ºthey found me face-down in the street on the night you left to find another place to sleep in rain and regret -alk3
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El luto no era costumbre, por el contrario, aún pendía de nervios frescos que seguían pulsando. Las campanas de una iglesia doblaban para la última celebración de la tarde, se escuchaban por toda la casa hasta morir en la oscuridad que crecía a través de las ventanas sucias de pesados y purpuras cortinajes.
En un enorme espejo de la sala Sadie se terminaba de arreglar. Un ligero paño negro cubría su cabeza. No tan largo, su vestido, aún acusaba las formas de la juventud. En su reflejo Sadie notaba el fluir de los años, y en aquel cause misterioso vio innumerables fotografías desembocar en ese instante.
-No debo llorar, se hace tarde –Pensó. Antes de salir miró unas fotografías, unas en blanco y negro, otras en sepia, sonrió para sí, estar ahí pensando en el pasado era extraño.
Salió de la casa y se detuvo un momento en frente de ella. Había un árbol seco cuyas tortuosas ramas parecían implorar algo al cielo. La fachada estaba sucia, la pintura poco a poco se resquebrajaba, habían grietas, sombras y polvo. Los arbustos del jardín estaban secos y amarillos, la tierra se levantaba de vez en cuando por el viento, hacía tanto que no abría los pesados y purpuras cortinajes, las ventanas habían perdido su transparencia. Recordó cuando apenas ella y él habían llegado a vivir ahí, el enrome jardín era fresco y en el árbol que daba flores llegaban los colibrís a alimentarse. Atravesó todo aquel jardín saliendo por la reja de oxidadas verjas y bisagras, tomó un balde de metal que estaba junto, colocó el candado y se fue.
Las aceras eran viejas, las calles por donde transitaban los autos eran de un adoquín antiguo y erosionado por el tiempo. Aún a lo largo de ciertos tramos habían niños jugando con pelota. Sadie pasaba cerca y sonreía al verles. El viento soplaba tenue y ella lo sentía en las plantas de sus pies gracias al calzado descubierto que llevaba. Fachadas centenarias y balcones contemplaban a Sadie pasando, hialina y suave, genuinamente ella a través de la tarde. Todavía se escuchaban las campanas de la iglesia para la última misa que seguramente estaría empezando. Sadie pasó cerca de aquella iglesia, había gente afuera vendiendo comida y artículos religiosos. Más allá de todo aquello llegó a su destino. Ya divisaba las extensas y blancas bardas de piedra del cementerio. No era un día muy concurrido para ir, pero a ella se le hacía cómodo, no habían muchas personas que pudieran importunarla. En la entrada vendían todo tipo de flores, y otras cosas. Sadie llegó a un puesto.
-Buenas tardes, dígame –Dijo la mujer que atendía.
-Estoy viendo, gracias –Contestó Sadie contemplando todo lo que ofrecían ahì.
-Sí, esas rojas, a él le gustaba el rojo y seguro que le encantarían –Pensó Sadie,- me da aquel ramo de allá- Añadió Sadie señalando unas flores que destacaban por su tono rojizo o carmín. Pagó, colocó el ramo en el balde que traía y se fue.
El cementerio era enorme, acaso el más grande en aquella ciudad. Era un gran terreno con algunas pequeñas lomas a cierta distancia. Muchas tumbas eran iguales en su mayoría, otras ofrecían espléndidas arquitecturas. El pasto estaba tan bien cortado de modo que al pisarlo se sentía una extraña suavidad. Sadie caminó algunos minutos más antes de ascender una pequeña colina, ya desde el pie de la misma se alcanzaba ver la única lápida junto a un árbol nudoso que no tenía hojas. Antes de subir, Sadie llenó el pequeño balde con agua en un grifo que estaba cerca, ahí un niño y una niña jugaban con el agua. Llegó a la cima de la colina y contempló la lapida con sus modestos floreros de mármol. Se arrodilló y comenzó a separar el ramo de flores en dos partes.
-Son tan rojas como sus labios, seguro le hubieran gustado mucho. Rojo era su color preferido, algunas veces me pedía que me vistiera de rojo –Se dijo mientras acomodaba las dos partes de flores en sus respectivos lugares. Terminado esto las regó con el agua que había traído, y con la misma que había sobrado, la vertió sobre la lapida; el líquido limpió la superficie quitando la tierra y las partículas, descubriendo las inscripciones, los años y los recuerdos. Sadie sabía de memoria el epitafio, pero repitió aquel nombre grabado en el mármol: Viktor, y pasó sus dedos por la superficie, queriendo sentirlo mejor.
-Viktor, Viktor…ya han pasado varios años –Pensó, y se sentó de tal manera que se apoyara en el tronco del árbol seco. El viento soplaba discretamente, agitaba las flores y revolvía los cabellos de Sadie. En el ambiente se oían las pláticas de algunas personas que estaban cerca, el mismo roce del viento con los árboles cercanos y la reflexión de alguien hacia una pequeña multitud en un entierro.
Con la mirada fija en la lapida revivía sus memorias, las eternas memorias que nos extravían en el presente, aquellas que todos sentimos y jamás permitimos dejarlas al relego. Súbitamente, Sadie notó que un pequeño insecto pasaba por su vista, muy cerca de su rostro, y notó como se posaba en uno de sus pliegues de su falda: era una catarina, muy roja y con sus naturales manchas negras.
-¡Una catarina! –Dijo, y se sonrojó ligeramente.
Puso su dedo y permitió que el diminuto insecto se subiera. Ella lo llevó lentamente hasta tenerlo muy cerca de su vista y estudiarlo. La catarina se movía desconcertada, abría por momentos su coraza permitiendo ver su aleteo.
-No te vayas –Le dijo Sadie.
Aquel pequeño organismo revivió recuerdos casi olvidados, le regaló un momento que no tenía planeado pensar en el día remitiéndola a unos instantes cuando Viktor aún estaba con ella.
…ambos yacían acostados en la sombra al pie de un árbol –Sadie notaba que eran todavía muy jóvenes- era una tarde de verano. Tibia, gentil, ideada para ellos dos. Sadie tenía reclinada su cabeza en el regazo de Viktor. El a veces la besaba, ella a veces se llevaba las manos de él para también besarlas, -Sadie suspiraba-, apenas movía los labios, y aún en la superficie de ellos sentía las manos de Viktor.
-Que feliz estoy –había dicho ella.
-Yo también, tan solo porque estoy contigo –respondió Viktor.
-Mentiroso
-¡Es verdad!
-Demuéstramelo
-¿Cómo quieres que te lo demuestre? –Dijo él.
-Nunca me dejes de querer, nunca te vayas
-¡Tonta!, yo jamás me apartaría de ti, nunca, nunca, mi amor
“jamás me apartaría de ti, nunca, nunca, mi amor” “ jamás me apartaría…….jamás…jamás” El eco de aquella frase resonó millones de veces en la cabeza de Sadie –No debo llorar –Pensó y, sin embargo, siguió recordando.
-¿Nunca, nunca? ¡Que bueno!, quiero estar contigo siempre. Solo tú y yo; ¿pero y que tal si un día me pasa algo y muero?
-Tonta, no digas, eso. ¡Aparte!, ¿de qué te podrías morir? –replicó él.
-De amarte tanto, de amarte tanto, ya es una enfermedad, mi vida
-Oye, entonces ya me contagiaste, y nunca, nunca quiero aliviarme
-Ni yo, mi amor, será grandioso, moriremos amándonos, y ni aún eso nos separará.
-Nos veremos en el cielo –Dijo Viktor.
-¿En el cielo?, el cielo ya debe ser aquí, contigo, nosotros dos juntos –Dijo Sadie, y ella lo tiró suavemente del rostro para besarlo, un beso rojo, vivo, lleno de luz.
En aquel momento, tal vez arrastrada por una corriente de viento, un catarina se había posado en blusa de Sadie, voló un poco y se posó finalmente en su escote, que era pronunciado.
-Una catarina –Dijo Viktor. Sadie también la miraba, se estaba moviendo, y había casi llegado al nacimiento de sus senos. Sadie rió.
-¿Te gusta esta catarina?
-Si
-¿Seguro? ¿solamente la catarina?, ¡mentiroso! –Dijo ella riendo
-No, solamente la catarina no… –Contestó él, y se besaron nuevamente. Suspiraron.
-Tienes razón, el cielo ya debe ser acá, contigo –Dijo Viktor mirando la catarina y aún más allá, en lo senos de Sadie, sus bellas geografías…
Junto a la lápida y aún contemplando la catarina en la punta de su dedo, Sadie regresaba al presente. Suspiró, deseaba que ese momento hubiera sido eterno, que pudiera regresar ella y seguir recostada en el pecho de él, que siguiera siendo aquella tarde. Quizá la catarina que ahora sostenía era la misma que se posó adornando su escote, bien podría ser aquel animalillo un vestigio del pasado, un remanente de las memorias extraviadas de ella.
La tarde declinaba, el sol iba alargando las sombras de todas las lápidas. Aún había algo de gente, el entierro que estaba cerca todavía no terminaba, y mucha gente en el estaba llorando.
-Hay gente a la que le cuesta más trabajo enterrar a sus muertos, no solo en la tierra, sino también en su recuerdo; aunque bueno, quizá en el recuerdo nunca los enterremos. A fin de cuentas, regresamos a la tierra todo lo que ella generosamente en vida nos dio, nos tocará nutrirla como ella nos alimentó, y, de alguna manera, nosotros alimentaremos a los que aún sigan con vida, o sigan después de nosotros. Es tan extraño hablar de esto ahora, ahora que estoy viva y sé que algún día todo habrá de terminar, ¿pero como habré de terminar?, no lo sé, quizá como terminó Viktor, simplemente moriré como han muerto muchos antes de mi, y no sé como sentiré el interludio entre la misma vida y lo que siga, que le llamamos muerte –Sadie terminó de decir al tiempo en que la catarina batió sus alas y despegó de su dedo,- adiós, querida, gracias por los recuerdos.
Ya había oscurecido cuando Sadie regresaba a casa. La noche era serena, fresca, y el amplio celaje estaba agujereado de estrellas. Las grietas, sombras y polvo seguían allí, al igual que el árbol de secas ramas cuyas sombras se reflejaban fantasmagóricamente en el suelo gracias a la pálida luna. Desde que Viktor había muerto Sadie no había vuelto a prender el farol de la entrada.
Sadie subió al segundo piso, corrió todas las cortinas de todas las habitaciones hasta llegar finalmente a la recamara principal. Era amplia, habían numerosos y lujosos muebles, en uno de ellos, junto a la cama, habían varios retratos de ella y Viktor. Sadie se asomó por la ventana y reparó en el cielo nocturno.
-Esta noche se parece tanto a la noche en que murió él. También habían muchas estrellas, y aquella vez en el árbol se posaron algunos cuervos.
Desde que murió Viktor, Sadie ya no dormía en el cuarto principal, desde entonces prefería una alcoba más pequeña, con una cama individual, y en esa misma alcoba había un librero con muchos libros de él. Antes de acostarse iba al dormitorio principal y permanecía algunos instantes. De un cajón sacó una vela y una caja de cerillos para encenderla, y la colocó junto a un retrato donde solo figuraba Viktor. Sentada en la cama Sadie contemplaba a la luz del fuego cada geometría del rostro de Viktor.
-En esta foto está casi igual cuando murió, que raro, hasta la noche de este día es muy parecida con la de aquel.
Contemplando las imprecisas formas que tomaba el fuego, Sadie se extravió en sus propios recovecos del pasado, y en el mismo dormitorio principal revivió aquella noche de muerte, aquellos últimos minutos con Viktor, aquel dialogo en el lecho de muerte.
…Él estaba recostado sobre algunas almohadas, tenía la mirada extraña y en sí sentía la aproximación del momento esperado. Tosía de vez en cuando, se tapaba la boca con un paño, cada vez que lo hacía, el paño se impregnaba de sangre.
-Mi niño, ¿es que no te cuidé bien? –Dijo Sadie que estaba a su lado y le acariciaba el cabello y rostro.
-Claro que me cuidaste bien, tanto amor nos está matando, eso es lo que pasa.
-Querido, no digas eso que me haces sufrir, yo soy la que debería estar en tu lugar, no me gusta verte sufrir.
-¡Oh, no! De ninguna manera, tu no lo soportarías, Sadie, es mejor que sea así
-No es mejor, porque tengo miedo de que te vayas –Sadie contenía las lágrimas,-¿Qué haré sin ti?
-Seguir, mi querida Sadie, continuar, la vida para ti no se acaba.
-¡Si te fueras, la vida se acabaría inmediatamente para mí, corazón! Y nos iríamos a reunir en otro lugar.
Viktor tosió, tuvo que cambiar el paño.
-¿Reunirnos en otro lugar? ¿Puede haber otro lugar mejor que aquí contigo? En esta vida me has hecho sentir muy bien.
-¿Cómo en el cielo?
-Si, Sadie, como en el cielo, ahora no se a donde parto, mi amor.
-Querido, debes ser un ángel, y ahora dios me lo está pidiendo de vuelta, y yo quiero seguir teniéndolo más tiempo.
-No, Sadie, tú debes ser algo mejor que un ángel, algo mejor… aquí en la tierra, sin corromperte, siento tan buena, siendo mía, que afortunado fui, no sé, ¿quien te permitió que bajaras del cielo, amor? A donde vaya, ve por mí, ¿lo prometes?, como las valkirias, y estaremos en un lugar mejor –Dijo Viktor, y Sadie asió su mano con aferro.
-Te prometo todo lo que quieras, Viktor, todo lo que quieras, te seguiré a donde sea necesario.
Y Sadie besó a Viktor con arrojo, con lágrimas, con una extraña pasión que nunca antes había sentido. Viktor, que momentos antes se sentía desfallecer, pareció adquirir un nuevo halo de vida.
-Viktor, mi querido Viktor, tus rojos besos saben a muerte.
-Sadie, amor; y los tuyos rebosan vida –E inclinando la cabeza, Viktor expiró…
En un enorme espejo de la sala Sadie se terminaba de arreglar. Un ligero paño negro cubría su cabeza. No tan largo, su vestido, aún acusaba las formas de la juventud. En su reflejo Sadie notaba el fluir de los años, y en aquel cause misterioso vio innumerables fotografías desembocar en ese instante.
-No debo llorar, se hace tarde –Pensó. Antes de salir miró unas fotografías, unas en blanco y negro, otras en sepia, sonrió para sí, estar ahí pensando en el pasado era extraño.
Salió de la casa y se detuvo un momento en frente de ella. Había un árbol seco cuyas tortuosas ramas parecían implorar algo al cielo. La fachada estaba sucia, la pintura poco a poco se resquebrajaba, habían grietas, sombras y polvo. Los arbustos del jardín estaban secos y amarillos, la tierra se levantaba de vez en cuando por el viento, hacía tanto que no abría los pesados y purpuras cortinajes, las ventanas habían perdido su transparencia. Recordó cuando apenas ella y él habían llegado a vivir ahí, el enrome jardín era fresco y en el árbol que daba flores llegaban los colibrís a alimentarse. Atravesó todo aquel jardín saliendo por la reja de oxidadas verjas y bisagras, tomó un balde de metal que estaba junto, colocó el candado y se fue.
Las aceras eran viejas, las calles por donde transitaban los autos eran de un adoquín antiguo y erosionado por el tiempo. Aún a lo largo de ciertos tramos habían niños jugando con pelota. Sadie pasaba cerca y sonreía al verles. El viento soplaba tenue y ella lo sentía en las plantas de sus pies gracias al calzado descubierto que llevaba. Fachadas centenarias y balcones contemplaban a Sadie pasando, hialina y suave, genuinamente ella a través de la tarde. Todavía se escuchaban las campanas de la iglesia para la última misa que seguramente estaría empezando. Sadie pasó cerca de aquella iglesia, había gente afuera vendiendo comida y artículos religiosos. Más allá de todo aquello llegó a su destino. Ya divisaba las extensas y blancas bardas de piedra del cementerio. No era un día muy concurrido para ir, pero a ella se le hacía cómodo, no habían muchas personas que pudieran importunarla. En la entrada vendían todo tipo de flores, y otras cosas. Sadie llegó a un puesto.
-Buenas tardes, dígame –Dijo la mujer que atendía.
-Estoy viendo, gracias –Contestó Sadie contemplando todo lo que ofrecían ahì.
-Sí, esas rojas, a él le gustaba el rojo y seguro que le encantarían –Pensó Sadie,- me da aquel ramo de allá- Añadió Sadie señalando unas flores que destacaban por su tono rojizo o carmín. Pagó, colocó el ramo en el balde que traía y se fue.
El cementerio era enorme, acaso el más grande en aquella ciudad. Era un gran terreno con algunas pequeñas lomas a cierta distancia. Muchas tumbas eran iguales en su mayoría, otras ofrecían espléndidas arquitecturas. El pasto estaba tan bien cortado de modo que al pisarlo se sentía una extraña suavidad. Sadie caminó algunos minutos más antes de ascender una pequeña colina, ya desde el pie de la misma se alcanzaba ver la única lápida junto a un árbol nudoso que no tenía hojas. Antes de subir, Sadie llenó el pequeño balde con agua en un grifo que estaba cerca, ahí un niño y una niña jugaban con el agua. Llegó a la cima de la colina y contempló la lapida con sus modestos floreros de mármol. Se arrodilló y comenzó a separar el ramo de flores en dos partes.
-Son tan rojas como sus labios, seguro le hubieran gustado mucho. Rojo era su color preferido, algunas veces me pedía que me vistiera de rojo –Se dijo mientras acomodaba las dos partes de flores en sus respectivos lugares. Terminado esto las regó con el agua que había traído, y con la misma que había sobrado, la vertió sobre la lapida; el líquido limpió la superficie quitando la tierra y las partículas, descubriendo las inscripciones, los años y los recuerdos. Sadie sabía de memoria el epitafio, pero repitió aquel nombre grabado en el mármol: Viktor, y pasó sus dedos por la superficie, queriendo sentirlo mejor.
-Viktor, Viktor…ya han pasado varios años –Pensó, y se sentó de tal manera que se apoyara en el tronco del árbol seco. El viento soplaba discretamente, agitaba las flores y revolvía los cabellos de Sadie. En el ambiente se oían las pláticas de algunas personas que estaban cerca, el mismo roce del viento con los árboles cercanos y la reflexión de alguien hacia una pequeña multitud en un entierro.
Con la mirada fija en la lapida revivía sus memorias, las eternas memorias que nos extravían en el presente, aquellas que todos sentimos y jamás permitimos dejarlas al relego. Súbitamente, Sadie notó que un pequeño insecto pasaba por su vista, muy cerca de su rostro, y notó como se posaba en uno de sus pliegues de su falda: era una catarina, muy roja y con sus naturales manchas negras.
-¡Una catarina! –Dijo, y se sonrojó ligeramente.
Puso su dedo y permitió que el diminuto insecto se subiera. Ella lo llevó lentamente hasta tenerlo muy cerca de su vista y estudiarlo. La catarina se movía desconcertada, abría por momentos su coraza permitiendo ver su aleteo.
-No te vayas –Le dijo Sadie.
Aquel pequeño organismo revivió recuerdos casi olvidados, le regaló un momento que no tenía planeado pensar en el día remitiéndola a unos instantes cuando Viktor aún estaba con ella.
…ambos yacían acostados en la sombra al pie de un árbol –Sadie notaba que eran todavía muy jóvenes- era una tarde de verano. Tibia, gentil, ideada para ellos dos. Sadie tenía reclinada su cabeza en el regazo de Viktor. El a veces la besaba, ella a veces se llevaba las manos de él para también besarlas, -Sadie suspiraba-, apenas movía los labios, y aún en la superficie de ellos sentía las manos de Viktor.
-Que feliz estoy –había dicho ella.
-Yo también, tan solo porque estoy contigo –respondió Viktor.
-Mentiroso
-¡Es verdad!
-Demuéstramelo
-¿Cómo quieres que te lo demuestre? –Dijo él.
-Nunca me dejes de querer, nunca te vayas
-¡Tonta!, yo jamás me apartaría de ti, nunca, nunca, mi amor
“jamás me apartaría de ti, nunca, nunca, mi amor” “ jamás me apartaría…….jamás…jamás” El eco de aquella frase resonó millones de veces en la cabeza de Sadie –No debo llorar –Pensó y, sin embargo, siguió recordando.
-¿Nunca, nunca? ¡Que bueno!, quiero estar contigo siempre. Solo tú y yo; ¿pero y que tal si un día me pasa algo y muero?
-Tonta, no digas, eso. ¡Aparte!, ¿de qué te podrías morir? –replicó él.
-De amarte tanto, de amarte tanto, ya es una enfermedad, mi vida
-Oye, entonces ya me contagiaste, y nunca, nunca quiero aliviarme
-Ni yo, mi amor, será grandioso, moriremos amándonos, y ni aún eso nos separará.
-Nos veremos en el cielo –Dijo Viktor.
-¿En el cielo?, el cielo ya debe ser aquí, contigo, nosotros dos juntos –Dijo Sadie, y ella lo tiró suavemente del rostro para besarlo, un beso rojo, vivo, lleno de luz.
En aquel momento, tal vez arrastrada por una corriente de viento, un catarina se había posado en blusa de Sadie, voló un poco y se posó finalmente en su escote, que era pronunciado.
-Una catarina –Dijo Viktor. Sadie también la miraba, se estaba moviendo, y había casi llegado al nacimiento de sus senos. Sadie rió.
-¿Te gusta esta catarina?
-Si
-¿Seguro? ¿solamente la catarina?, ¡mentiroso! –Dijo ella riendo
-No, solamente la catarina no… –Contestó él, y se besaron nuevamente. Suspiraron.
-Tienes razón, el cielo ya debe ser acá, contigo –Dijo Viktor mirando la catarina y aún más allá, en lo senos de Sadie, sus bellas geografías…
Junto a la lápida y aún contemplando la catarina en la punta de su dedo, Sadie regresaba al presente. Suspiró, deseaba que ese momento hubiera sido eterno, que pudiera regresar ella y seguir recostada en el pecho de él, que siguiera siendo aquella tarde. Quizá la catarina que ahora sostenía era la misma que se posó adornando su escote, bien podría ser aquel animalillo un vestigio del pasado, un remanente de las memorias extraviadas de ella.
La tarde declinaba, el sol iba alargando las sombras de todas las lápidas. Aún había algo de gente, el entierro que estaba cerca todavía no terminaba, y mucha gente en el estaba llorando.
-Hay gente a la que le cuesta más trabajo enterrar a sus muertos, no solo en la tierra, sino también en su recuerdo; aunque bueno, quizá en el recuerdo nunca los enterremos. A fin de cuentas, regresamos a la tierra todo lo que ella generosamente en vida nos dio, nos tocará nutrirla como ella nos alimentó, y, de alguna manera, nosotros alimentaremos a los que aún sigan con vida, o sigan después de nosotros. Es tan extraño hablar de esto ahora, ahora que estoy viva y sé que algún día todo habrá de terminar, ¿pero como habré de terminar?, no lo sé, quizá como terminó Viktor, simplemente moriré como han muerto muchos antes de mi, y no sé como sentiré el interludio entre la misma vida y lo que siga, que le llamamos muerte –Sadie terminó de decir al tiempo en que la catarina batió sus alas y despegó de su dedo,- adiós, querida, gracias por los recuerdos.
Ya había oscurecido cuando Sadie regresaba a casa. La noche era serena, fresca, y el amplio celaje estaba agujereado de estrellas. Las grietas, sombras y polvo seguían allí, al igual que el árbol de secas ramas cuyas sombras se reflejaban fantasmagóricamente en el suelo gracias a la pálida luna. Desde que Viktor había muerto Sadie no había vuelto a prender el farol de la entrada.
Sadie subió al segundo piso, corrió todas las cortinas de todas las habitaciones hasta llegar finalmente a la recamara principal. Era amplia, habían numerosos y lujosos muebles, en uno de ellos, junto a la cama, habían varios retratos de ella y Viktor. Sadie se asomó por la ventana y reparó en el cielo nocturno.
-Esta noche se parece tanto a la noche en que murió él. También habían muchas estrellas, y aquella vez en el árbol se posaron algunos cuervos.
Desde que murió Viktor, Sadie ya no dormía en el cuarto principal, desde entonces prefería una alcoba más pequeña, con una cama individual, y en esa misma alcoba había un librero con muchos libros de él. Antes de acostarse iba al dormitorio principal y permanecía algunos instantes. De un cajón sacó una vela y una caja de cerillos para encenderla, y la colocó junto a un retrato donde solo figuraba Viktor. Sentada en la cama Sadie contemplaba a la luz del fuego cada geometría del rostro de Viktor.
-En esta foto está casi igual cuando murió, que raro, hasta la noche de este día es muy parecida con la de aquel.
Contemplando las imprecisas formas que tomaba el fuego, Sadie se extravió en sus propios recovecos del pasado, y en el mismo dormitorio principal revivió aquella noche de muerte, aquellos últimos minutos con Viktor, aquel dialogo en el lecho de muerte.
…Él estaba recostado sobre algunas almohadas, tenía la mirada extraña y en sí sentía la aproximación del momento esperado. Tosía de vez en cuando, se tapaba la boca con un paño, cada vez que lo hacía, el paño se impregnaba de sangre.
-Mi niño, ¿es que no te cuidé bien? –Dijo Sadie que estaba a su lado y le acariciaba el cabello y rostro.
-Claro que me cuidaste bien, tanto amor nos está matando, eso es lo que pasa.
-Querido, no digas eso que me haces sufrir, yo soy la que debería estar en tu lugar, no me gusta verte sufrir.
-¡Oh, no! De ninguna manera, tu no lo soportarías, Sadie, es mejor que sea así
-No es mejor, porque tengo miedo de que te vayas –Sadie contenía las lágrimas,-¿Qué haré sin ti?
-Seguir, mi querida Sadie, continuar, la vida para ti no se acaba.
-¡Si te fueras, la vida se acabaría inmediatamente para mí, corazón! Y nos iríamos a reunir en otro lugar.
Viktor tosió, tuvo que cambiar el paño.
-¿Reunirnos en otro lugar? ¿Puede haber otro lugar mejor que aquí contigo? En esta vida me has hecho sentir muy bien.
-¿Cómo en el cielo?
-Si, Sadie, como en el cielo, ahora no se a donde parto, mi amor.
-Querido, debes ser un ángel, y ahora dios me lo está pidiendo de vuelta, y yo quiero seguir teniéndolo más tiempo.
-No, Sadie, tú debes ser algo mejor que un ángel, algo mejor… aquí en la tierra, sin corromperte, siento tan buena, siendo mía, que afortunado fui, no sé, ¿quien te permitió que bajaras del cielo, amor? A donde vaya, ve por mí, ¿lo prometes?, como las valkirias, y estaremos en un lugar mejor –Dijo Viktor, y Sadie asió su mano con aferro.
-Te prometo todo lo que quieras, Viktor, todo lo que quieras, te seguiré a donde sea necesario.
Y Sadie besó a Viktor con arrojo, con lágrimas, con una extraña pasión que nunca antes había sentido. Viktor, que momentos antes se sentía desfallecer, pareció adquirir un nuevo halo de vida.
-Viktor, mi querido Viktor, tus rojos besos saben a muerte.
-Sadie, amor; y los tuyos rebosan vida –E inclinando la cabeza, Viktor expiró…
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