Regresaba del trabajo, caminaba en la tórrida tarde hacia la parada de autobús. En el mismo paradero se encontraba una chica -ginger teñida, por cierto- que ya había visto a lo lejos. De cerca se veía aún mejor.Usaba mallones para hacer ejercicio, muy ceñidos sobre sus nalgas;calzaba tenis morados como su escotada blusa.
Finalmente llegó el camión que debía abordar, se detuvo algunos metros antes de la parada debido al tráfico. Caminé, subí, y pagué. Me senté del lado de la ventanilla para admirar a la ginger mencionada y capturar el mejor ángulo. El éxtasis de la belleza duró menos de dos segundos, el recorrido prosiguió y yo seguí sentado del mismo lado de la ventanilla.
En determinado punto del recorrido escuché a una niña pequeña, quizá de no más de ocho o nueve años. Iba atrás de mí, riendo, riendo mucho. Escuchaba su voz casi pegada a mi nuca mientras su mamá hablaba por celular. Después de colgar le preguntó si ya había utilizado sus útiles nuevos.
-No, no, -Respondió la niña impaciente.
El camión llegó a un boulevard que conduce directamente a un puente. Subimos lento hasta lo alto y se veía gran parte de la ciudad en el atardecer. La niña comenzó a gritar "¡Alza las manos mamá, alza las manos!", como si fuéramos a descender vertiginosamente por un montaña rusa hasta profundidades insondables. La niña pequeña rió aún más, su mamá también, y aunque yo no la podía ver, la imaginaba sentada al borde del asiento, risueña, transparente, explotando con una sonrisota; alzando las manos esperando a que todos descendiéramos en ese autobús con gran vértigo.
Depuré esta escritura con la coincidencia de una cerveza con clamato, home made. Las gingers captan inmediatamente mi atención; me encanta oír reír a los niños