La naturaleza parece realmente (y tanto más cuanto más la observamos) hecha de antipatías y contrarios; sin algo que odiar, perderíamos el veneno del pensamiento y de la acción. La vida se convertiría en una charca, de no sentirse agitada por el choque de intereses contrapuestos y las pasiones desordenadas de los hombres. La veta de nuestro propio destino brilla más (y a veces aun sólo si se torna perceptible) cuando se hace en torno de ella la mayor oscuridad posible; como el arco iris, pinta sus colores en las nubes. ¿Es el orgullo? ¿Es la envidia? ¿Es la fuerza del contraste? ¿Es la debilidad o la malicia? El caso es que hay una secreta afinidad, un ansia del mal en el espíritu humano, el cual siente un perverso pero delicioso placer en la maleficiencia, fuente infalible de goce. El bien puro pronto se vuelve insípido, falto de variedad y de vida. El dolor es un agridulce que jamás harta. El amor, a poco que flaquee, cae en la indiferencia y tórnase desabrido: SÓLO EL ODIO ES INMORTAL.
WILLIAM HAZLITT
(1778-1830)
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