las ropas con la cortina.
Un poco más alta, Estela abraza a Sadie por la cintura, Sadie ríe y se prende a su cuello, alrededor de las dos, lo único es la suavidad blanca de la cortina. Jugando envueltas, el cabello de ambas se une en un solo cauce para desembocar en el rostro y cuello de la otra.
-¡Ya!, ¡ya!, ¡ya! Nos pueden ver –Dice Sadie entre risas como respuesta a los besos de Estela.
-¡¿Quién nos va a ver?! Si bien que te gusta. Afuera solo hay gatos –Responde Estela.
-¡Pues los gatos! ¿O la luna?
-¡Tú estás loca! –Contesta Estela.
Salen de su escondite, en el cristal se empieza a condensar algo de rocío. La piel de ambas contrasta en la noche: la de Sadie, clara, parece brillar contrastada con la oscuridad de Estela. En el cielo algunas estrellas se pueden distinguir. Abren la ventana para contemplar el celaje nocturno. Una leve corriente de aire sopla. Estela vuelve a abrazar a Sadie.
-¿Te digo algo Estela?
-Dímelo.
-A veces pienso que tu piel es como el cielo, o que el cielo es como tu piel, no lo sé, algo así –Dice Sadie acariciando los brazos de Estela estrechándola.
-¿Eh?, ¿cómo?, no entiendo.
-Sí, porque tus lunares me parecen estrellas, y por que el color de tu piel, es como un cielo de noche –Responde Sadie,- tienes la piel de cielo.
-¡Ah! No lo imaginaba, no sabía que eres astrónoma.
-Tal vez solo de ti –Responde Sadie tocando con un dedo los lunares de Estela en sus manos, cuello y mejillas,- …si, ahora lo soy por ti –Añade besándola.
-Pues sabes que en mí hay más constelaciones, otras aún más secretas e intrincadas. Todas son para que las indagues como quieras.
Comienzan a extender el ímpetu de sus anatomías. Se aferran a cada una como si naufragaran. Recorren con el tacto, la vista y el aliento sus relieves teniendo por brújula el deseo. De a poco, la ropa es un capullo que se rompe dejando esculpidas dos estatuas: Sadie en marfil, Estela de ébano tallada. Ya con sus torsos aproximando la simetría, Sadie descubre algo que la seduce: del cuello de Estela pende un rosario, cada perla nacarada y ligeramente translúcida, contrasta fulgurando sobre su piel morena. Desciende en una caída casi vertical, hasta que la cruz y últimas cuentas, son contenidas en la oquedad que forman sus senos. Sadie sonríe sobre su sonrisa, toca cada perla desde el cuello de Estela hasta besar la cruz y el alcázar que la resguarda.
-Que bello rosario –Dice Sadie.
-¿Te gusta? –Pregunta Estela.
-Se te ve perfecto.
-Te lo regalo como un recuerdo, pero debes prometerme algo –Dice Estela.
-¡¿De verdad?! Sería estupendo, pero creo que no luciría tan bien en mí como en ti –Responde Sadie.
-Sí te quedará, de verdad te lo regalo, para que reces por mí un rosario después de que me vaya.
Sadie enmudece un momento.
-No quisiera que te vayas.
-Acéptalo… Qué bien se te ve –Dice Estela colgándole el rosario y llevándole la cruz a los labios.
Se amaron hasta el cansancio, anularon lo circundante, lo ajeno a su entrega mutua. Estela hirió de besos el cuerpo de Sadie sin dejar el mínimo pliegue sin acometer. Le abrazaba, ceñía con sus dedos cada ángulo y eje, zurcía las uñas en su espalda recorriendo la extensión de la columna hasta el declive que forma el sacro con la última lumbar. Sitiaba su cadera, ascendía su cuello; también la sometía entre sus piernas, sonreían, respiraban profusamente, cerraban los ojos en instantes que parecían eternos.
Sadie amó más que nunca a Estela. Quería guardar de ella hasta la mínima transpiración contenida en los poros.
Al final, ya muy tarde, esperaban serenas rendirse al sueño.
Sadie suspiró.
-¿Por qué suspiras? –Preguntó Estela.
-Por tu culpa.
-Te amo –Solo dijo Estela.
-Espero que me extrañes, que no te olvides tan rápido de mí antes de estar con otra.
-Claro que te extrañaré –Respondió Estela besándola en la frente,- tranquila.
-¿Me lo prometes?
-Prometido.
-…¿Estela?
-Dime Sadie.
-¿Pensarás en mi cada que puedas?
En ese momento comenzó a llover.
-Sí, lo haré cada que pueda, muy seguido.
Sadie poco a poco fue durmiéndose. Con cada gota que escuchaba caer, sentía a Estela diluirse lentamente.
Amaneció, el día no era claro. La habitación parecía más quieta que nuca. Un ruido acompasado, lento, proveniente del exterior, inundaba la pieza. La ventana se había quedado ligeramente abierta, parte de las cortinas se había humedecido. Sadie se incorporó para cerrar la ventana. Había nevado y ahora caía una especie de aguanieve. Afuera, en los tejados amontonados, resaltaba la blancura. En las ramas tortuosas de los árboles la nieve se acumulaba y caía. Todo estaba inundado de silencio. La calle era más solitaria que nunca. No se podía ver más allá de cierta distancia debido a una neblina, las casas y los troncos oscuros de los árboles apenas eran visibles.
Sadie cerró la ventana y corrió la cortina. La habitación se hizo más turbia. Se paró frente al espejo, sentía el frío adosarse a su piel desnuda. En el reflejo contemplaba el rosario albergado entre sus senos, las cuentas parecían más opacas, tenían casi el tono de un cielo nublado. En una parte de la superficie se reflejaba Estela en el lecho, inerme y pálida, con un mechón de cabello cayéndole sobre su inexpresivo rostro.
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