Las perlas naturales se forman cuando un cuerpo extraño penetra al interior del cuerpo del molusco, el cual reacciona cubriendo lentamente la partícula con una mezcla de cristales de carbonato de calcio (CaCO3) y una proteína llamada conchiolina, formando la sustancia conocida como nácar, que es la sustancia que forra la cavidad paleal del animal (las paredes interiores de las valvas). Al cabo de un período variable la partícula termina cubierta por una o más capas de nácar, formando una perla. Al estar compuesta mayoriamente por calcio, estas se disuelven en soluciones acidas.
ºººyeah, por la santa wiki, a quien no ha dado soluciones inmediatas a algun problema; en este caso, no fue la excepcion.
ºººchale, perdonanos Sadie; just smile dear
ºººEn esta ocasion, ES presenta el siguiente trabajo. En ES no nos hacemos responsables por contenido trasmitido. Aleje a los niños y machos man si estan cerca. Esperemos, este platillo sea de su agrado
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Noche lluviosa. Habitación lóbrega. A intervalos, el destello de los relámpagos devela todo momentáneamente. En una ventana escurre el agua, la soledad, y a través de ella; el exterior es difuso y sin sentido. Antes de empezar un rosario por Estela, Sadie contempla absorta las llamas de un quinqué sobre la mesa. Piensa, indecisa frota cada perla. La llama provoca que una botella de vino y una copa extiendan su estática sombra en la raída superficie de la mesa. Cae un relámpago, retumba el trueno, todo se revela albo.
Aprieta las cuencas en sus manos, pega la cruz a sus labios, maldice, ama, extraña, no recuerda cómo empezar un rosario, la llama parece reavivar en ella los rescoldos, el instante pretérito; la lejana pasión:
…yació en innumerables lechos de tantos hombres, como tantos hombres lo hicieron en el suyo, y también en innumerables veces, resultó herida, rota, parcialmente destruida. Amar le trajo amargas consecuencias. Sin embargo, pareció que los engranajes del amor cambiaron cuando conoció a Estela. Ella había devuelto a Sadie la esperanza, le ayudó a cicatrizar las llagas, hizo que entendiera que la dignidad era de lo más importante.
Fue una noche serena, estrellada; no solo en el exterior, sino también en ese cuarto en que estaban las dos iniciando el preludio de su obra. Estela era un poco más alta que Sadie, estaban abrazadas viendo el nocturno paisaje desde una ventana de la alcoba.
-Nunca antes habíamos estado así. –Dijo Estela, levemente al oído de Sadie.
-No, tal vez no habíamos tenido tiempo. –Contesto Sadie.
-Ahora hay que gozarlo; vivirlo lentamente.
-Así es, en verdad no parece que hayamos estado tanto tiempo juntas.
-Tienes razón, el tiempo se nos ha ido tan rápido, gracias Sadie, te quiero tanto.
-No tienes nada que agradecer Estela, yo también te quiero.
Las lacias cabelleras de ambas se unían en un mismo delta para desembocar en la piel de la otra, la de Sadie: nevada, la de Estela: arena. Sadie atraía a Estela para besarla, Estela la estrechaba por la cintura. Reían, se acariciaban, el silencio era cómplice.
-Dicen que Sirio es la estrella más brillante que se puede ver desde la Tierra. –Dijo Estela, contemplando la oscura y punteada bóveda.
-¡¿En serio?!, ¿y cuál es de todas esas?
-¡No lo sé!, creo que lo leí, ja ja, lo dije por tus lunares negros en tu piel clara, a veces me parece que son como estrellas o constelaciones.
-¡Estás loca Estela!, ja ja, ¡no sabía que también eras astrónoma! –Replicó Sadie.
-No te lo había dicho, era un secreto, en realidad, lo soy solo de ti.
-Entonces está bien, pero solo estudia mis constelaciones.
-Pues si tu permites verlas una vez más… -Dijo Estela, besando a Sadie en el cuello.
-Las veces que quieras… –Contestó Sadie, apenas en un susurro.
Sin saber cómo, sin pensarlo, sin haber tenido conciencia de sus movimientos, ambas se encontraban casi tendidas en la cama. El pálido fulgor lunar era lo único que iluminaba la pieza. El relente, se condensaba lento en el cristal de la ventana. Un beso tras otro, el dulce crepitar, asìanse, recorrían cada rumbo de sí mismas. El cauce de sus emociones se desbordaba lento, y lento, se iba cada una desprendiendo de la ropa. Fue así como Sadie descubrió el rosario, estaba resguardado en el mejor altar que hubiera conocido: pendía del cuello de Estela, cada perla nacarada contrastaba con su piel morena, y descendía hasta quedar la cruz y ultimas cuentas resguardadas entre sus pechos. Fue hermoso. Sonríe. No puede borrar de su mente aquella imagen delirante. Besa la cruz.
Sus cuerpos estaban sin envolturas, sus torsos aproximaban la simetría. Fueron dos estatuas, Sadie: concebida en marfil, Estela: de ébano tallada. Repasaban cada relieve buscando nuevas rutas. A Sadie le gustó mucho ese rosario, pendía perfecto del cuello de Estela. Deseó más que nunca ese cuello, lo acariciaba, tomaba entre sus manos cada perla. Descendió, sintió el corazón de Estela galopando, hasta llenar de besos la cruz y el templo que la albergaba. Esa cruz que ahora tiene entre sus manos, y en sus manos y labios todavía siente los tibios senos de Estela.
-¡Qué bonito rosario! –Dijo Sadie.
-¿Te gusta mucho?
-Sí, es genial, es hermoso. –Contestó Sadie, acariciándolo, contemplándolo entre los senos de Estela.
-Te lo regalo, como otro recuerdo, pero tienes que prometer algo.
-¡Si!, ¡si!, lo que sea, ¿Qué tengo que prometer?
-Cuando me vaya, tienes que rezar por mí un rosario, ¿lo prometes?
Sadie enmudeció, sabía que era un hecho que Estela se marcharía.
-Está bien, pero no quisiera que te vayas.
-Sadie, lo hemos hablado tantas veces, es inevitable, no hagas esto más doloroso. Anda, tenlo, ahora es tuyo. –Dijo Estela, colgándole el rosario a Sadie, su mirada era un poco vidriosa al contemplarlo pendiendo entre los senos de Sadie. Sonrió nostálgicamente.
-¿Sabes algo? –Agregó Estela, tocando el rosario.
-¿Que cosa?
-Je l’ai acheté à Paris, c’est beau, non?
-¡Oh!, ¡¿que dijiste?! Solo entendí algo de Paris.
-Sí, que lo compré en Paris.
-¿En serio?, parece muy caro. ¿Y cómo es Paris?
- Oui, c’est vrai qu’Il a été très cher. Et Paris est simplement un lieu charmant…ja ja, si, se supone que es de perlas reales, y me costó muy caro. Y Paris es un lugar encantador.
-Debe ser una gran ciudad, ojalá algún día pudiéramos ir.
Sadie suspiró, besó a Estela
-Dime algo lindo en francés.
-Chère Sadie, tu es tellement jolie, je t’aime plus qu’à ma vie ! Tu es l’unique que je veux, juste toi, on aime, juste toi et moi, dans ce moment, je t’aime, sur cette nuit.
-¿Qué me dijiste?, ¡algún día tendrás que enseñarme francés!
-Querida Sadie, eres tan linda, te amo más que a mi vida, eres lo único que quiero, solo tú, amándonos, solo tú y yo, en este momento, te amo, en esta noche…
Y sucedió la eterna noche, la noche mágica, la que Sadie recuerda. Nada le importó más que Estela, tan solo ella, la dueña del rosario guarecido entre sus senos. Se amaron hasta el cansancio, hasta que terminaron agotadas, exangües, hasta no haber entregado todo. La soledad e inexistencia quedaron parcialmente anuladas de sus vidas en aquel instante que fuera la eternidad. Estela forró de besos el cuerpo de Sadie sin dejar el mínimo pliegue sin recorrer. La abrazaba, las estrechaba hacia sí, clavaba las uñas en su espalda, en sus muslos, mordía su cuello y oídos. La esclavizaba entre sus piernas, jadeaba, sonreía, ronroneaba; todo aquello como el cielo.
Sadie amó más que nunca, más que a sí misma y todas sus creencias. Sadie amó no por hacer cosas diferentes, sino porque al hacer lo mismo, reinventó lo cotidiano. No pensó en otra cosa más que ese acto de la alcoba. Subyugarse dentro del cuerpo de Estela era ligero, placentero, dominante, su pulso desbocaba, sus labios se humedecían y le pareció mejor que todas las efímeras eyaculaciones sin sentido que alguna vez recibió. Juró lealtad a Estela, su Estela, la única y lo único en su vida. Después de todo, ambas se encontraban disminuidas, ligeras, en la esencia de ser auténticas, abrazadas y sin hablar mucho. Esperaban serenas, rendirse al sueño.
Sadie suspiró.
-¿Por quién suspiras?
-Por ti, Estela, solo por ti.
-Te amo. –Contestó Estela
-Yo más, pero dime que me extrañarás mucho, mucho, y que nunca te olvidaras de mi.
-Claro que te extrañaré, demasiado, y obviamente nunca podría olvidarme de ti.
-¿Me lo prometes?
-Prometido.
-…¿Estela?
-Dime Sadie.
-¿Pensarás en mi todos los días, verdad? ¿Cómo se diría en francés?
-Oui, Je vais penser toujours à toi, ma vie, ma Sadie ; ma chère Sadie…
***
Cae un nuevo relámpago, todo se ilumina. El rosario parece adquirir un nuevo matiz entre los dedos de Sadie. Besa la cruz, recuerda los senos de Estela, desea al momento hacer más suyas las memorias, el pasado, cada minuto acontecido. Sirve vino hasta los bordes de la copa, y en ella, deja caer el rosario; la alcalinidad cede a la acidez. El acto está casi concluido. Y como lo hizo Cleopatra por Marco Antonio, Sadie brinda por Estela, no sin antes persignarse y decir: Santa Maria, madre de Dios, ruega señora por nosotros…
Apurada la copa y elevada la promesa, Sadie sabe que en el baño alguno de sus infructuosos amantes dejó navajas de afeitar. Oxidándose; la esperan.
Aprieta las cuencas en sus manos, pega la cruz a sus labios, maldice, ama, extraña, no recuerda cómo empezar un rosario, la llama parece reavivar en ella los rescoldos, el instante pretérito; la lejana pasión:
…yació en innumerables lechos de tantos hombres, como tantos hombres lo hicieron en el suyo, y también en innumerables veces, resultó herida, rota, parcialmente destruida. Amar le trajo amargas consecuencias. Sin embargo, pareció que los engranajes del amor cambiaron cuando conoció a Estela. Ella había devuelto a Sadie la esperanza, le ayudó a cicatrizar las llagas, hizo que entendiera que la dignidad era de lo más importante.
Fue una noche serena, estrellada; no solo en el exterior, sino también en ese cuarto en que estaban las dos iniciando el preludio de su obra. Estela era un poco más alta que Sadie, estaban abrazadas viendo el nocturno paisaje desde una ventana de la alcoba.
-Nunca antes habíamos estado así. –Dijo Estela, levemente al oído de Sadie.
-No, tal vez no habíamos tenido tiempo. –Contesto Sadie.
-Ahora hay que gozarlo; vivirlo lentamente.
-Así es, en verdad no parece que hayamos estado tanto tiempo juntas.
-Tienes razón, el tiempo se nos ha ido tan rápido, gracias Sadie, te quiero tanto.
-No tienes nada que agradecer Estela, yo también te quiero.
Las lacias cabelleras de ambas se unían en un mismo delta para desembocar en la piel de la otra, la de Sadie: nevada, la de Estela: arena. Sadie atraía a Estela para besarla, Estela la estrechaba por la cintura. Reían, se acariciaban, el silencio era cómplice.
-Dicen que Sirio es la estrella más brillante que se puede ver desde la Tierra. –Dijo Estela, contemplando la oscura y punteada bóveda.
-¡¿En serio?!, ¿y cuál es de todas esas?
-¡No lo sé!, creo que lo leí, ja ja, lo dije por tus lunares negros en tu piel clara, a veces me parece que son como estrellas o constelaciones.
-¡Estás loca Estela!, ja ja, ¡no sabía que también eras astrónoma! –Replicó Sadie.
-No te lo había dicho, era un secreto, en realidad, lo soy solo de ti.
-Entonces está bien, pero solo estudia mis constelaciones.
-Pues si tu permites verlas una vez más… -Dijo Estela, besando a Sadie en el cuello.
-Las veces que quieras… –Contestó Sadie, apenas en un susurro.
Sin saber cómo, sin pensarlo, sin haber tenido conciencia de sus movimientos, ambas se encontraban casi tendidas en la cama. El pálido fulgor lunar era lo único que iluminaba la pieza. El relente, se condensaba lento en el cristal de la ventana. Un beso tras otro, el dulce crepitar, asìanse, recorrían cada rumbo de sí mismas. El cauce de sus emociones se desbordaba lento, y lento, se iba cada una desprendiendo de la ropa. Fue así como Sadie descubrió el rosario, estaba resguardado en el mejor altar que hubiera conocido: pendía del cuello de Estela, cada perla nacarada contrastaba con su piel morena, y descendía hasta quedar la cruz y ultimas cuentas resguardadas entre sus pechos. Fue hermoso. Sonríe. No puede borrar de su mente aquella imagen delirante. Besa la cruz.
Sus cuerpos estaban sin envolturas, sus torsos aproximaban la simetría. Fueron dos estatuas, Sadie: concebida en marfil, Estela: de ébano tallada. Repasaban cada relieve buscando nuevas rutas. A Sadie le gustó mucho ese rosario, pendía perfecto del cuello de Estela. Deseó más que nunca ese cuello, lo acariciaba, tomaba entre sus manos cada perla. Descendió, sintió el corazón de Estela galopando, hasta llenar de besos la cruz y el templo que la albergaba. Esa cruz que ahora tiene entre sus manos, y en sus manos y labios todavía siente los tibios senos de Estela.
-¡Qué bonito rosario! –Dijo Sadie.
-¿Te gusta mucho?
-Sí, es genial, es hermoso. –Contestó Sadie, acariciándolo, contemplándolo entre los senos de Estela.
-Te lo regalo, como otro recuerdo, pero tienes que prometer algo.
-¡Si!, ¡si!, lo que sea, ¿Qué tengo que prometer?
-Cuando me vaya, tienes que rezar por mí un rosario, ¿lo prometes?
Sadie enmudeció, sabía que era un hecho que Estela se marcharía.
-Está bien, pero no quisiera que te vayas.
-Sadie, lo hemos hablado tantas veces, es inevitable, no hagas esto más doloroso. Anda, tenlo, ahora es tuyo. –Dijo Estela, colgándole el rosario a Sadie, su mirada era un poco vidriosa al contemplarlo pendiendo entre los senos de Sadie. Sonrió nostálgicamente.
-¿Sabes algo? –Agregó Estela, tocando el rosario.
-¿Que cosa?
-Je l’ai acheté à Paris, c’est beau, non?
-¡Oh!, ¡¿que dijiste?! Solo entendí algo de Paris.
-Sí, que lo compré en Paris.
-¿En serio?, parece muy caro. ¿Y cómo es Paris?
- Oui, c’est vrai qu’Il a été très cher. Et Paris est simplement un lieu charmant…ja ja, si, se supone que es de perlas reales, y me costó muy caro. Y Paris es un lugar encantador.
-Debe ser una gran ciudad, ojalá algún día pudiéramos ir.
Sadie suspiró, besó a Estela
-Dime algo lindo en francés.
-Chère Sadie, tu es tellement jolie, je t’aime plus qu’à ma vie ! Tu es l’unique que je veux, juste toi, on aime, juste toi et moi, dans ce moment, je t’aime, sur cette nuit.
-¿Qué me dijiste?, ¡algún día tendrás que enseñarme francés!
-Querida Sadie, eres tan linda, te amo más que a mi vida, eres lo único que quiero, solo tú, amándonos, solo tú y yo, en este momento, te amo, en esta noche…
Y sucedió la eterna noche, la noche mágica, la que Sadie recuerda. Nada le importó más que Estela, tan solo ella, la dueña del rosario guarecido entre sus senos. Se amaron hasta el cansancio, hasta que terminaron agotadas, exangües, hasta no haber entregado todo. La soledad e inexistencia quedaron parcialmente anuladas de sus vidas en aquel instante que fuera la eternidad. Estela forró de besos el cuerpo de Sadie sin dejar el mínimo pliegue sin recorrer. La abrazaba, las estrechaba hacia sí, clavaba las uñas en su espalda, en sus muslos, mordía su cuello y oídos. La esclavizaba entre sus piernas, jadeaba, sonreía, ronroneaba; todo aquello como el cielo.
Sadie amó más que nunca, más que a sí misma y todas sus creencias. Sadie amó no por hacer cosas diferentes, sino porque al hacer lo mismo, reinventó lo cotidiano. No pensó en otra cosa más que ese acto de la alcoba. Subyugarse dentro del cuerpo de Estela era ligero, placentero, dominante, su pulso desbocaba, sus labios se humedecían y le pareció mejor que todas las efímeras eyaculaciones sin sentido que alguna vez recibió. Juró lealtad a Estela, su Estela, la única y lo único en su vida. Después de todo, ambas se encontraban disminuidas, ligeras, en la esencia de ser auténticas, abrazadas y sin hablar mucho. Esperaban serenas, rendirse al sueño.
Sadie suspiró.
-¿Por quién suspiras?
-Por ti, Estela, solo por ti.
-Te amo. –Contestó Estela
-Yo más, pero dime que me extrañarás mucho, mucho, y que nunca te olvidaras de mi.
-Claro que te extrañaré, demasiado, y obviamente nunca podría olvidarme de ti.
-¿Me lo prometes?
-Prometido.
-…¿Estela?
-Dime Sadie.
-¿Pensarás en mi todos los días, verdad? ¿Cómo se diría en francés?
-Oui, Je vais penser toujours à toi, ma vie, ma Sadie ; ma chère Sadie…
***
Cae un nuevo relámpago, todo se ilumina. El rosario parece adquirir un nuevo matiz entre los dedos de Sadie. Besa la cruz, recuerda los senos de Estela, desea al momento hacer más suyas las memorias, el pasado, cada minuto acontecido. Sirve vino hasta los bordes de la copa, y en ella, deja caer el rosario; la alcalinidad cede a la acidez. El acto está casi concluido. Y como lo hizo Cleopatra por Marco Antonio, Sadie brinda por Estela, no sin antes persignarse y decir: Santa Maria, madre de Dios, ruega señora por nosotros…
Apurada la copa y elevada la promesa, Sadie sabe que en el baño alguno de sus infructuosos amantes dejó navajas de afeitar. Oxidándose; la esperan.
2 comentarios:
¿Por qué algo tan triste puede sonar tan bello? Hermosa escritura, aunque el tema corta la respiración.
¿Algo alegre será lo sieguiente(:?
Me gusta mucho tu blog. Te sigo.
Besazos.
Lena.
Sadie,me encanta este texto. La distancia no es impedimento para que creamos y pensemos en cosas parecidas. Espero q tú seas una escritora feliz.
Me encantas.
Gracias por tus comments.
Miles de besazos.
Lena.
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