ººsi asi es, todo lo que empieza tiene que acabar, con la 13º acaba hoy el ciclo de 13 ALEATORIOS INTRINSECOS/EXTRINSECOS MOMENTOS SOBRE SADIE, a todos los que se hayan tomado la molestia de leer 13 vcs o las que fueran, gracias. La crex de ES agradece enormemente.
T H E S H O W M U S T G O O F F
C'EST FINÌ, MERCY BIEN POUR VOTRE VISITE
** a modo de compilacion, en orden decreciente podra usted encontrar estos 13 aleatorios momentos. Hasta la proxima.
XIII: VAPOR
En el espejo el vapor se condensa. Sadie siente el agua tibia sobre sus relieves descendiéndola, haciendo charcos previsibles en sus recesos. Con una mano desempaña el espejo, ve sus ojos claros, su cabello largo y los lunares en su rostro. No es necesario que su voz le diga que es ella porque la mayoría de las veces sus pensamientos se lo han confirmado así.
Soy yo Piensa. Omitiendo modestias, sabe que es bonita.
¿Será que mis pensamientos hacen que sea yo?
¿Ò yo hago a mis pensamientos?
Suspira. La cartografía intrínseca siempre será cambiante, siembre habrán nuevas geografías por descubrir. El vapor vuelve a empañar el espejo.
XII. TU CUELLO
La escenografía era ideal: una calle nada transitada y un edificio de numerosos cristales, todo era favorable para ejecutar la obra de un solo acto. La chica empuñaba una navaja, en su reflejo no decidía donde hacer el corte en su cuello. Extrañamente Sadie pasaba por ahí, intuyó la trama y se acercó al escenario.
-Querida, no hagas eso.
-¿Y por qué no? –Volteó la protagonista. Sadie se aproximó más y le acarició el largo cabello descubriendo su cuello.
-Mira tu cuello, tiene lunares y es hermoso, ¿no sería una pena perderlo?
La chica tiró la navaja, abatida abrazó llorando a Sadie.
-Siempre hay esperanza –Le dijo Sadie estrechándola cariñosamente.
-¿Tú crees?
-Sí, aunque tal vez no lo parezca, no vuelvas a pensar en esto por favor –Dijo Sadie levantando la navaja y a punto de irse.
-Oye… -Dijo tímida la chica antes de que Sadie se marchara, su llanto pareció borrarse un instante.
-Dime.
-Creo que me gustas.
XI. LA PLAYA DEL SILENCIO.
Olvidar a alguien es un deber (voluntario, ante todo) arduo, y más en un lugar como la playa, porque el mar parece devolver de sus profundidades cada instante y promesa, o bien; ahogar en el dolor que se quisiera anestesiar.
Con una luz mortecina, Sadie estaba en la playa cursando las anteriores sensaciones, en sus pupilas se desplegaban las percepciones que cautivaron su alma: la fragilidad del tiempo, la intriga de los sueños, el curso de sus sentimientos; acaso el humo de algún beso disolviéndose al viento.
La marea crecía, Sadie sentía como se hundían sus pies en la arena, al igual que su mente naufragaba en un mar de nostalgias y desvaríos. Se hacía tarde, Sadie se marchó de aquel lugar, en la arena, aún se ve la senda de sus huellas dirigiéndose al relego, abandonando aquella playa del silencio.
X. PREVENIR ESAS TRAGEDIAS.
La lluvia es persistente. Desde caserones antiguos de techumbres herrumbrosas, caen chorros de agua que en la acera forman riachuelos y ciénagas imprevistas. En un edificio hay una puerta negra abierta, el interior es profundo y lóbrego, escasamente iluminado, y no hay nadie cuidando esa entrada. En frente, Sadie se ha quedado en una tienda a causa del clima, entre la mujer que atiende y ella se erige un silencio que no es necesario romper; el repiqueteo incesante de las gotas llena la ausencia de palabras. No obstante, la mujer se decide a cambiar la cómoda afonía.
-¿Sabe algo? –Le dice a Sadie.
-Dígame.
-¿Ve el edificio de la puerta abierta?
-Sí, ¿que tiene? –Responde Sadie. En ese momento ven a una muchacha llegar a él, cautelosa inspecciona el interior, y algo indecisa, entre finalmente.
-Es una clínica de abortos.
-No lo sabía, ni lo hubiera pensado –Dice Sadie, queriendo descifrar el enigma en la espesa penumbra.
-Sí, luego vienen aquí a preguntar la dirección, ¿no tiene aspecto de serlo, verdad?
-No, se ve tan abandonado.
La lluvia sigue cayendo, pasan los autos salpicando las viejas paredes de las casas y en las banquetas la inmundicia se amontona.
-Deberíamos prevenir esas tragedias, pero no sé cómo –Añade la mujer luego de suspirar.
-¿Denunciando? ¿Tal vez permitiéndolo?; así no habrían tantas muertes por las condiciones ilegales e insalubres, ¿no cree?
-No lo sé; ¿y sabe otra cosa?...
-Le escucho.
-Yo aborté.
Sadie voltea a verla, toma segundos en responder.
-Me apena no saber que decirle.
-No diga nada. Fue horrible, desde que lo hice tengo una pesadilla recurrente: sueño que vuelvo a estar embarazada, y alguien me dice, tal vez Dios, que es una segunda oportunidad. Cuando me llega la hora de parir, expulso una extraña masa amarillenta; de nuevo ese alguien me dice que de esa materia tengo que moldear unos gemelos, y que me los podré quedar a condición de que estén en iguales proporciones, pero solo tengo toda la noche para hacerlo. Desesperada empiezo, trato de moldear bien los gemelos, pero sus cuerpos me queda siempre disparejos. Al amanecer, esa masa se pudre entre mis manos oliendo horriblemente y produciendo larvas, al tiempo que escucho llantos de niños sufriendo.
Sadie la mira fijamente.
-¿Y no ha buscado ayuda?
-Sí, hoy con usted es la primera vez desde hace veinte años. Y por cierto, yo conozco al dueño de esa clínica, cuando necesite…
-Gracias.
Una primera lágrima desciende por los demacrados surcos del rostro de la mujer; el agua corre uniforme por los escaparates de esa tienda.
IX. NUNCA FUI CREYENTE.
-Ave María purísima –Se escucha la voz decrépita de un sacerdote.
-Sin pecado concebida –Responde el alma errante en turno.
Lóbrega, fría y amplia, en la nave de la iglesia se escuchan débiles pasos, ecos y cuchicheos. La escasa iluminación permite que las sombras sean casi perpetuas. Pocas personas esperan la confesión, en la fila una mujer llora junto a Sadie, y ella le ofrece un pañuelo.
-Gracias –Acepta la mujer secándose las lágrimas.
-De que –Responde Sadie dándole otro.
-Con lo que traigo me acabaré sus pañuelos.
-No se preocupe, para eso son.
-Le agradezco, ya ve, es el peso de todo.
-Entiendo, debe ser algo grave. Tómelo como un desahogo, una preparación, o lo que sea que le ayude.
La mujer cubre su rostro ente las manos, se controla un poco y dice:
-Yo no estoy bautizada, nunca fui creyente. Nací en un hogar jodido, a los nueve años mi padrastro comenzó a prostituirme, a los catorce tuve a mi primer hijo y seguí prostituyéndome porque no supe de otra forma para sobrevivir. Cuando se es niña una quiere jugar con muñecas y no con penes, se quiere estar con otros niños y no en cuartos con malditos bastardos que te violan.
Sadie toma unos segundos antes de contestarle fijando su mirada en una pintura de la crucifixión.
-Diga lo que le diga, no le aliviaría todo ese dolor, yo no sé que hubiera hecho en su lugar. No sé cómo pueda ayudarla. Me impresiona lo que acaba de contarme.
-Está bien. No entiendo, en verdad no entiendo. Vine a que me expliquen porque pasan estas cosas. ¿Qué puedo esperar de la vida, de mí, o de la demás personas? ¿Por qué la gente es cómo es? ¿Cuál es el fin de todo?
Sadie alzó los hombros.
-No lo sé, también me lo he preguntado. Dicen aquí que por lo del libre albedrío, ¿no?
-Sí, eso del libre albedrío que nos permitió Dios; es tan fácil ser Dios…
-Así es… y tan complejo es ser esto que somos –Dijo Sadie necesitando tomar la mano de aquella mujer.
VIII. FELL VICTIM.
It was twilight; the night was starting to spread her mysterious winds. Sadie was hugging him tight, until feels his rhythmic breath.
-I think I’m a fell victim –Sadie said.
-A fell victim? And from whom? –He answered.
-From you darling, from your love… -Sadie immediately kissed him.
-…and I don’t want to revive from this death –She added after unstuck her red lips.
VI. SATIN
Atrás de la cortina de satín estaba el cuarto, y de él, emergía una extraña luminiscencia. Sadie no podía perder esa oportunidad, ella había sido elegida. Si entraba, sabría la verdad absoluta sobre todas las cosas en todas las existencias, conocería la causa de todo, poseería las consecuciones y explicaciones de todo lo que es y no es, y lo mejor; por primera vez enfrentaría su realidad sin dudas o temores. Y entró.
Al día siguiente despertó en casa. La luz del sol, saberse viva, cada cosa que pudiera percibir y concebir en ese instante era inabarcable. Se arregló para salir.
Viajaba en autobús, las personas escuchaban ensimismadas las noticias que transmitían por radio. Un hombre mayor iba al lado de ella, parecía que cada cosa que decían en el noticiero le afectaba; meneaba la cabeza o hacia un gesto, de pronto le dijo a Sadie:
-¿Sabe algo señorita? No pude ser que estemos viviendo esta situación. Las guerras, el poder, la contaminación, ¡tantas cosas!... se supone que esta es una época de avances, ¿no?. En 71 años he esperado que las cosas mejoren, pero parece que vamos para atrás. No sé, espero en Dios, el tiempo, o en lo que sea, pues que todo mejore, ¡imagínese!, ¿qué le dejaremos a las generaciones que vengan?
Sadie lo escuchó atenta, por su mente pasaban tantas y tantas cosas, sintió compasión de él y de si misma, no sabía si responderle la verdad; lo miró profundamente, como nunca antes a nadie había mirado…
V. LECHO DE MUERTE
La percepción era inequívoca, fría, súbita, idea inconcebible y esperada a la vez. No importaba que hiciera Sadie: cocinara, viajara en autobús o cantara; muy a menudo, el pensamiento sobre su muerte la asaltaba. No parecía real, no le parecía que solo la muerte fuera el término de nacer o vivir. Ese pensamiento de saberse algún día en un lecho de muerte era terrible, mejor seguía cocinando, viajando en autobús o cantando; que algún día ya llegaría.
IV. MISERICORDIA
En medio de las sombras y el polvo, y ante una serie de esparcidas hojas que yacían a sus pies, Sadie maldijo todas las líneas escritas y los significados arbitrarios de las palabras, pero también entendió que todo aquello significaba ser ella y era igualmente una bendición. Arrodillándose, sin importar la penumbra y la escasa esperanza, se dispuso a ordenar los textos mientras pedía misericordia por la dualidad de sus sentimientos, al tiempo que también agradecía poseerlos.
III. ARDER
Como en cualquier noche mágica de tibio sueñosismo, como cualquiera de las veces en que nos hemos enamorado; Sadie cursaba ese nítido sentimiento: la ilusión, la alegría, la catarsis…E imaginaba pasear con él, asiendo su mano, siendo estrechada entre sus brazos. Ardía al verlo a los ojos, al darle los buenos días, o al menor roce imprevisto de pieles. Deseaba que estuvieran juntos, que envejecieran así, imaginaba toda una vida con él y cada vicisitud. Ardía al desear los íntimos instantes, que la desvistiera, asediara sus caderas, y capitular el sitio entre sus piernas abiertas. Pero no, no será así, y nunca lo sería; porque Sadie sabe que él prefiere la simetría, que el encuentra en otro organismo parecido, lo que ella jamás sería. La noche entonces, se vuelve fría, abstracta; en exceso incomprensible.
II. EL VENENO
En aquel indefinible segundo, con la mano yerta empuñando la pluma y enfrentando la hoja vacía, Sadie no sabía que ingería voluntariamente el veneno; y ese veneno, fue comenzar a sufrir las palabras. De a poco, de a lento, se iba intoxicando de los trazos dictados por su corazón, y tras haber ingresado a ese laberinto de incipientes líneas, supo que sería difícil regresar; acaso imposible.
I: TIEMPO PERDIDO
Sin imaginar que contenía la gastada caja metálica, Sadie encontró adentro fotografías, cartas, reminiscencias, otoños, y otras menudencias de amigos que ella tuvo. Todo aquello parecía tiempo perdido, no pensaba en volver a encontrar aquellas cosas, y en el reverso de una lejana postal, escribió:
“¿Qué hacer con estas cartas? Guardadas en una ruinosa caja, poco a poco se tornan amarillas. En sus lisas superficies figuran instantes, promesas y premisas; palabras ya inertes. Releyéndolas, han perdido su significado entre la hojarasca y el olvido. En el inevitable curso de los años se agrietarán y volverán polvo, entonces; se perderán como ceniza en el cielo”
Cerró la caja, pero las fotografías, cartas, reminiscencias, otoños, y otras menudencias de amigos que ella tuvo; figuraron como la nostalgia de un instante imprevisto.
Soy yo Piensa. Omitiendo modestias, sabe que es bonita.
¿Será que mis pensamientos hacen que sea yo?
¿Ò yo hago a mis pensamientos?
Suspira. La cartografía intrínseca siempre será cambiante, siembre habrán nuevas geografías por descubrir. El vapor vuelve a empañar el espejo.
XII. TU CUELLO
La escenografía era ideal: una calle nada transitada y un edificio de numerosos cristales, todo era favorable para ejecutar la obra de un solo acto. La chica empuñaba una navaja, en su reflejo no decidía donde hacer el corte en su cuello. Extrañamente Sadie pasaba por ahí, intuyó la trama y se acercó al escenario.
-Querida, no hagas eso.
-¿Y por qué no? –Volteó la protagonista. Sadie se aproximó más y le acarició el largo cabello descubriendo su cuello.
-Mira tu cuello, tiene lunares y es hermoso, ¿no sería una pena perderlo?
La chica tiró la navaja, abatida abrazó llorando a Sadie.
-Siempre hay esperanza –Le dijo Sadie estrechándola cariñosamente.
-¿Tú crees?
-Sí, aunque tal vez no lo parezca, no vuelvas a pensar en esto por favor –Dijo Sadie levantando la navaja y a punto de irse.
-Oye… -Dijo tímida la chica antes de que Sadie se marchara, su llanto pareció borrarse un instante.
-Dime.
-Creo que me gustas.
XI. LA PLAYA DEL SILENCIO.
Olvidar a alguien es un deber (voluntario, ante todo) arduo, y más en un lugar como la playa, porque el mar parece devolver de sus profundidades cada instante y promesa, o bien; ahogar en el dolor que se quisiera anestesiar.
Con una luz mortecina, Sadie estaba en la playa cursando las anteriores sensaciones, en sus pupilas se desplegaban las percepciones que cautivaron su alma: la fragilidad del tiempo, la intriga de los sueños, el curso de sus sentimientos; acaso el humo de algún beso disolviéndose al viento.
La marea crecía, Sadie sentía como se hundían sus pies en la arena, al igual que su mente naufragaba en un mar de nostalgias y desvaríos. Se hacía tarde, Sadie se marchó de aquel lugar, en la arena, aún se ve la senda de sus huellas dirigiéndose al relego, abandonando aquella playa del silencio.
X. PREVENIR ESAS TRAGEDIAS.
La lluvia es persistente. Desde caserones antiguos de techumbres herrumbrosas, caen chorros de agua que en la acera forman riachuelos y ciénagas imprevistas. En un edificio hay una puerta negra abierta, el interior es profundo y lóbrego, escasamente iluminado, y no hay nadie cuidando esa entrada. En frente, Sadie se ha quedado en una tienda a causa del clima, entre la mujer que atiende y ella se erige un silencio que no es necesario romper; el repiqueteo incesante de las gotas llena la ausencia de palabras. No obstante, la mujer se decide a cambiar la cómoda afonía.
-¿Sabe algo? –Le dice a Sadie.
-Dígame.
-¿Ve el edificio de la puerta abierta?
-Sí, ¿que tiene? –Responde Sadie. En ese momento ven a una muchacha llegar a él, cautelosa inspecciona el interior, y algo indecisa, entre finalmente.
-Es una clínica de abortos.
-No lo sabía, ni lo hubiera pensado –Dice Sadie, queriendo descifrar el enigma en la espesa penumbra.
-Sí, luego vienen aquí a preguntar la dirección, ¿no tiene aspecto de serlo, verdad?
-No, se ve tan abandonado.
La lluvia sigue cayendo, pasan los autos salpicando las viejas paredes de las casas y en las banquetas la inmundicia se amontona.
-Deberíamos prevenir esas tragedias, pero no sé cómo –Añade la mujer luego de suspirar.
-¿Denunciando? ¿Tal vez permitiéndolo?; así no habrían tantas muertes por las condiciones ilegales e insalubres, ¿no cree?
-No lo sé; ¿y sabe otra cosa?...
-Le escucho.
-Yo aborté.
Sadie voltea a verla, toma segundos en responder.
-Me apena no saber que decirle.
-No diga nada. Fue horrible, desde que lo hice tengo una pesadilla recurrente: sueño que vuelvo a estar embarazada, y alguien me dice, tal vez Dios, que es una segunda oportunidad. Cuando me llega la hora de parir, expulso una extraña masa amarillenta; de nuevo ese alguien me dice que de esa materia tengo que moldear unos gemelos, y que me los podré quedar a condición de que estén en iguales proporciones, pero solo tengo toda la noche para hacerlo. Desesperada empiezo, trato de moldear bien los gemelos, pero sus cuerpos me queda siempre disparejos. Al amanecer, esa masa se pudre entre mis manos oliendo horriblemente y produciendo larvas, al tiempo que escucho llantos de niños sufriendo.
Sadie la mira fijamente.
-¿Y no ha buscado ayuda?
-Sí, hoy con usted es la primera vez desde hace veinte años. Y por cierto, yo conozco al dueño de esa clínica, cuando necesite…
-Gracias.
Una primera lágrima desciende por los demacrados surcos del rostro de la mujer; el agua corre uniforme por los escaparates de esa tienda.
IX. NUNCA FUI CREYENTE.
-Ave María purísima –Se escucha la voz decrépita de un sacerdote.
-Sin pecado concebida –Responde el alma errante en turno.
Lóbrega, fría y amplia, en la nave de la iglesia se escuchan débiles pasos, ecos y cuchicheos. La escasa iluminación permite que las sombras sean casi perpetuas. Pocas personas esperan la confesión, en la fila una mujer llora junto a Sadie, y ella le ofrece un pañuelo.
-Gracias –Acepta la mujer secándose las lágrimas.
-De que –Responde Sadie dándole otro.
-Con lo que traigo me acabaré sus pañuelos.
-No se preocupe, para eso son.
-Le agradezco, ya ve, es el peso de todo.
-Entiendo, debe ser algo grave. Tómelo como un desahogo, una preparación, o lo que sea que le ayude.
La mujer cubre su rostro ente las manos, se controla un poco y dice:
-Yo no estoy bautizada, nunca fui creyente. Nací en un hogar jodido, a los nueve años mi padrastro comenzó a prostituirme, a los catorce tuve a mi primer hijo y seguí prostituyéndome porque no supe de otra forma para sobrevivir. Cuando se es niña una quiere jugar con muñecas y no con penes, se quiere estar con otros niños y no en cuartos con malditos bastardos que te violan.
Sadie toma unos segundos antes de contestarle fijando su mirada en una pintura de la crucifixión.
-Diga lo que le diga, no le aliviaría todo ese dolor, yo no sé que hubiera hecho en su lugar. No sé cómo pueda ayudarla. Me impresiona lo que acaba de contarme.
-Está bien. No entiendo, en verdad no entiendo. Vine a que me expliquen porque pasan estas cosas. ¿Qué puedo esperar de la vida, de mí, o de la demás personas? ¿Por qué la gente es cómo es? ¿Cuál es el fin de todo?
Sadie alzó los hombros.
-No lo sé, también me lo he preguntado. Dicen aquí que por lo del libre albedrío, ¿no?
-Sí, eso del libre albedrío que nos permitió Dios; es tan fácil ser Dios…
-Así es… y tan complejo es ser esto que somos –Dijo Sadie necesitando tomar la mano de aquella mujer.
VIII. FELL VICTIM.
It was twilight; the night was starting to spread her mysterious winds. Sadie was hugging him tight, until feels his rhythmic breath.
-I think I’m a fell victim –Sadie said.
-A fell victim? And from whom? –He answered.
-From you darling, from your love… -Sadie immediately kissed him.
-…and I don’t want to revive from this death –She added after unstuck her red lips.
VI. SATIN
Atrás de la cortina de satín estaba el cuarto, y de él, emergía una extraña luminiscencia. Sadie no podía perder esa oportunidad, ella había sido elegida. Si entraba, sabría la verdad absoluta sobre todas las cosas en todas las existencias, conocería la causa de todo, poseería las consecuciones y explicaciones de todo lo que es y no es, y lo mejor; por primera vez enfrentaría su realidad sin dudas o temores. Y entró.
Al día siguiente despertó en casa. La luz del sol, saberse viva, cada cosa que pudiera percibir y concebir en ese instante era inabarcable. Se arregló para salir.
Viajaba en autobús, las personas escuchaban ensimismadas las noticias que transmitían por radio. Un hombre mayor iba al lado de ella, parecía que cada cosa que decían en el noticiero le afectaba; meneaba la cabeza o hacia un gesto, de pronto le dijo a Sadie:
-¿Sabe algo señorita? No pude ser que estemos viviendo esta situación. Las guerras, el poder, la contaminación, ¡tantas cosas!... se supone que esta es una época de avances, ¿no?. En 71 años he esperado que las cosas mejoren, pero parece que vamos para atrás. No sé, espero en Dios, el tiempo, o en lo que sea, pues que todo mejore, ¡imagínese!, ¿qué le dejaremos a las generaciones que vengan?
Sadie lo escuchó atenta, por su mente pasaban tantas y tantas cosas, sintió compasión de él y de si misma, no sabía si responderle la verdad; lo miró profundamente, como nunca antes a nadie había mirado…
V. LECHO DE MUERTE
La percepción era inequívoca, fría, súbita, idea inconcebible y esperada a la vez. No importaba que hiciera Sadie: cocinara, viajara en autobús o cantara; muy a menudo, el pensamiento sobre su muerte la asaltaba. No parecía real, no le parecía que solo la muerte fuera el término de nacer o vivir. Ese pensamiento de saberse algún día en un lecho de muerte era terrible, mejor seguía cocinando, viajando en autobús o cantando; que algún día ya llegaría.
IV. MISERICORDIA
En medio de las sombras y el polvo, y ante una serie de esparcidas hojas que yacían a sus pies, Sadie maldijo todas las líneas escritas y los significados arbitrarios de las palabras, pero también entendió que todo aquello significaba ser ella y era igualmente una bendición. Arrodillándose, sin importar la penumbra y la escasa esperanza, se dispuso a ordenar los textos mientras pedía misericordia por la dualidad de sus sentimientos, al tiempo que también agradecía poseerlos.
III. ARDER
Como en cualquier noche mágica de tibio sueñosismo, como cualquiera de las veces en que nos hemos enamorado; Sadie cursaba ese nítido sentimiento: la ilusión, la alegría, la catarsis…E imaginaba pasear con él, asiendo su mano, siendo estrechada entre sus brazos. Ardía al verlo a los ojos, al darle los buenos días, o al menor roce imprevisto de pieles. Deseaba que estuvieran juntos, que envejecieran así, imaginaba toda una vida con él y cada vicisitud. Ardía al desear los íntimos instantes, que la desvistiera, asediara sus caderas, y capitular el sitio entre sus piernas abiertas. Pero no, no será así, y nunca lo sería; porque Sadie sabe que él prefiere la simetría, que el encuentra en otro organismo parecido, lo que ella jamás sería. La noche entonces, se vuelve fría, abstracta; en exceso incomprensible.
II. EL VENENO
En aquel indefinible segundo, con la mano yerta empuñando la pluma y enfrentando la hoja vacía, Sadie no sabía que ingería voluntariamente el veneno; y ese veneno, fue comenzar a sufrir las palabras. De a poco, de a lento, se iba intoxicando de los trazos dictados por su corazón, y tras haber ingresado a ese laberinto de incipientes líneas, supo que sería difícil regresar; acaso imposible.
I: TIEMPO PERDIDO
Sin imaginar que contenía la gastada caja metálica, Sadie encontró adentro fotografías, cartas, reminiscencias, otoños, y otras menudencias de amigos que ella tuvo. Todo aquello parecía tiempo perdido, no pensaba en volver a encontrar aquellas cosas, y en el reverso de una lejana postal, escribió:
“¿Qué hacer con estas cartas? Guardadas en una ruinosa caja, poco a poco se tornan amarillas. En sus lisas superficies figuran instantes, promesas y premisas; palabras ya inertes. Releyéndolas, han perdido su significado entre la hojarasca y el olvido. En el inevitable curso de los años se agrietarán y volverán polvo, entonces; se perderán como ceniza en el cielo”
Cerró la caja, pero las fotografías, cartas, reminiscencias, otoños, y otras menudencias de amigos que ella tuvo; figuraron como la nostalgia de un instante imprevisto.
2 comentarios:
Trece suena a número de mala suerte... yo creo que esto debe continuar.
Repito, una vez más (lo sé, lo sé) que ésta ha sido una idea genial. Fabulosas las trece piezas que completan parte de el puzzle que eres. Gracias por compartirlas con nosotros.
Publicar un comentario