sábado, 29 de noviembre de 2008

LA ENTREVISTA

Espero que no se confundan con los saltos de tiempo, cualquier cosa, escucho (o leo) comentarios. El final es distinto, originalmente tenia otro, uno quizá más ¿ingenuo?, ¿puro?, ¿tierno?, no se que palabra utilizar...pero descubrí que Eugenia Maria era (y es) una mujer fuera de si. Pobre, quería sentir álgo de verdad. Con este entre a un certamen hace un año...nada : (

De la ventana se filtran algunas luces de otros edificios que todavía están en actividad. Son las 00:26 y acaso, en ese nosocomio, hay otro ruido aparte del producido por los ductos de aire o las sigilosas pisadas de alguna enfermera. Está todo conjugado en una perfecta quietud, el más leve movimiento desafina esos acordes orquestales.
En frente de la misma ventana, Eugenia Maria yace apacible sobre su silla de ruedas. “Yo no estoy loca” –piensa. Las persianas solo permiten que vagos haces luminosos se cuelen dentro de la espaciosa pieza confiriendo a Eugenia Maria un aspecto irreal. Sus cabellos lacios y rubios le caen a ambos lados de la cara y terminan a media espalda. Tiene ojeras, la piel reseca y sin color. Sus ojos verdes están turbios, como si una muerte pasajera se hubiera apoderado de ellos. Su ser apenas emite señales de vida, acaso un pulso casi inexistente, uno que otro parpadeo involuntario; la respiración lenta y moribunda, melódica y nostálgica. Ya son las 00:27 y espera a que alguien le aplique una inyección para que pueda dormir sin problemas y no tener que ser atada por las extremidades a la cama.
No hace más que esperar. Mueve un dedo, ahora los ojos; después exhala más fuerte. Sigue esperando, en verdad, a las 00:28 horas no hay mucho que esperar, quizá el sueño, quizá.
Llega a su memoria el recuerdo del día antes de la entrevista, también era de noche, de las últimas noches donde seguiría ejerciendo uno de los oficios más antiguos del mundo en aquella misma esquina, de aquella misma calle. Sabía muy bien que después de las cinco de la mañana era muy difícil encontrar clientes, por consiguiente pensaba ya en irse a descansar; sin embargo, algo le indicó ese día que debía permanecer unos minutos más. Así lo hizo, prendió un cigarro, se frotó los brazos debido al frío. Miraba al fondo de la avenida para divisar si aparecía un posible cliente. Aquella había sido una jornada mala.
-Anda, solo un ratito, aquí atrás, en las plantas del hotel –Le dijo un vagabundo que tenía por conocido y quien a veces la molestaba. No obstante, otras tantas, le había regalado cigarros y algún trago.
-No jodas, hoy no me ha ido muy bien como para andarme acostando con pobres como tu. Vete. –Contestó Eugenia María.
-No seas coda, que te cuesta. Va a ser bien rápido –Replicó el vagabundo acercándosele de más e intentando tocarla.
-¡Que no cabrón! ¡¿Qué no entiendes?! –Le dijo Eugenia María metiendo una mano en su bolsa. El vagabundo sabía que podía sacar una navaja, ya la había visto usarla con borrachos que se le acercaban a ella con prepotencia. Se hizo para atrás alzando las manos.
-Ta bien, ta bien, nomás solo decía… pero has de querer que te ayude en algo… -Dijo el vagabundo. A Eugenia María le pareció pesar que el vagabundo tenía razón.
-No confundas los negocios con los favores –Le dijo cruzando los brazos y mirando para el otro lado de la calle.
-Ya, está bien, haber que día se me hace –Dijo el vagabundo que empezó a caminar tambaleándose para cruzar la calle. Eugenia María no le dio importancia y se fijó bien en un auto viejo que se detuvo en frente de ella, los cristales polarizados se bajaron.
-¿Cuánto…..? –Apenas si pudo decir un adolescente alcoholizado que no rebasaba los dieciséis años.
-Mil quinientos pero me vienes a dejar hasta aquí –Dijo Eugenia María mirando de soslayo el descuidado auto y tratando de no reparar en las facciones poco atractivas del adolescente.
-¡AH! ¡No jodas! ¡Ni que estuvieras tan bueeeena! Menos y si… -Contestó el adolescente,- si ya has de estar muy usada....
-¡Eso te vale! ¡¿Quieres o no?! ¡Pinche escuincle pobre, ni siquiera has de tener pelos en las axilas! –Contestó indignada Eugenia Maria. El adolescente le escupió y haciendo revolucionar el motor de su carro, se marchó.
-¡Cabrón! –Gritó Eugenia María, que comenzó a caminar hacia el lado contrario de la calle buscando en su bolso un papel para limpiarse.

La claridad lo comenzaba a invadir todo, el cielo iba tornándose albo, las paredes de los edificios rebelaban poco a poco la pintura resquebrajada, las ventanas opacas o los muros estigmatizados por las vicisitudes del medio; el humo, el tiempo y la tinta del aerosol. Las aves despertaban desde los pocos árboles que custodiaban aquellas avenidas solitarias, todavía podían escucharse algunos grillos chirriar; y sobre todo, la afonía de una ciudad fragorosa que no emergía del letargo somnoliento. Eugenia María iba a paso lento, el ruido cadencioso de sus tacones era lo único que alteraba la hegemonía quieta y matinal. Vestía un pantalón ceñido y una blusa que le llegaba hasta antes del ombligo. El cabello rubio y suelto se revolvía sobre su cara como olas desplayándose. De vez en cuando, algún auto pasaba por ahí creando una pequeña estela de aire frío. Cerca, alguien abría una ventana, otro; subía las cortinas de hierro de algún negocio. Más lejos, una escoba tallaba el triste asfalto y quitaba las hojas de las coladeras para que el agua no se estancara cuando lloviera.


Ya casi son las 00:29 horas y Eugenia María sigue recordando aquel día, esa calle, esa avenida. A aquel único cliente manco que atendió en toda la noche y olía a whisky barato. El acto en sí duró poco, aquel individuo le contó que su sueño de visitar una destilería de whisky en las highlands de Escocia se había echo realidad; que la palabra whisky deriva del gaélico escocés “uisge beatha” y del gaélico irlandés “uisce beathadh”, que significa, en ambos casos, “agua de vida”. Después, el hombre se quedó dormido, parecía muerto. Eugenia María salió del motel en el que no estuvo siquiera una hora. Lo del borracho no fue sino cualquier otro momento más, con otra persona más, en uno de los tantos moteles que ya había visitado.
Cuando ya recién había empezado a caminar de regreso, recuerda ese auto negro que se detuvo en frente de ella, no era nuevo ni viejo, pero estaba cuidado. Un hombre, más o menos de su edad, iba dentro. Tenía el cabello algo largo, gafas oscuras y un poco de barba. Bajó la ventana. No pudo distinguir bien sus facciones.
-Hola –Dijo.
-Dos mil quinientos y me traes de regreso hasta aquí –Contestó Eugenia María poniéndose una mano en la cintura, tratando distinguir las facciones del llegado.
-Pensé que iba a ser más… te doy trescientos ya.…y mañana, de todos modos, los dos mil quinientos –Dijo el hombre.
-¡Ay mira! No me hagas reír... no jodas por favor –Contestó Eugenia María que caminaba de nuevo. El hombre echó de reversa el auto y la alcanzó.
-¡¿Qué quieres?! –Dijo Eugenia María ante la insistencia. El hombre bajó del auto y se paró en frente de ella.
-No es lo que parece –Dijo- es que necesito un favor. Sacó la cartera y se la enseñó. Traía muchos billetes.
-A mi no me hace falta el dinero, pero escucha –Agregó. Eugenia María pareció ofenderse, y confundida, se dispuso a escuchar.
-Te explico. Mira, te doy trescientos ahora, mañana que pase por ti, como a eso de las doce, vienes conmigo y te paso los dos mil quinientos; pero hay una condición… -Dijo el hombre.
-No te entiendo… ¿Por qué gastar el dinero así? –Preguntó Eugenia María
-Hazlo, el motivo luego te lo explico. Para que veas que no es juego también te doy una credencial aparte del dinero… ¿de acuerdo? –Dijo el hombre entregándole el dinero y la credencial. Eugenia María los aceptó desconfiada como si estuviera recibiendo otra cosa.
-¿Y cuál es tu condición? –Preguntó ella.
-Antes de mí, no te vayas con otro. Solamente tú y ningún otro sabor –Dijo él-… te arreglas;…no eres fea-Agregó.
Eugenia María se llenó de un leve rubor. El hombre ya se disponía a subir a su auto.
-¿Y como, según tú, quieres que me arregle? –Dijo ella jugueteando con la credencial antes de que se fuera, esa frase le había sonado conocida.
El hombre sonrió, por un momento se alzó las gafas y alzó los hombros. Su mirada era diáfana.
-Pura, mínima, –Contestó. Se fue.
Eugenia María se quedó parada, ahí, en medio de la calle, con una identificación en la mano y trescientos pesos que parecían haberlos encontrado de repente. La ciudad se comenzaba a inundar de rumores, de tintes. Los perros ladraban. A la gente que le toca trabajar de día comenzaba a realizar las primeras faenas. Miró la identificación; Aldahir Alcázar y Yermo,-Escritor, leyó. Contempló la fotografía, las facciones, los detalles; esa mirada.


Eugenia María, lúcida, sobre su silla de ruedas, a las 00:30, se sigue preguntando por que. No hay nada más en esa sala que pueda perturbar sus pensamientos, nada. La oscuridad es su testigo. La quietud su lecho. El silencio flirtea con sus dudas, con sus sensaciones, con cada cosa que no sabe y puede descifrar. Le gustaría correr las persianas, “¿Para que?” –se dice, “si es de noche, y yo se como se vive en la noche”. Eugenia María lo ve claro, como si acabara de suceder. Ve ese día, el de la entrevista, ni siquiera momentos antes sabía que iba a ser una entrevista. Desde los resquicios de su memoria llegan los instantes que transcurrieron. Se hace tarde y la enfermera no llega. “¿Se habrá quedado dormida?” –se pregunta Eugenia María. Quizá, como a ella le pasó ese día, despertando cuando eran pasadas las once; las vecinas, de igual oficio, ya se había ido a trabajar. En el cuarto donde vivía Eugenia María apenas si cabía un catre y un mueble desvencijado. Habían telarañas en los ángulos, manchas de humedad y cadáveres de insectos. Arriba vivía una pareja, la mujer; gorda, aguada y fétida, le pegaba a su marido con una antena de televisión, siempre se escuchaban los golpes.
Eugenia María se metió al baño, usaba jabón para ropa y se perfumaba con fragancias baratas . Se vistió y contempló en el espejo de marco oxidado y salitroso: botas negras de tacón hasta la rodilla, falda. Para complementar, camiseta blanca, ombliguera, y peinada de coleta alta. Llamaba la atención por su belleza. Nada de maquillaje excesivo o vulgar, labios rosas, algo de rubor y las pestañas pintadas con sombras café.
Llegó poco después de las doce a la calle concertada, como siempre, los pasajeros de algunos autos se la quedaban viendo y murmuraban en frente de ella, seguros, tras los cristales. Aún recordaba la única condición que le había pedido el tal Aldahir, -Antes de mi, no te vayas con otro –Literal. Miró el reloj, viendo que ya era doce y medio, y el individuo aquel no llegaba. A los pocos instantes se detuvo en frente de ella una camioneta grande, lujosa y reluciente. Desde el vehículo dos hombres la saludaron, eran algo obesos, con bigote y traían chamarras de cuero, collares, muñequeras y anillos resplandecientes y dorados.
-Súbete, reina, que hoy te vas a hacer millonaria –Dijo uno de ellos tocándose el bigote y mirándola de arriba abajo.
Eugenia María sabía que aquellas gentes traían mucho dinero, que en esa sola noche podría sacar lo restante para la semana, y, tal vez, hasta darse el gusto de no salir en los próximos días; estaba dubitante. Miraba a todas partes, no se le olvidaba nada de lo ocurrido el día anterior.
-Anda, preciosa, te prometo que nos vamos a portar bien –Insistía el hombre- Traemos unas botellas buenas, y, también mucho varo, y será por cada uno…
-Si, chiquita, no te vas a arrepentir. Traigo la cartera bien gorda y va a ser para ti –Añadió el otro mientras se tocaba la barba y le veía las piernas.
Eugenia María, por un momento, llegó a imaginar el supuesto dinero, sin importar quienes fuera esos sujetos, a que se dedicaran o como se llamaran. Quería que no importaran sus cuerpos peludos, mórbidamente obesos. Las caricias desenfrenadas de sus manos, el aliento hediondo, sus barbas, sus bigotes, o sus dientes de oro. ¿Qué más daba sentir esos labios con herpes? Dedos callosos. Esas cicatrices de sífilis y gonorrea. Resabios de insalubridad, preámbulos de muerte. A veces uno, a cambio de otras cosas, puede sobreponerse a otras tantas; según se quiera ver. Eugenia María dio media vuelta y se metió a una tienda que aún estaba en servicio. Los hombres se indignaron, y, acelerando de un momento a otro el motor de la camioneta, se marcharon.
-¡Chíngate, puta mal parida! –Gritó uno de ellos al tiempo en se iban.
Eugenia María no salió del establecimiento hasta que se hubieron alejado varias calles después. La gente, que en ese momento estaba comprando algún bien, se detuvo al momento de la sonora frase, claro está, boquiabierta y sin quitar su atención de ella.
-¿Se encuentra usted bien, señorita? –Le preguntó el hombre que cobraba.
-Si –Respondió apenas mirando.
-¿Necesita algo? –Volvió a preguntar el hombre.
-No, gracias –Contestó Eugenia María sin voltear a verlo.
Alrededor, una mujer le tapó los ojos a un niño pequeño que iba con ella. Las otras personas susurraban, unos adolescentes que compraban cerveza no despegaron su atención, susurrándose al oído y mirándola sin el mínimo pudor. Así, sin más, salió de nuevo a la calle.
-¿Dónde se habrá metido ese –Se preguntó a si misma, que miraba a ambos lados de la calle y cubriéndose los ojos para evitar que las luces de los carros la deslumbrara. Contempló su reloj, se bajó la falda y cruzó los brazos en la gélida noche. Las personas que salían del local, al tener que pasar cerca de ella, trataron de desviar su ruta.
Eugenia María seguía esperando. Algún carro se detuvo, pero pronto constataba que no era quien ella esperaba. Sacó la credencial, volvió a mirar el reloj.
Pasaron casi cuarenta minutos después cuando el mismo auto del día anterior se detuvo en la acera. Del el bajó la misma persona.
-Lo siento, se me hizo tarde. Es que estaba con unos amigos –Dijo él.
-Ah mira, mientras tú te diviertes, yo aquí estoy perdiendo tiempo, clientes y dinero. ¿Qué divertido no? –Respondió ella.
El no contestó nada, solo se quedó parado contemplándola.
-Bueno, ya, a lo que vamos, que ya es tarde y no he ganado nada. No te quedes ahí parado –Dijo Eugenia María queriendo como despegarse de su atención.
-¡Ah, si! –Dijo él- Claro. Apresurándose le abrió la puerta del auto. Ella entró suspicaz.
-¿A dónde vamos? –Preguntó ella
-A mi casa –Dijo él. Eugenia María se volteó a verlo sin entender bien.
-Para que tanta formalidad, a la vuelta hay varios hoteles baratos.
El volteó, frunció el ceño y después sonrió. Durante el trayecto no se dijeron casi nada.
-Creo que te ves bien –Dijo él antes de bajar a abrirle la puerta.
-Gracias –Apenas pudo contestar.
La casa no era grande. Dentro, de inmediato, había una sala con dos sillones y junto el comedor. Una luz amarillenta y moribunda alimentaba ambas piezas, el resto, estaba oscuro.
-¿Gustas algo? ¿Café? –Preguntó él.
-Café…. Aldahir se levantó y enseguida trajo una taza vaporosa. Eugenia María se sentó en uno de los sillones, la luz mortecina apenas iluminaba.
-Mira, solo respóndeme a todo lo que te pregunte, te pago y luego te iré a dejar. ¿Bien? –Le dijo. Ella no parecía captar, trató de mostrar seguridad, nada le parecía lo acostumbrado. Dio un sorbo a la bebida.
-¿Cómo te llamas?
-Eugenia María Dávalos del Sagrado Corazón de Jesús y todos los Santos.
-¿Desde hace cuanto que te dedicas a esto?
-Creo que siete años.
-¿Sabe tu familia? ¿Alguien más está enterado? Aldahir anotaba todo en una libreta sobre sus rodillas. Miró a su alrededor, tenía la mirada cansada, algunos mechones de cabello le caían en la frente.
-Solo mi madre se enteró al principio, después se fue con todo. Los demás no sé donde estén.
-¿Quiénes son los demás?
-Mi papá, mi hermano y un medio hermano.
-¿Qué hay acerca de ellos?
-Mi papá nos dejó y mi hermano se fue de mojado a los estados.
-¿Y el otro? Tu medio hermano. ¿Qué hay de él? ¿Lo conociste? ¿Recuerdas algo? Eugenia María parecía remembrar. Sus ojos se conjugaron con los de él, que tenía la pluma sobre los labios. Recordó y cambió la mirada. Sintió algo.
-Si. Yo tenía diez años y mi hermano tres. Mi papá había estado raro, un día llegó y le dijo a mi mamá: <>. Después no se que pasó, nos dijeron que nos fuéramos a nuestro cuarto, por un momento escuché gritos de ambos; luego nos habló mi mamá y dijo que saldríamos. Viajamos en carro más o menos media hora. Llegamos a una colonia muy pobre y nos detuvimos en una casa cuyo portón era de botes, cartones y láminas. Mi papá tocó y salió un hombre alto, flaco, barbudo y con los ojos rojos. <>, nos dijo a todos, a mi y a mi hermano nos miró profundamente. Entramos, el patio estaba lleno de metales, llantas, agua estancada, lodo e insectos. Salió una señora y una muchacha, que era con la que mi papá se había acostado. Mi mamá y la señora estuvieron discutiendo, creo que quedaron en que ellos se harían cargo del niño. Cuando nos íbamos salieron gritando los hermanos de la muchacha, uno de ellos tiró a mi papá y empezaron a golpearlo. Ella lloraba, mi mamá y la señora hacían lo posible por tranquilizarlos, al final accedieron. El hombre que nos abrió estaba sentado en una cubeta inhalando algo, nunca dijo nada. No entendía bien, mi hermano comenzaba a impacientarse y se aferraba a mis piernas, -en ese momento, Aldahir, se las miró, la vio a la cara y luego se sentó en el mismo sillón donde estaba ella, quien trató de disimular el rubor. Continúa, dijo él-, Mi papá se levantó, estaba sangrando, después entendí;… de lo que era la casa salió un niño pequeño; estaba vestido solamente con una camiseta vomitada, tenía mocos y la cara sucia. Sus manos y sus pies estaban negros, el cabello largo y enredado, tenía costras y cicatrices en algunas partes del cuerpo y arrastraba consigo un muñeco sin cabeza, dio algunos pasos y se calló al borde de un charco. Empezó a llorar, su mamá lo levantó, y juntos, como si se hubieran puesto de acuerdo, contemplaron a mi papá…todo aquello tenía por lo menos un año.
-¿Y luego? –Preguntó Aldahir.
-De regreso íbamos callados, mi papá se contenía la hemorragia con una servilleta. Cuando nos detuvimos en un crucero pasó un vendedor de papalotes; mi hermano exclamó emocionado y mi mamá se lo compró. Fuimos a un llano de fútbol a volarlo, mi papá no se bajó, estoy segura que lo hicieron para que se nos olvidara… -Dijo Eugenia María con la vista fija en las manos de Aldahir escribiendo.
-¿Y después? ¿Cómo era ese día?
-Atardecía, mi hermano reía, el sol era naranja, el cielo rosa, morado, rojo y violeta -Dijo Eugenia María. Esperaba a que Aldahir terminara de anotar para que levantara la cara-. Algunos meses después nos dejó mi papá, mi mamá enloqueció por las deudas, la soledad y otras cosas; nos dejó a mi hermano a mí con una señora “supuesta” amiga suya, la desgraciada nos puso a trabajar. No teníamos documentos ni nada, casi éramos de su propiedad.
-¿Y como fue que empezaste de…? Bueno, ya sabes –Dijo Aldahir.
-¿De prostituta?. Fue una noche lluviosa, esa desgraciada me dijo que si quería comer algo, yo dije que si. Me acarició la cara y dijo que no era nada fea; en ese momento alguien tocó en la puerta, ella fue abrir y entró un hombre de la misma vecindad. Ya lo tenía planeado, no supe que hacer, la maldita todavía tuvo la osadía de decirme que me relajara… el hombre me dio asco. Al final, con lo mismo que me pagó, la señora y yo salimos a comer tacos; <> dijo mientras regresábamos a la casa. Fue la única vez que lloré. Meses después escapé y desde entonces no ha vuelto a saber algo de mí, al no tener nada, solo me he dedicado a esto; y he sobrevivido como he podido. De otras he recibido consejos, hasta una conocida, alguna vez, me dejó vivir con ella. Me enteré de que murió golpeada por un hombre que no la consideró guapa.
-Entiendo –Dijo Aldahir, que rozó su dedo meñique.- ¿Y dime, alguna vez te ha gustado alguien, te has enamorado, pareja; o algo? Ella se quedó pensando y mirando la mano con la que la había tocado. Balbuceó algo. Corrigió.
-Alguna vez he tenido clientes que no son feos, solo eso; desde que he estado en edad para esas cosas no he tenido mucho tiempo para pensar, las necesidades primero. Cierta vez me gustó un mecánico, vivía con su madre, eran mis vecinos; pero jamás me vieron con buenos ojos. Siempre supe que yo también a él.
-¿Algo más? –Preguntó Aldahir.
-¿Algo más? ¿Qué puede tener de atractivo la vida de alguien como yo? Conocí hace tiempo a una gitana, era buena, no me juzgaba; y leyéndome la mano me dijo que me enamoraría sin que me diera cuenta hasta tiempo después. No creo en nada ni en nadie –Dijo Eugenia María echando la cabeza hacia atrás. Cerró los ojos.
-Gracias, Eugenia; ha sido todo –Dijo Aldahir poniéndole el dinero en una mano. Ella ya se había olvidado, frunció un gesto.
-Tenía tiempo que no escuchaba mi nombre; Aldahir –Dijo ella. El volteó a verla…
-Ah, es verdad; que te di mi credencial; lo leíste, ¿no? –Dijo él.
-Si. Escritor, ¿verdad; por que? –Dijo ella. Él esbozó una sonrisa, volteó a verla y alzó los hombros.
-No lo se. Ni siquiera he publicado algo, aún así, es lo único que me mueve. Las preguntas que te hice son para un libro; le ven posibilidades, si lo publican y comienzo a ganar dinero iré por ti para que brindemos; y claro, en los agradecimientos estará tu nombre. –Dijo él.
-Cuando te vi pensé todo de ti menos eso, que sería lo de siempre… -Dijo Eugenia-; a lo que me dedico.
-Los escritores son como los abogados o los panaderos, solo personas, también te pude haber pedido eso. El oficio no nos hace diferentes -Dijo Aldahir abriendo la puerta-, como sea, es tarde; te iré a dejar. Eugenia María se levantó y salieron.
La temperatura había bajado en el exterior; estaba cayendo una llovizna dispareja ajetreada por algunas ráfagas de viento.
-Hace frío –Dijo Aldahir, que se quitó la chamarra y se la ofreció a Eugenia María quien la rechazó.
Durante un tramo del trayecto no dijeron nada. Solo se oía la cadencia del agua que no cesaba y algunos ruidos esporádicos en las desoladas calles invadidas por el letargo nocturno.
-Esa de ahí se llama Francisca. Una noche me atacó por que según ella yo era más guapa y le estaba quitando clientes, la desgraciada trató de hacerlo con un cuchillo de comida. Tiempo después me enteré de que le dicen “Pancha la fea” –Dijo Eugenia María en un alto; mirando hacia su izquierda, del lado de Aldahir, a una mujer algo mayor no atractiva. El volteó también, luego contempló a Eugenia Maria.
-Creo… creo que no se equivocaba –Dijo susurrando él. Ella lo miró a los ojos, sus facciones se relajaron y se acercó más.
En ese minuto las palabras se anularon, pasaron a comunicarse en un leguaje más cercano, en una criptografía que solo ellos podían entender y los dispuso ajenos a los sistemas racionales de la mente; depositándolos en las grietas donde la locura, y quizá hasta el corazón; dejan a uno en los vívidos pulsos de los sentimientos que se rebelan.
Fue el instante que consagró la noche. Los movimientos que debían hacer uno y el otro. Se acercaron bastante para que pudieran sentir su aliento, ella rozó delicadamente su rostro con el de él; sintiendo los pómulos, las pestañas, los labios. El, quitando la mano del volante, recorrió el muslo de Eugenia María hasta quedarse debajo de su falda y sentir la tibieza. Nadie opuso resistencia; un beso lento y corto liberaría los últimos racimos de la inquietud de sus emociones.

Se separaron, Eugenia María puso su mano encima de la de él, que todavía estaba en su falda. Se sintió herida, renovada, sorprendida, predecible. Como si no fuera Eugenia María prostituta; sino solo Eugenia María. Temblaba, se hizo pequeña, sencilla, otra vez pura. Su vida ya estaba partida en antes y después de ese instante.
-Atrás hay un ho…. –Dijo estremecida. Parecía otra, sus expresiones se volvieron diáfanas. La respiración galopaba, estaba llena de una ansiedad apremiante y desbordada.
-Solo vamos –Le interrumpió quedo Aldahir poniéndole el dedo índice sobre los labios…

A las 00:31 horas Eugenia María sigue esperando a la enfermera. Llega a la parte que la enloquece. Esa noche, mientras se habían detenido en esa calle, otro auto que iba a exceso de velocidad se impactó contra ellos. Eugenia María sigue sintiendo los vidrios, el acero retorcido; su sangre. Días más tarde despertó en aquel nosocomio. Cuando pudo hablar preguntó por él que iba con ella; le dijeron que no se había salvado.
Eugenia María aún puede sentir el beso en sus labios o la mano dentro de su falda. La lluvia que caía antes de salir. El aliento de Aldahir, los relieves de su rostro; incluso a Pancha la fea. La vieja noche lluviosa que los unió por breves segundos. Su mano sobre la de él. La piel, los nudillos; la tibieza y el deseo y tantas cosas. Quiso ser tomada, deseaba ser deseada; casi lo consigue.
Súbitamente llega la enfermera.
-Mari, sigues despierta... ¿pero que estás haciendo? -Dice la enferme mirando a Eugenia María con la mano en su sexo.
-Buscando sentír algo que debí haber sentido hace tiempo.
La enfermera le administra el farmaco. Lentamente va teniendo su efecto y hacia las 00:32 Eugenia María se olvida de todo y todos, hasta lentamente anularse a si.

CORREO

...a ustedes, en su cariñosa y lejana memoria. Gracias.


A decir verdad no sé que estoy haciendo aquí, en esta casa, esta calle; Puebla. Todo sin remedio se ha vuelto rutinario. Parece que los días tienen menos horas; las mañanas son frías, por las tardes, un tórrido sol crea un cansancio súbito que el sueño no repara. El horizonte se vuelve relajado cuando el celaje se pinta de tantas escalas rojizas, violáceas y rosadas. La calma (y también el cansancio) se extiende; la noche se desdobla y las sombras gradualmente se hacen más largas.
Entonces pienso. Aún sabiéndolo voy a revisar el buzón; se cual es el resultado, no hay nada dentro, solo recibos del tiempo que he invertido regresando a los instantes pretéritos. Le pregunto a la araña del fondo si no ha venido el cartero y haya dejado algo tuyo: una carta, una nota, un recuerdo o una explicación. Me dice que no y sin reparo en la interrupción de su aposento metálico (que es mi buzón) sigue a la espera de algún insecto que caiga en su tela. Alzo los hombros y me digo <> Entro a la casa de nuevo. Mirando las paredes parece que llegan a mí todas las memorias nuestras. El día en que nos conocimos, las demasiadas conversaciones prolongadas hasta altas horas de la noche con el silencio nocturno como único testigo. Solo quiero hacerte saber que con todo lo que hay en el camino de nuestras vidas, te recuerdo como una página fundamental en este libro que aún no se termina de escribir. Empiezo a recorrer en mis adentros la casa, luego la calle, después el barrio y al final la ciudad. Tengo en la mente grabados todos los lugares en los que estuvimos, me acuerdo de las pláticas entabladas, de cómo eran y se sentían aquellos días; cada uno de esos sitios inmortalizo, y a veces, de buena gana, vuelvo a reír de todo lo que dijimos. He estado tratando de convencerme de que es verdad, tú ya no estás aquí y yo no sé cuanto más seguiré estando acá. Quizá algún día te vuelvas a acordar, y en el desafortunado caso de que yo ya no esté, no contestaré tu carta; no escucharé la escala de tu voz, no veré tus gestos al escribir cada línea, y ni podré saber cómo te sentías. Incluso la araña se extrañará que ya no revise el buzón; a lo mejor ella también se habrá marchado.
Antes de dormir veo las cartas que solías enviarme, ellas son como fotografías; cada una se ha hecho inmortal, y cual fotografías, puedo ver (o releer) para recomponer mejor los momentos que ya se fueron. Si, esos momentos que creamos y que de alguna forma siguen ocurriendo cuando veo o releo. La pregunta es; ¿dónde estás?, ¿a dónde se fueron esos momentos que teníamos para estar juntos sin motivos?, ¿habremos dejado de entender nuestras vidas como antes lo hacíamos? A veces las personas cambiamos sin saberlo, es más, puede que yo sea el que se alejó; y tú, al igual que yo, igualmente todos los días revises tu buzón esperando saber de mí; que también le preguntes a una araña por el cartero, que también releas lo que escribí. O, en el peor de los casos, te hayas cambiado de casa y todo lo que te envié se quede en tu buzón relegado en la nada, en los años; en el nunca más. Quizá mañana salga otra vez para revisar el buzón y acordarme de ti al tiempo en que cazo atardeceres. Escribir te extraño cobra de repente una intensidad que pocas veces he sentido.

domingo, 23 de noviembre de 2008

TRAVESIA

....no pretendo que entiendan esto (por otra parte, le invito algo al que entienda). Disfrutenlo y haber que dicen de mi prosa

Tiempo ha que empezamos esta marcha. El camino nunca ha sido fácil, pero creemos que ahora será peor de lo que imaginamos. No obstante, a pesar de las carencias, de las contradicciones, de las heridas, dudas, y tantas cosas más; lo hemos disfrutado. Recordamos bien cuando partimos, nuestras familias despediánse de nosotros en las estaciones de tren, en los puertos y cruces de los caminos. Dijimos adiós a las viejas costumbres, al antiguo modo de vida, y, sin excepción; todos los que íbamos ya sabíamos que tan difícil era la empresa. Algunos no aguantaron las primeras dificultades y perecieron. Ya sea a mano del enemigo, por las inclemencias del tiempo o bien fueron ellos mismos los que a sí se abandonaron y por consecuencia también dejaron esta honorable y ardua tarea.
El camino de antes fue más fácil que el actual. Recorríamos llanuras y bosques con buen clima, el enemigo nos tendía emboscadas pero siempre, la mayoría, salimos bien librados. Podíamos dormir en la noche sin que nos atacaran o alguna criatura merodeadora saliera de su escondrijo atraída por el olor de nuestra carne tibia… No hace muchos meses esta expedición se ha vuelto más ardua. Hemos llegado a un punto en que todo, absolutamente, se ha complicado. El clima es horrible, las suaves llanuras han sido trocadas por parajes baldíos, inhóspitos y fríos. Llueve casi todo el tiempo y ya nadie recuerda bien cuando vimos por última vez el límpido cielo. Hace frío todo el día y han empezado a caer las primeras nevadas, por las noches dormimos incomodados por que desde las rocosas gargantas graníticas llegan hasta nosotros los aullidos de lobos ansiosos por cerrar sus fauces en nuestras carnes débiles y sucias. Los pumas salen de sus cuevas y vemos sus ojos luminosos espiarnos, esperan a que descuidemos nuestras armas y salten sobre nosotros con sus zarpas extendidas. Cuando nos vemos en combate el fuego es cerrado, casi no hay posiciones para cubrirse más que las trincheras fangosas que apenas podemos hacer. Cada vez disminuye nuestro número, mas nuestro valor y resistencia siguen siendo los mismos del comienzo. Hemos avanzado demasiado como para que a estas instancias nos retiremos, es verdad, aún falta mucho trecho, y quizá todavía empeore; pero algo si nos motiva para empecinarnos en ello: el ansia de la libertad ganada por el propio trabajo, la reafirmación, y sobre todo; el encuentro real y final con uno mismo. Hace mucho que se pasó el tiempo para tomar el último tren a casa.
Los caminos son intrincados, las brechas angostas y llenas de trampas que ya no son tan fáciles de sortear. Los insectos pululan, la muerte, como todos sabemos, anda cerca; y desconocemos donde exactamente esté escondida, casi diario logra encontrar a uno de nosotros y nuestro número sigue disminuyendo con creces. La nieve comienza a retrasar el paso, sabemos que nuestros enemigos y otras fieras vienen siguiendo nuestras huellas y nada les impedirá querer alcanzarnos.
A veces que alcanzamos grandes cumbres se puede ver en el horizonte la vastedad y plenitud que nos espera, sabemos que vendrán las lluvias suaves, los otoños áureos donde apartemos la hojarasca de las baldosas de nuestros tranquilos hogares, apoyaremos nuestros pies en pulidas piedras de arroyos mansos que nos provean el alimento de cada día, admiraremos con orgullo todas las regiones remotas y oscuras que tuvimos que sortear solo con la fuerza de nosotros mismos; y sobre todo, nunca olvidaremos de donde venimos para conformar lo que somos y seremos…

domingo, 16 de noviembre de 2008

LECHUGA FRESCA

........un cuento, esta medio largo, recomiendo que lo peguen en word. Busque darle una atmosfera extraña y liviana...pobre Sadie.

LECHUGA FRESCA
El alba acarició cada espacio de la casa. Entró por las ventanas, por debajo de la puerta, y por todos esos lugares por los que puede entrar y no podemos explicar bien. El espacio se inundó de luz, de los ruidos del exterior y del lento revivir de un mundo que despertaba tras el dulce sueño. Sadie también despertó, frotó sus ojos y pensó otra vez en la feliz ocasión: su casamiento con Molino. Y como cada alba, Sadie abrió la ventana para contemplar el infinito horizonte.
De solo pensarlo su corazón palpitaba más rápido, una lucecilla iluminaba sus ojos y pensaba que el mundo era un buen lugar para vivir. La fecha se aproximaba. Esa noche él cenaría en su casa, para esta ocasión Sadie ya lo tenia todo dispuesto, solo faltaba algo, ir a comprar una lechuga y terminar lo que le ofrecería a Molino. Vino, sopa, carne y demás cosas por el estilo. Solo faltaba terminar la ensalada, y como las buenas normas lo reglamentaba desde tiempos inmemorables; un ensalada, digamos del tipo estándar, debe llevar como base lechuga. Pero una buena lechuga, una fresca y lo más verde posible. Así que a eso se dispondría Sadie después de arreglarse. Aquella mañana un vestido de flores la acompañó a buscar la lechuga más hermosa que pudiera encontrar en la ciudad, así muriera o perdiera la razón en el intento. Emprendió la búsqueda a pie, hacía buen tiempo para caminar.
El sendero estaba rodeado de árboles antiguos cuyos extensos ramajes cubríanse de hojas que anunciaba con verdor inexplicable la presencia de la primavera. La fertilidad anunciaba sus proclamas en el canto de las aves, en los arbustos que dabas sus primeras rojas frutillas silvestres. El arroyo que corría a un lado del camino reflejaba los rayos y en algunos recodos creaba intermitentes arcoiris. Sadie sentía el viento, veía las libélulas revolotear y se cuestionaba acerca de todos los secretos que la naturaleza resguarda en su misteriosa esencia.
-¡Buenos días Sadie!
-Buenos días señora –Contestó Sadie a una señora que ya conocía.
-Pero veo que vas con prisa… ¿A dónde te diriges?
-Voy al mercado a comprar una lechuga señora
-Oh! Ya veo querida. Que bueno. Oye pero no es mejor que vayas en autobús… el sol ya es fuerte y una chica tan linda como tu no debería asolearse así –Dijo la señora. Sadie rió.
-Si, es verdad, hace un poco de calor. Pero tenía ganas de caminar, además el mercado no está tan lejos.
-Si, también es bueno caminar. Tú que puedes hazlo, a mi edad esas cosas se dejan de hacer...Bueno, y cambiando el tema, la fiesta ya está cerca, menos de un mes. ¿Cómo se sienten tú y Molino?
-Muy emocionados señora y también me siento muy nerviosa. Casi todos en la ciudad ya están invitados, solo estamos arreglando los últimos detalles.
-Te ves tan ilusionada, querida, así es esto. Me da gusto por ustedes, además Molino se va a sentir orgulloso de tener un esposa tan guapa y buena como tu.
Sadie se ruborizó y soltó una risilla.
-Gracias señora... espero verla en la fiesta –Dijo Sadie.
-No, de nada. Bueno Sadie querida, yo te dejo aquí por que yo si voy a tomar el autobús. Nos estaremos viendo –Dijo la señora al tiempo en que ella se quedaba en un camino que cruzaba por aquél.
Sin pensarlo Sadie ya había llegado a los principios de aquella pequeña ciudad. La gente iba en bicicleta, algunos más caminando, otros con la prisa natural de un día cargado de ocupaciones. Autobuses hacían paradas subiendo o bajando personas.
-¡Hola Sadie! –le decían algunos conocidos, ó, -¡Buenos días Sadie!. Según se prefiriera. A juicio del público masculino , y por que no, también femenino, Sadie era la mujer más hermosa de aquella pequeña ciudad; Estatuario. Cosa que antes ya había provocado algunas diferencias con algunas otras muchachas o bien la insistencia de muchos admiradores, no obstante, varios habíanse resignado; ya había un claro ganador y ese era el buen Molino. Hombre, según se dice, de bien e inseparable amigo de Quilos. Ambos de buenas familias, apellidos renombrados y compañeros de aventuras.
-¡Sadie, una manzana para la salud! –Un vendedor le regaló una manzana al tiempo en que se quitaba su sombrero y se inclinaba ligeramente. Ella rió.
-Muchas gracias señor
-No gracias a ti Sadie por esa sonrisa –Contestó al hombre. Ella se alejaba despidiéndose con la mano.
-¡Sadie querida! ¡¿Qué te puedo vender hoy?! –Dijo una señora que también la conocía.
-Oh… hoy solo busco una lechuga.
-Entiendo, en ese caso no necesitas nada de una especería. ¡Que tengas buen día Sadie! –Dijo le señora.
-Gracias, igualmente señora.
-De nada, ya en poco tiempo te veré de blanco.
-¡Adiós!
-¡Adiós!

Luego de algunas calles y encontrase a muchos conocidos, Sadie llegó al mercado. Ahí, de entro todos los puestos, varios la saludaban, algún tendero lanzaba al aire uno que otro elogio de esos del argot popular haciendo alusión a la belleza. Llegó por fin a donde hacia tiempo que compraba.
-Magnifique, que belle. Sadie c’est ici. Bonjour. – Dijo el hombre, que era francés.
-Oui. Bonjour –Dijo Sadie entre risas.
-Buenos días Sadie, ¿Qué te puedo ofrecer?
-Quiero una lechuga.
-¡¿Lechuga?!...¡has venido al lugar indicado, aquí hay muchas! ¡las mejores que pudieras encontrar en Estatuario! ¡Mira! ¡Bonnes laitues!
Sadie se acercó a donde estaban las lechugas, habían muchas para elegir. Las contempló todas, a algunas ya se les habían caído las hojas, otras estaban manchadas o bien no tenía una forma o color atractivo.
Después de algunos instantes, Sadie por fin eligió una. Era tal como se la imaginó desde un principio, verde, redonda, frondosa… y en ella estaban todos los adjetivos adecuados que podrían emplear para una lechuga así, era perfecta; para aquella cena con Molino. De este modo, pagó y solo fue a comprar otros pormenores.
-Sadie, veo que traes una hermosa lechuga –Le dijo un joven en el camino. Iba en bicicleta.
-¿Vedad que si?...es que hoy cenaré con Molino y haré una ensalada.
-Que bueno, ya falta poco tiempo… suerte y envíale mis saludos –Dijo el joven acelerando la marcha.
Así Sadie iba de regreso, encontrándose a diversos conocidos.
-Sadie, ¡pero que lechuga tan hermosa! –Le dijo una señora antes de llegar a su casa.
-Si, es muy bella. La compre esta mañana.
-Es en verdad muy bella…bueno Sadie, yo te dejo porque tengo que ir por mis hijos a la escuela… nos vemos.
-Adiós señora.
-Adiós querida Sadie.

Y así Sadie llegó a su casa. Limpió, y se dedicó a esas cosas que los hogares exigen. El tiempo pasó y ya estaba atardeciendo. Sadie ya tenía todo dispuesto. La mesa, los cubiertos relucientes, velas y todo lo que se pudiera pedir para una ocasión de este tipo. Salió por un momento y contempló el horizonte. Se preguntó donde podría estar Molinos en ese instante, seguramente ya de regreso del viaje que había hecho.
El sol moría a lo lejos, de a poco, de a lento. Matices fulguraban en la bóveda celeste pintándola de rojo, naranja, violeta y rosa. La tarde se revelaba sedeña, liviana. Sadie entró a su casa antes de que la noche acaeciera por fin.
Todo estaba perfecto, pensó. En el centro de la mesa figuraba la ensalada, con aquella lechuga que había comprado esa mañana. Realmente era magnifica. Las hojas, por extraño capricho de la naturaleza, eran casi simétricas. Sus generosas formas invitaban a uno a querer probarlas. Parecía que su lozanía, su frescura, su humedad, en fin; estaban preparadas para una velada como tal. En cada sinuoso surco de su anfractuoso relieve se escondían algunas gotas de agua aumentando el gusto a la visión. Faltaría poco para que Molino llegara.
Sadie se arregló, viendo la hora esperó en la sala. El timbre sonó. Era él. Sadie dejó el libro que estaba leyendo y fue a abrir.
Por fin era él. Saludáronse con un beso largo.
-Te extrañe mucho –Dijo ella abrazándolo.
-Yo también.
-¿Por qué no me hablabas?
-Sadie, sabes que estuve pensando en ti…solo me ausente durante dos semanas.
Sadie lo besó.
-Mira –Dijo él. Dándole un paquete algo voluminoso, -ábrelo, anda.
Sadie se sentó y desenvolvió la caja. En su interior habían muchos libros. Una sonrisa se le dibujó.
-Espero que esta vez no puedas terminar de leerlos todos –Dijo Molino- siempre te los acabas muy rápido.
Ella lo volvió a besar.
-No creo –Y lo abrazó- ven vamos a comer
-No Sadie, espera, no tengo hambre. Me siento mal
Ella se extrañó.
-¿Te sientes mal? ¿Qué te pasa? ¿habrás comido algo? –Le dijo ella tomándole las manos y besándoselas. -¿No quieres dormir?
-No, Sadie, escucha. No es del cuerpo, es que tengo algo que decirte.
-¿Qué es Molino? Anda, dime.
-Es de lo nuestro.
-¿Pero que es? ¿Acaso ha ido algo mal? ¿O que?
-No, nada mal, siempre has sido tan buena conmigo…
-¿Entonces? ¿Qué es?
-Sadie, escucha con mucha intención. No es nada que puedas imaginar, de hecho al principio me costó mucho trabajo aceptarlo. No sabía si estaba bien, pero ahora que el tiempo ha pasado me doy cuenta que soy muy feliz. Nadie, excepto tu, sabe de esto. Te pido mucha discreción.
Los ojos de Sadie denotaban una profunda duda.
-¿Qué es? –Musitó.
-Quilos es mi pareja… esto ya tiene dos años. Los dos somos homosexuales.
-¿Qué?...-Las lágrimas se asomaban en Sadie
-Si, sabría que te sorprendería. Pero así es la realidad, no podía seguirte mintiendo, no puedo seguir aparentando y tú no mereces ser engañada de esta forma. Lo nuestro, esta mentira, tiene que terminar. Por eso me fui con Quilos esta vez, legalizamos nuestra unión en otro país. Así soy feliz.
-Pero… pero… y que dirán de ti. Eres muy conocido.
-Que digan lo que quieran.
-¿Qué pensarán? ¿Qué pasará?
-No lo sé, el mundo tiene una idea muy perturbada de esto. Yo no quiero que piensen como yo, solo pido que me respeten como yo respeto; por que esto es lo que quiero, y a fin de cuentas la vida se trata de eso: de luchar por lo que quieres.
Por cada corteza de la mente de Sadie pasaron tantas cosas, tantos momentos. Cada instante que había compartido con Molino había sido una mentira, una efigie falsa. Todo era irreal, se acordó de tantos detalles, de tantas noches falsas con él. Todas las palabras que ella conocía y podía utilizar la traicionaron; se negaron a salir de su corazón.
-Te dejo… ya veremos que hacer con lo que seguirá –Dijo él.
Sadie ni siquiera alzó la cara para verlo, no aguantaba su mirada. Inmediatamente él cerró la puerta Sadie se ahogó en lágrimas, así pasó gran parte de la noche, no supo bien a que hora de la madrugada o de la mañana se durmió en el sillón así entre sollozos. Despertó sobresaltada a temprana hora de la mañana, había soñado con Molino, no recordaba de que. Sentía un vacío, esta vez, al contrario de cada mañana, no quiso abrir la ventana y admirar el alba, mucho menos contemplar el infinito horizonte. Fue a la mesa, entre lágrimas vio todo lo que había hecho para la noche anterior.
Al centro, figuraba un tazón con la lechuga, el inexorable paso del tiempo la había corrompido. Tenía partes oxidadas, se había encogido, ya no se veía como la mañana del día anterior.
“Ya no es tan hermosa” Pensó Sadie.









CAJA DE CERILLOS

....nada especial aqui. Un dia andaba en la calle, con quien iba caminando me dijo: "mira, a la señora que ves ahi barriendo esa parte de la calle (donde había un cruz), se le murieron sus hijos en un accidente"... creo lo clasico; los chavales andaban pedos y se sintieron muy cabrones con la nave.... independiente; los padres no deberian enterrar a sus hijos

CAJA DE CERILLOS
Y en medio de esa tarde hubo un respiro de quietud, en la avenida; los carros dejaron de pasar por un momento. Era domingo, en verdad no había nada de tráfico. Algunas tiendas aledañas estaban cerradas; en otras apenas si se percibía movimiento. El sol daba de lleno en los cristales, el asfalto estaba clareado por los rayos que morían poco a poco en el horizonte. Basura, hojas secas y tantos y tantos aromas distintos eran levantados en todas las direcciones por el cierzo otoñal de aquella tarde.
Pronto, de alguna parte, llegó a una esquina una señora de edad avanzada. Contempló el suelo como si buscara alguna respuesta, cubriéndose del sol con una mano miró hacia la calle. A esa hora no había tráfico, todo era tan silencioso; ni siquiera parecía que todo aquello fuera tan concurrido como en otros días. El viento tiró la escoba y un ramo de flores en un bote que la señora llevaba, pronta, levantó todo. Suspiró, pensó en aquel día tan terrible y que siempre llegaba a su memoria.
Cerca se encontraba un poste, o lo que quedaba de él, doblado y hecho una chatarra metálica que aún permanecía fija al suelo. ¿Por qué el gobierno no lo habría quitado y repuesto por uno nuevo? ¿Por qué seguía ahí sin servir para nada excepto estorbar? Era una señal inequívoca de todo lo que pasó ese día fue cierto, hasta que lo cambiaran no dejaría de ser el inexpugnable testigo que recordara todo el horror sucedido.
La señora tomó la escoba y comenzó a barrer esa esquina, aunque lenta, una paciencia inagotable hacía que dejara limpia cada grieta y borde. Agrupaba toda la basura en un lugar para después echarla toda en una bolsa. Se agachó y con un trapo que traía, limpió minuciosamente una pequeña cruz de hierro que había allí. Estaba oxidada, como si ya hubieran sido años los que llevara. De igual forma, una pequeña caja de forja cubierta con vidrios albergaba los restos nimios de una veladora consumida. La señora la limpió por dentro y fuera, sacando el polvo acumulado y colocando en su interior una nueva vela.
Pensó que en unos meses más convendría cambiar la caja y la cruz. De pronto alguien se le acercó; era un señor de más o menos la misma edad.
-Señora, buenas tardes –Dijo él.
-Don José, buenas tardes, ¿Cómo está usted? –Contestó ella.
-Pues aquí señora, tomando el fresco; aunque ya es algo tarde. Es mejor irnos a descansar –Dijo el señor.
-Si, creo que si. Solo vine a arreglar esto –Dijo la señora mirando los objetos que habían en el suelo. Suspiró. El señor pareció incomodarse un poco, solo asintió. No supo que decir.

…ya hoy son seis meses. Ha pasado el tiempo tan lento –Comentó la señora.
-Oh. ¿que le puedo decir?, la acompaño en su dolor. Yo ni siquiera tuve hijos –Dijo el señor.
-Está bien, no se apure. Es poco, pero se me ha hecho eterno. De los dos; el más grande ya se hubiera graduado de la universidad y sería doctor. El chico quería estudiar literatura. Ahora ellos y mi marido me esperan. Aún pienso mucho y a veces he creído que todo fue mi culpa.
-No se apure señora. Si de algo sirve estamos platicando de ello y usted se está desahogando. Ya sabe como son los adolescentes, lo veo con mi hermana. Ella se procura darles la mejor educación a sus hijos y todo eso… para que salgan con el alcohol y esas cosas que como las anuncian en todos lados. Algo le está pasando a esta sociedad.
La señora se contuvo de soltar las primeras lágrimas.
-Si, si. Gracias. Todo fue tan repentino cuando aquella madrugada me hablaron: El carro estaba totalmente destruido y los forenses ya tenían los cuerpos. Los siguientes días estuve arreglando papeles en la funeraria y no me acuerdo que otros trámites. Como un mes y medio después vine aquí a poner esta pequeña ofrenda…
-Si, era de esperarse con todo eso –Dijo el señor.
La señora se arrodilló para guardar toda la basura que había juntado en una bolsa. Buscó en sus cosas los cerillos para prender la nueva vela que había colocado dentro de la caja, pero los había olvidado. Se incorporó.
-Bueno, creo que hoy se me olvidaron los cerillos –Dijo.
-No se preocupe señora. Ahora iba a la tienda, si quiere le traigo una cajita.
-Por favor. Cuando regrese se la pago.
-No, ¿Cómo cree?, ¿Qué son algunos centavos? Ahora la traigo –Dijo el señor al tiempo en que doblaba esa misma esquina hacia otra dirección.
-Muchas gracias otra vez –Dijo la señora.

El sol casi se ocultaba. Apenas algunos rayos mortecinos proyectábanse en los alrededores. El atardecer cedía sus dominios a la primera estrella de la noche. De pronto, en un resquicio de luz, algo tirado llamó la atención de la señora. Era un pedazo pequeño de cristal. Lo levantó y examinó. Se preguntó si aquel cristalillo opaco era lo que quedaba del accidente que tanto recordaba desde entonces.

sábado, 15 de noviembre de 2008

TIERRAS ENCONTRADAS

por ahi escuché alguna vez que los autores se debían (aunque sea un poco) comprometes con la sociedad en la que se desarrollaban. Para muchos ha sido esto la razón de su obra, para otros......bueno..... allá cada quien. Pense que no me llegaria a pasar a mi, algunos trabajos tienen un poco de ello......

Este cuento salió, en parte, influencia de dos autores que me gustan mucho: Carlos Fuentes y John Steinbeck; del primero recomiendo ampliamente "la region más transparente" (y "aura" ¿por que no?) aunque varios dicen que no tiene sentido lo que dice en sus libros a como actua. Y del segundo "las uvas de la ira".......ambos buenisimos. obras maestras.


De a poco, de a lento, moría el sol en cada materia de aquellos campos. Toda sombra desaparecía, tenues escalas matizaban las piedras, los árboles, los magueyes, y sobre todo; la tierra. Esa tierra que ha dado de comer al hombre desde que es hombre. La misma por la que ha habido litigios, sueños, sangre y desolación. La conocida tierra a la que devolveremos algún día todo lo que nos proveyó. Bendita tierra que manos sabias han sabido moldear para obtener de si el sustento día con día. Los surcos están desechos, quedan apenas en la superficie los restos exangües de los que fue la cosecha. La noche se desdobla lejana en el horizonte.
A lo lejos, algunos hombres discuten. Hay camiones viejos cargados con toda la producción. Ya es tarde para que se estén arreglando esos negocios.
-Es nuestra última oferta, Don Matías –Dice un hombre con la mano en los bolsillos.
-¿Pero como cree que puedo aceptar ese precio? Es poco para todo lo que trabajé –Contesta Don Matías.
-Lo sabemos, Don Matías, lo sabemos. Pero nosotros no somos los que lo ponemos. Solo seguimos órdenes. Por su bien acepte, sino todo la cosecha se le quedará y en verdad su trabajo habrá sido en vano.
Don Matías sabe que no tiene otra salida, en verdad es poca la ganancia, pero tiene necesidad de llevar el sustento. No hay alternativa. Ellos saben que terminará aceptando, saben que él necesita dinero, saben que sabe que él no puede pedir otro precio; otros ya se conformaron y hasta con menos. No hay remedio, acepta. Con resignación se guarda el dinero que los hombres le ofrecieron. De un momento a otro todo está arreglado y los camiones cargados comienzan a andar maltrechos por la brecha hasta la carretera más próxima.
-Ni modo, Matías, esperemos que el siguiente año sea mejor –Le dice Joaquín, su hermano.
-Esperemos, esperemos, mientras no sé que voy a hacer… cada día esto se pone más duro... –Dice Don Matías.
Ambos se dirigen a un camión. Antes de abordarlo Joaquín saca un cigarro y lo prende. También ellos se retiran. Don Matías maneja apático con un codo apoyado en la ventana, Joaquín escupe de cuando en cuando y sigue fumado. Suspira.
-Pos yo ya lo decidí, me voy pa’ los estados unidos –Dice Joaquín en medio de la monótona marcha- ¿Recuerdas que te había dicho? Iré a alcanzar a Carmen allá… sería bueno que los tres estuviéramos juntos otra vez.
-Si, sería bueno. Nunca convivimos mucho, ¿pero porque tomaste esa decisión? –Contesta Don Matías.
-Aquí ya no se puede, no hay oportunidad. Y nos pagan rete’ poco aunque trabajemos como mulas. Ayer que fui al pueblo hablé por teléfono con Carmen, está decidido. Ella me esperará allá con unas gentes suyas. Si los estados no están tan lejos de aquí. Tú también deberías animarte –Dice Joaquín.
-Una decisión así nomas no es fácil tomarla. Tengo mujer y dos hijas. Aparte llevar dinero para el viaje y para cuando estemos allá… ¿y luego como piensas irte, si ni tienes papeles?; es más, ¿dónde viviríamos?
-Ya sé Matías. Pero cuando hablé con Carmen me explicó como contactar en el pueblo al que la llevó. Solo es pagarle, aunque tiene su riesgo dice que si es de confiar. Te digo que de aquí ya estamos cerca. Y por lo de donde vivir ni te preocupes, ella dice que nos puede conseguir algo provisional, en lo que nos acostumbramos y ganamos algo.
-Cabrón...si ya tenías todo preparado, ¿verdad? –Replica don Matías-, deja ver con mi mujer. Ya no tenemos tanto dinero y las hijas también cuentan, acuérdate que están chiquillas.
-Hombre, por lo del dinero ni te preocupes, ya sabes aquí... ya cuando estés bien allá nos lo iras pagando a Carmen y a mi –Dice Joaquín que termina su cigarro y lo avienta a la carretera. De pronto Don Matías tiene que frenar, los débiles faros apenas si iluminan algunos metros. Frenó tan súbito que el camión se apagó. Lo vuelven a poner en marcha y en frente apenas se distingue un objeto. Los dos hombres bajan.
-¿Quién habrá dejado esto?. Casi nos la llevamos, y luego ese camión que ya está re’ jodido –Dice Joaquín tratando de contemplar una mesa abandonada en medio de la carretera con las patas para arriba.
-Pos’ no sé. Pero está buena. Ayúdame a subirla, me la llevo. La que tengo en mi casa ya está re’amolada –Dice Don Matías.
La suben y siguen su camino en silencio. Llegan a la casa de Don Matías. Los animales hacen revuelo, sus hijas salen a recibirlo en medio de los ladridos de los perros. Los hombres comienzan a bajar a la mesa.
-¿Qué es eso pá? ¿Es pa’ nosotros? –Dice una de sus hijas, Luz, que es la mayor.
-Si mi’ja, es una mesa. Esta es mejor que la otra, dile a tu madre que ya llegué –Dice Don Matías. Ambos hombres hacen esfuerzo para bajar el objeto –Ándale Joaquín, ayúdame ahora a sacar la otra y poner esta –Agrega.
En medio de la pequeña casa yace la nueva mesa. Las niñas la examinan. Doña Piedad, esposa de Don Matías, prepara café. Afuera la noche se despliega en todo su ancho, están en plenitud los ruidos y resplandores nocturnos. Algunos perros se acercan a olfatear la antigua mesa. Don Matías, Doña Piedad y Joaquín toman café. Muy al fondo las niñas ya duermen.
-¿Y de donde sacaste esto, Matías? –Pregunta Doña Piedad.
-La abandonaron en medio de la carretera –Responde él dando un trago a su café
-…¿y por fin, cuanto te dieron? –Pregunta Doña Piedad
Don Matías suspira. Termina su café y pide un cigarro a Joaquín.
-Lo que te había dicho… eso me dieron…es poco para todo el trabajo que hicimos.
-Así pronto no sabremos que hacer –Dice Doña Piedad, quien pone las manos debajo de la mesa y la rasca. –Esta mesa ta’ apolillada, mira. –Agrega enseñando a Don Matías un pedazo de madera.
-Esos son cuentos de viejas locas –Responde él frunciendo el seño e ignorando la prueba que su esposa le ofrecía. –hay que irse a descansar.
-Pus bueno Matías, entonces piensa bien eso de irnos pa’ los estados, que en tres días yo ya me voy. Bueno, me despido, buenas noches –Dice Joaquín levantándose.
-Si Joaquín, hasta mañana, ya veremos eso. Con cuidado vete –Le responde don Matías.
-Nos estamos viendo –Agrega su mujer.
Joaquín se marcha y la casa parece estar más sola, solo se escucha el resuello de las niñas que duermen al fondo en una misma cama.
-¿Es que Joaquín también se va? ¿Apenas se te ocurrió lo de ir con él? –Pregunta Doña Piedad.
-Si, pero a mi no se me ocurrió, fue a él. –Contesta don Matías bostezando.
-Ay Matías… ¿y las niñas que? ¿y luego que pasará?, se escuchan tantas cosas feas de irse pa´llá. –Dice Doña Piedad.
-Pos no sé. Según Joaquín, Carmen ya le dijo como irse sin tanta bronca…hay que ver. Ya me voy a descansar –Dice Don Matías incorporándose para correr una cortina que separa la cama de sus hijas con la de él y su esposa. Se acuesta e inmediatamente se queda dormido.
Doña Piedad lava las tazas y arregla lo poco que hay en la cocina procurando no hacer ruido y despertar a Don Matías. De su vestido saca un rosario y hace alguna oración. Se persigna y en un extremo de la mesa nueva coloca una cruz de madera en la que se leen las palabras “futuro”, “esperanza” y “vida”. Ella también se acuesta, mira a su alrededor, las tinieblas le ocultan la casa de un solo piso que hace las veces de cocina, comedor y habitaciones. Poco a poco se rinde al dulce sueño.
* * *
Los siguientes dos días Don Matías estuvo pensando. En la mesa nueva estuvo haciendo cuentas y cuentas de lo que tenía y podría tener si vendiera algunas cosas. De vez en cuando bostezaba. Se paraba en la ventana y contemplaba el exterior, la tierra en la que vivía parecía decirle algo. Que tal vez debía irse de ahí, que ya no había más que hacer. Fumaba y tomaba café. A veces su esposa se acercaba y le decía algo. Las hijas no notaban lo que estaba pasando, el día entero se les iba en sus juegos inventados, alejadas de la realidad, con los perros y juguetes, en su mundo impreciso en que reinaban con facilidad.
La esposa también llegaba a sentarse y agregaba algo. Acariciaba las manos de Don Matías, estaba apenas algunos instantes para luego continuar con sus labores.
Ya en la noche del segundo día Don Matías llegaba a una conclusión cuando fue Joaquín para despedirse. Estaban los tres sentados tomando café y comiendo algo frugal.
-Pus Joaquín, también nosotros nos vamos –Dijo Don Matías.
En el semblante de Joaquín se iluminó brevemente.
-Bueno, bueno, seguiremos estado juntos tú y yo…y Carmen se sorprenderá cuando te vea, ya hace mucho que no estábamos los tres juntos. ‘tonces ve que te vas a llevar de aquí. Que no sea mucho y no estorbe. ¿Ya tienes el dinero?
-Si, Joaquín, ya. Lo que hay que pagarle al fulano ese que nos lleva y algo para estar allá. No es mucho –Dijo Don Matías.
-Es lo que conseguimos de ultimo momento, también vendimos algunas cosas y algo de lo que teníamos ahorrado…espero que todo vaya a estar bien –Agregó Doña Piedad.
-Calma, Piedad, teniendo allá donde quedarnos ya resolvimos mucho. Hay algunos que están más amolados que nosotros, que ni tienen donde quedarse las primeras noches. Carmen nos va a ayudar.
-Eso espero, ¿pero y en que trabajáremos? ¿y el idioma? ¿y los papeles? ¿y si nos cachan? ¿cuanto es hasta allá?...no parece tan fácil. Las niñas se quedarán con su abuela –Dijo Doña Piedad.
-Si ya veo, entonces nos vemos mañana en la madrugada. Casi antes de llegar al pueblo. Seremos varios, verán el trailer, no lleven lámparas ni nada. Y ya saben, solo traigan lo más necesario. ¿Las niñas ya saben?
-No Joaquín, no saben. Orita les diremos, no sé que harán… -Dijo Don Matias.
-Bueno, bueno. ‘tonces nos vemos mañana. Ya me voy. Buenas –Dijo Joaquín.
-Si Joaquín, vete con cuidado –Respondió Doña Piedad.

Húbose ido Joaquín la casa se quedó en completo silencio. Don Matias y Doña Piedad meditaban en sus pensamientos.
-…te digo que esta mesa ta’ apolillada –Dijo Doña piedad rompiendo el silencio. Don Matías no dijo nada.
-Pos la decisión ya está tomada, ‘ta bueno. Hay que llamar a las hijas pa’ decirles –Dijo Don Matías que se levantó y las llamó. En breves instantes llegaron riendo y corriendo.
-Mándeme pá –Dijo Rosario
-Venga mi’ja –Dijo Don Matías. La pequeña niña se sentó en sus piernas, lo mismo hizo Luz con la madre. Las palabras parecían no querer decirse. Don Matías no sabía como empezar, Doña Piedad solo tenía fija la vista en la superficie de la mesa y acariciaba el cabello de Luz.
-Mi’ja su madre y yo tenemos que irnos a Estados Unidos, ¿en la escuela ya le enseñaron donde está, no?
-Si pa’ ¿pero por que tienen que irse? ¿No se pueden quedar aunque sea solo uno? –Dijo Rosario. Ambos padres se miraron.
-Tenemos que irnos hijita por que ya no podemos trabajar bien. Y allá si podremos, tendremos más dinero que les enviaremos a ustedes y a su abuela. Así ustedes estarán mejor –Dijo Doña Piedad.
-Pero nosotras no queremos estar mejor, queremos estar con ustedes –Dijo Luz que empezaba a sollozar.
-Nosotros también queremos estar con ustedes hijitas, pero por el momento tenemos que irnos –Dijo Don Matías- nos volveremos a ver y les hablaremos desde allá.
-¡Ya sé papá! ¡¿Y si nos vamos con ustedes?! ¡Así seguiríamos los cuatro juntos! –Dijo Rosario.
-Mi’ja eso no puede ser. Allá es muy peligroso y ustedes están chicas. Además van a estar bien con su abuela. Saben que las queremos pero tenemos que irnos –Dijo Don Matías.
-¡No! ¡Por favor llévenos! ¡Prometemos portarnos bien! En serio…no haremos nada malo –Dijo Rosario. El llanto era franco en ambas.
-No es de que se porten bien o mal. Es que no pueden ir por que puede pasarles algo hijitas… -Dijo Doña Piedad que besó a Luz en la frente.
-Pero… pero…nos hablarán todos los días, ¿verdad? –Preguntó la más pequeña.- ¿y volverán algún día?
-Si mi’ja, les hablaremos. Lo prometemos. Las queremos mucho a las dos –Dijo Don Matías. Las niñas abrazaban a sus padres y ellos las consolaban.
-¿Y cuando los volveremos a ver? ¿No será mucho tiempo, verdad? –Preguntó Rosario de súbito… Don Matías y Doña Piedad se miraron, no encontraron la respuesta.
* * *
La madrugaba reinaba en lo amplio del ambiente. Era silenciosa, fría, azul y profunda, tan profunda como la duda que sentían Don Matías, Doña Piedad y Joaquín. Silenciosa como las oscuras horas que les esperaban en la caja semi sellada de aquel trailer. Estaban formados en fila, al final el hombre que los llevaría cobraba las fuertes sumas que pedía para realizar tal empresa. Habiendo terminado, todos ya estaban acomodados en un reducido espacio. Eran Matías, Piedad, Joaquín, y dos mujeres y un hombre más. El chofer se subió a darles algunas indicaciones sobre el viaje, sobre que no hacer y lo poco que se podía hacer. Terminando, otros hombres comenzaron a acomodar carga de modo que el espacio donde estaban los seis quedó limitado. Don Matías grabó en su mente la última imagen que tuvo de la tierra donde nació y ahora abandonaba. Sería la última madrugada. Efímeros instantes finales que transcurrieron en las conciencias de los seis que en un orbe lejano buscaban acaso algo mejor. Nadie sabía bien que es lo que pasaría, que es lo que harían, es más; a si mismos se desconocían.
El camino fue largo. La oscuridad casi permanente. En ese reducido espacio no había mucho que hacer, quizá pensar, quizá dormir o bien solo el intento de ambas. Los tufos, las emanaciones, cada hedor se percibió en la viciada atmósfera. Se sentía la somnolencia, la pesadez, la fatiga; y sobre todo el desconocimiento del futuro inmediato. La nula circulación del aire hacía sus efectos. Las respiraciones eran forzosas. Los alientos se percibían cercanos, calientes, llevando en si la emanación de la insalubridad. Los miembros se acalambraban, se dormían, cada extensión del organismo llevaba su calvario hasta donde el breve espacio lo permitía. Desde lo más recóndito de la oscuridad se detuvo un ritmo, un resuello se prolongó por un silencio eterno; nadie preguntó. Si se habían intercambiado algunas palabras antes, ahora, solo el rumor del viaje era lo único que se escuchaba. Nadie se atrevía a moverse, como si cualquier leve pulso propagara la muerte de los cinco que quedaban.
El camino, si es que es necesario recordarlo, fue tortuoso. En medio de su intermitente somnolencia Don Matías, Doña Piedad y Joaquín, al igual que las dos mujeres, percibieron que el camión se había detenido. Todavía tardaron algunos momentos más en notar que el chofer y su ayudante abrían la caja y comenzaban a remover carga. Habían llegado a una explanada donde no se veían de entre las sombras más que bodegas y edificios que parecían abandonados.
-Matias, Matías. Por fin llegamos –Dijo su mujer casi llorando.
-Shhh… lo sé –Dijo él
A los cinco les apremiaba salir. La muerte era percibida. Todos esperaron ver la luz otra vez, pero el panorama fue distinto: solo una confusión de luces en un lugar desconocido. Cuando bajaron confirmaron su sentir: el otro hombre que los había acompañado había fallecido.
-Otro que no aguantó –Dijo el ayudante al chofer.
-Si, se veía en las últimas –Contestó el chofer –se lo cargó el viaje. Hay que ver donde lo tiramos. Y ustedes –añadió dirigiéndose a los otros- ya saben que no se habla de esto. Las otras dos mujeres se escabulleron hacia quien sabe donde.
Don Matías, Doña Piedad y Joaquín contemplaban en medio de la noche el panorama nocturno que yacía ante ellos. Luces, muchas luces. Anuncios con frases en un idioma ininteligible. A lo lejos un mall resaltaba. Era todo civilizado. Nada de eso era la tierra que ellos conocían, ni por la que hubieran sonreído al ver las mieses entre sus manos fatigadas.
De las sombras una silueta apareció << ¡Matías!, ¡Joaquín! >>, el grito de una mujer. Ambos hombres buscaban para responder al llamado.
-¡Carmen! –Dijo Joaquín- hace ya tanto que no te veíamos.
-Lo sé. Ya ha pasado mucho –Respondió Carmen abrazando a Don Matías y Joaquín- Piedad, ya no me acordaba bien de ti… tan solo fue una vez que nos vimos.
A los cuatro les embargaba una extraña felicidad. Después de todo, Don Matías, Doña Piedad y Joaquín no estaban tan solos como creyeron que iban a estarlo. Todo hasta esa instancia había sido difícil. Quizá las cosas empeorarían, pero es diferente cuando uno está con su gente, con el que comparte el mismo idioma, la tierra de procedencia, y sobre todo; lo que une a las familias.
Carmen había llegado por ellos en una camioneta con un conocido suyo. Amanecía. En el breve trayecto Don Matías y Doña Piedad contemplaban el mundo al que pronto se enfrentarían. Sería como crecer otra vez. Sería separarse de las viejas costumbres, de la lengua madre, del recuerdo del hogar; casi de la identidad que los hacía ser hijos de una tierra que los había parido y a la que algún día regresarían. Sería la nostalgia en sus distintas formas. Tantos y tantos días de incertidumbre. Era un nuevo comienzo. Desconocían el suelo que pisaban, se preguntaban dubitantes sobre los días por venir.
* * *
Con algo de facilidad, Carmen habíales conseguido un lugar más o menos digno para vivir al igual que trabajo en la fábrica de muebles donde también ella laboraba.
-f u r n i t u r e –Fue lo primero que leyó Don Matias el primer día que fue a la fábrica. No sabía ni lo elemental para comunicarse.
Don Matías y Doña Piedad pensaron que serían observados desde el primer momento, que sería notada su condición de inmigrantes; pero se habían olvidado de que ellos no eran los primeros ni los últimos. Habían sido asignados en una bodega de la fábrica; separados de Joaquín y Carmen. Pagaban mejor que lo que ganaban en México. Su trabajo consistía en revisar la madera, que no tuviera polillas, imperfecciones, o cualquier otra cosa; así como darle el tratamiento mínimo en caso de que tuviera algún defecto. Se les habían dado un par de guantes para trabajo rudo y un cubre bocas especial para evitar mejor las molestias del polvo o las astillas. Las condiciones apenas eran las mínimas. Aquel primer día el capataz habló en una mezcla de español e ingles a los recién llegados. Eran Don Matías, Doña Piedad y un valaco de nombre Hagi. Las reglas eran severas, transgredirlas significaba la despedida inmediata, que fue de lo poco que pudo entender Don Matías. Donde estaban asignados habían latinos y orientales. Pronto los que hablaban español le explicaron a Don Matías y Doña Piedad como funcionaba todo en ese lugar; de esta misma manera se enteraron también que su puesto había sido inmediatamente cubierto por que antes un árabe se había herido con una sierra y hacía una semana que no regresaba, en tanto a los otros lugares, los otros dos trabajadores parecía que habían sido deportados. Comenzaron sus labores. Doña Piedad se puso los guantes y se preguntó cuantos antes de ella los habían usado; le parecía tan extraño haber encontrado trabajo tan rápido cuando por las noticias, eso era lo más difícil y elemental. Al valaco solo le había tocado cubre bocas, sus manos pronto se astillaron y cortaron. Se veía decaído.
-¿De donde sos amigo? Contá –Le preguntó un hombre a Don Matías
-¿Qué? No le escucho…
-Pronto se acostumbrará al ruido, que de donde sos –Repitió el hombre.
-Venimos de México, tenemos pocos días –Contestó Don Matías.
-Ahh… mexicanos. Yo soy Mario, soy de Uruguay vine para acá bien chaval. Se ve que apenas llagaron. Actúan con tanta cautela.
-Matías, pa’ servirle. Si, apenas llegamos. No me siento aun muy seguro, pero ni modo, de donde venimos ‘ta peor.
-Así pasa, cada vez son más los que tienen que salir de su país. Quien sabe a donde vaya a parar todo esto. ¿Pero sabés? No todos los que llegan a aquí tenen tanta suerte. Hay unos que no cruzan, otros que los deportan y de los que ya trabajan no todos son bien pagados. Llegar hasta acá no es el único problema. Se podría decir que tenemos suerte, aquí no nos explotan tanto como en otros trabajos. Si querés quedarte, tenés que seguir las reglas y pedir que afuera no te atrape nadie –Dijo el uruguayo prosiguiendo con su trabajo.
Don Matías no respondió nada, lo que le había dicho ese hombre no era prometedor. Desde antes podía imaginar a lo que se iban a enfrentar.
Cada día era igual. Don Matías, Doña Piedad y Joaquín se quedaban en el mismo lugar donde vivía Carmen. El espacio no era mucho, y con cuatro personas el calor se sentía más en las sofocantes noches de insomnio. Don Matías fingía dormir cuando en la madrugada escuchaba a su esposa sollozar, rogando a dios que sus hijas estuvieran bien, que eso no terminara en una desgracia; en fin, que nada de lo que estaban haciendo fuera en vano. Don Matías apretaba los ojos evitando las ganas de voltearse y decirle a ella que todo estaría bien, aunque ni él mismo lo sabía. La mayoría de las veces, antes de llegar a donde vivían, llamaban a sus hijas desde un teléfono público. Los minutos eran escasos, apenas el tiempo suficiente para decir algunas cosas. Cuando Doña Piedad les hablaba lo hacía con gran aplomo, pidiéndoles a ellas que aguantases, que fueran fuertes y no lloraran. Era una mezcla de ternura y valentía, pero terminando la llamada aguantaba las ganas de llorar y así en silencio regresaban a descansar. El camino era lento, sentían que cada extraño les iba a preguntar algo y ellos terminarían contestando lo poco que hasta esos días habían aprendido <> o en el peor de los casos; se descubriría que no tienen papeles y entonces deportados serían.
* * *
…abrió así de repente los ojos, Doña Piedad no podía seguir durmiendo, aquella madrugada había decidido que se levantara antes. En el cuarto escuchábase la respiración de los demás, el prudente ritmo de un reloj contaba con melancolía el tiempo faltante para que amaneciera; mientras tanto, la oscuridad era absoluta. Se vistió y salió a la calle un momento; el relente la saludaba con una fotografía de aquella ciudad. Edificios enormes, grandes construcciones, muchas casas, publicidad por todos lados…todo era sigiloso; costaba trabajo creer que de día fuera tan agitado. Don Matías también se había levantado.
-No podía seguir durmiendo –Dijo Doña Piedad –perdón, te desperté.
-Desde que llegamos no has dormido bien –Dijo Don Matías. Ella suspiró.
-¿Cómo sabes que no he dormido bien? Si ni ruido hago.
-Porque yo tampoco he podido… y te he escuchado… -Dijo Don Matías frotándose los ojos.
-Pido por las niñas, que estén bien; y que pronto volvamos –Contestó Doña Piedad –El tiempo aquí ha parecido harto largo. Lo extraño todo. Don Matías contemplaba el panorama con las manos en las bolsas de su chamarra.
-Si yo también, no te creas. Aunque orita quien sabe como estuviéramos allá.
-Yo ya me hubiera despertado pa’ hacerte’l desayuno –Dijo Doña Piedad.
-No sé cómo te levantabas antes. Ni cuenta me daba; en cambio aquí parece que’l sueño se me hace más ligero.
El alba inundaba tímida la ciudad que regresaba en sí para comenzar un nuevo día. Se oían ecos, nuevos instantes y ruidos de motores. Joaquín y Carmen también ya se habían levantado, prestos, los cuatro fueron a trabajar.
Aquel día en la planta fue diferente. Estaban haciendo las tareas de siempre, pero ubicado en una esquina, un capataz tomaba apuntes. No se inmutaba, de vez en cuando bostezaba y anotaba algo en una libreta. Súbitamente se incorporó y dijo algo, todos detuvieron su trabajo y al mismo tiempo abrió una puerta para que varios policías y algunos hombres más vestidos de civil entraran gritando. El capataz fue con ellos eligiendo a algunos de los trabajadores, quienes eran sometidos a empujones y golpes por los uniformados. Don Matías y Doña Piedad fueron elegidos y junto con otros, separados en un grupo, al principio él se opuso pero le costó que un policía le golpeara en la cara, al instante Doña Piedad trató de detenerle el sangrado con un trapo. Los que no habían sido seleccionados contemplaban sumisos cada acción. Luego, el capataz habló con los policías y los hombres, nadie entendía pero era obvio, estaban siendo deportados; había sido una redada. Desde una rincón el valaco observaba, Don Matías le miró y al instante se quitó sus guantes para arrojárselos. Un policía se percató pensando que haría otra cosa y le amenazó alzando el puño, pero Don Matías alzó los brazos de inmediato. A los seleccionados los formaron en una fila, Don Matías iba al final; ya saliendo todos, desde donde estaba, el valaco alcanzó a pronunciar: <> Subieron a los deportados en varias camionetas y los conducirían de forma necesaria para regresarlos a sus países
* * *
De a poco, de a lento, moría el sol en cada materia de aquellos campos cuando Don Matías y Doña Piedad regresaban. Todo había terminado, tendrían que comenzar de nuevo. La sombra de cada cosa desaparecía, tenues escalas matizaban las piedras, los árboles, los magueyes, y sobre todo; la tierra. Y de todas las tierras que habían encontrado, esa era la que más amaban, de la que se sentían dueños por que la trabajaron y ahora el esfuerzo sería doble o quizá más del doble, parecía aquello una traición. Volvieron casi sin nada, exceptuando algunos dólares y pesos de más habían traído. El atardecer brindábales una bienvenida nostálgica a su hogar, allende el horizonte la luz mortecina daba pinceladas rojizas, violáceas y naranjas. Se cernía en el infinito la primera estrella de la noche próxima.
Los perros los recibieron con ladridos y frotando sus cabezas contra sus piernas. Sentían su regreso pero a lo sumo Don Matías y Doña Piedad se limitaban a quitarlos de su camino. Aún en la entrada seguía la mesa que había sido reemplazada. La casa se encontraba más silenciosa y quieta que nunca, apenas si había la luz necesaria. Doña Piedad suspiró.
-Te dije que esa mesa tenía polillas –Dijo mirando e inspeccionando el resto de los objetos de madera. La plaga se había extendido a todo lo que fuera de ese material; al techo, a las sillas y a las bases de las camas. Era tal la cantidad que los insectos se veían revolotear en el ambiente. Todo lo habían invadido y carcomido las polillas. Y la cruz en la que las palabras “futuro”, “esperanza” y “vida” estaban inscritas, aunque infestada, seguía manteniéndose en pie.

LAS LAMPARAS

....hey este es (y fue) para cierta persona. Daen, solo es para ti. Un buen día andaba limpiando unas lamparas.... las cabronas estaban sucias hasta su madre.

Supongo, debo resaltar que este fue un trabajo que me pudieron publicar en una revista de nuestra benemerita jajaj (CHIDO BUAP mayo. # 48 donde salen en la portada unos jovencillos alegres)

LAS LAMPARAS
Hace tanto que los pasillos de este lugar se han vuelto más espaciosos, más lóbregos y más anchos, gracias a tu ausencia que aún no he podido justificar y comprender muy bien.
Ahora, sin tus pasos, hasta ya puedo oír a las ratas entre los muros, las mismas ratas que roen la madera, los cables de las instalaciones, sí, esas mismas, las que se comen migaja a migaja la comida que dejaste la última vez en que cenamos juntos dentro de tantas breves noches.
La mesa se ha cubierto de polvos y otras materias, a veces, en la madrugada, me llego a despertar repentinamente; y una ansiedad de querer limpiarlo todo me embarga. Aún así, al amanecer, nuevas finas películas y cortezas sutiles se han depositado de nuevo sobre todas las cosas; las mías que solían ser tuyas, las tuyas que nunca fueron de nadie, y que de nadie nunca fuiste como ahora no lo soy de ti. Dejo todas las puertas y ventanas abiertas, ¿que para que?, no lo sé, pero las dejo abiertas. Si, es cierto, los mosquitos lo invaden todo, se posan en las paredes, forman miríadas revoltosas en los focos que dan a la calle, en los focos de los cuartos, incluso, en los focos fundidos de la cómoda del lado en que dormías; ¿que le puedo hacer?, quizá algún día regreses, y viendo que todo esté cerrado, asumas que me he cambiado. Por eso lo dejo todo abierto, estando de nuevo los dos nos encargaríamos más rápido de todos los insectos que pululen hasta en la más remota y miserable grieta.
Intento no pensar demasiado en todo lo que ocurrió, algunas veces lo hago tanto que te suelo encontrar en el primer escalón de la escalera, pero sé que no estás ahí, y te ignoro aunque me quede a platicar contigo; en fin, cosas de la soledad, que se yo. Algunos días se van como los días que se van rápido, otros días, como los días que van lento, depende de la estación, de lo que haya hecho y la hora. Camino por los lugares que caminamos juntos, ahí siguen las mismas cosas: el suelo, el aire que me recuerda ciertas cosas de ti, las bancas en que nos sentábamos para decirnos nada; creo que ni siquiera el día cambió demasiado. Las pinturas que solías mirar siguen colgadas. Las de Rembrant y Goya y las de Van Eyck y y Remdios Varo. Casi todo se quedó como lo dejaste, las manecillas de los relojes se detuvieron en el justo momento, los libros abiertos en las mismas páginas o las cartas que no abriste. Solo las lámparas si han cambiado. Están sucias, tu las limpiabas siempre, con tus delicadas manos, manos de paciencia, manos de arena, de ébano, creo que es lo que más extraño, esas manos, tus manos, manos ingenuas y dulces.
Te tomabas el tiempo necesario, a veces fumabas. Tardabas minutos u horas, días, incluso, creo, años. Las limpiabas cuidando que cada detalle de vidrio no quedara sucio, que cada parte del armazón de plata no se percudiera. Lo amaba. Toda la noche se quedaban prendidas, y en cuanto veías que se ensuciaban, nuevamente, con tu paciencia, las volvías a limpiar. Lo amaba. Me encantaba verte, hay cosas que luego hacemos sin saber por que.

Hoy, que ya tiempo ha pasado, he tratado de limpiar las lámparas, pero no me quedan como a ti, tan puras, tan brillantes, de una desnudes fantástica. No he hecho más el intento, no tiene caso. Las estaciones pasan y las lámparas se siguen ensuciando de tierra, de ceniza, de grasa, de nieve, de hojas secas de otoño y de tu ausencia Están manchadas, oscuras, como esta noche en la que medita mi alma sin ti

PANORAMA

Creo que no hay mucho que resaltar, aquí, un par de ideas que salieron de por aqui y por alla... y eso fue todo. Espero sea de su agrado


PANORAMA
De ojos infinitamente azules, azules como el Caribe, como el agua en el Círculo Polar. Azules cual pluma de quetzal o arroyo virgen. Tanto como cualquier persona los pudiera imaginar. En el lecho la seda era parte de ella, cada forma era ocultada bajo la ingravidez de la misma. Un cuerpo esencial, dulce; quizá el de Helena, quizá el de Venus, despertaba en mi la intriga fatal de saber hasta cuando todo aquello duraría…
Y aquella noche que desperté, Sadie habiáse marchado. La alcoba pareció más lóbrega, más solitaria; apareció un vacío que ninguna cosa podría llenar. La seda pareció volverse asfixiante, los cristales se hicieron opacos. Acaso la luz que se colaba desde la calle se extinguió; las telarañas invadieron los ángulos, innumerables cadáveres de insectos yacieron de un día para otro.

-¿A dónde se fue mamá? –Preguntó uno de nuestros hijos al ver que Sadie no regresaba.
-No lo sé, hijo mío, no lo sé. Tal vez solo se haya demorado –Contesté yo.
-¿Algún día regresará mamá?
-Es posible, es posible
-Y cuando regrese, ¿podré yo dormir con ustedes cuando sueñe feo? –replicó él.
-Hijo, tu puedes venir a mi cuarto cada vez que quieras
-Si, lo sé. Pero es que desde que mamá se fue ya no he tenido sueños feos….
-Pesadillas –Le interrumpí.
-Ajá… pesadillas
Le besé.
-¿Sabes que pensé el otro día? –Preguntó
-¿Qué pensaste hijo?
-Que… que las pesadillas son cosas buenas pero que parecen malas para que los hijos puedan ir a dormir con su papá y mamá.
-Hijo…
No supe que decirle.
-Pero que cuando uno de ellos falta, tan solo las pesadillas se van por que ya no tiene caso que los hijos duerman tan solo con su papá o su mamá.
Suspiré.
-Quizá así sea –Respondí –hijito.

Y desde aquella plática nocturna mis hijos no volvieron a venir a interrumpir el sueño durante las noches. Cierta vez en el desayuno, alguno de ellos me dijo: ¡Felicítame papá, ya no tengo que ir a dormir a tu cuarto por que ya no sueño feo, soy grande!. Asentí.
¿Es que todo en esta vida se acaba? ¿Qué el único límite somos nosotros mismos, y, ni aún la muerte puede imponérnoslos? ¿Qué condición margina al hombre a sentir amor, soledad, tantas y tantas cosas?... No puedo responderme a estas preguntas. Alguna vez soñé que Sadie regresaba. Fresca, pura como nunca, para mí, para los hijos; para este hogar que imaginamos tanto.

Todo se ha vuelto homogéneo, las cosas vacuas parecen las más imprescindibles… cuando llego de trabajar (la bendición es que los hijos me reciben con escandalosos gritos y risas) me quedo en la terraza de la casa, bebiendo vino, café o solo mis pensamientos; y contemplo el nocturno panorama que yace ante mi vista, tan solo, tan intermitente. Y aún mas; sin ella.


jueves, 13 de noviembre de 2008

WWW.DESEOS.COM

Camaradas, a continuacion os presento un cuento. Debido a como se manejan estas cosas supongo que les parece enorme; en realidad son solo 14 paginas a doble espacio, y supongo que mi estilo no es dificil.
Es ciencia ficcion con un poco de fantasia, me sirvio para entrar a un certamen (hay gente que odia la palabra certamen....jajaj x ti compa).... pero los resultados no fueron satisfactorios; es decir, no gane. Como sea, es algo como un homenaje a uno de mis poemas preferidos de Borges, "elogio de la sombra" al igual que uno de sus cuentos "el aleph", de igual forma para "cuando la luna es de melon" de anna akhmatova y para la rola Sadie...¿que de quien? de alkaline trio..imagino que una lectura previa o posterior de lo que dije ayudara a comprender mejor.
advierto: algun parecido con la realidad es coincidencia. Ah, en general esta corregido, aunque supongo que faltan algunas cosas mas. Si les parece asi, háganmelo saber.
Sadie G.
y acaecían los mejores desarrollos de la tecnología, medicina, comunicaciones y tantas otras ciencias que prometían mucho. Las personas estaban conformes con su existencia en este mundo maravilloso. Las ciencias médicas alcanzaban límites insospechados, la genética encontraba su auge, dejaron de existir las discapacidades, disfunciones y cualquier otra alteración; amén de citar que la belleza era cosa común. La neurología daba lo mejor de si develando los misterios del cerebro y el pensamiento humano, y de entre las más famosas técnicas habidas, existía una que permitía al ser humano olvidar o desconocer el concepto de la muerte y sus implicaciones. Simplemente un día todo acababa y ya; nadie lloraba o se preguntaba por que. Quedaban escasos hombres y mujeres que sabían lo que era morir. Esa sombra que nos cuestionaba había sido iluminada para siempre. Eso era la verdadera eternidad y no vivir muchos años; no más razonamientos dubitantes o innecesarias controversias existenciales.
Los medios de comunicación, publicidad y mercadotecnia satisfacían las necesidades de todo el público, uno podía pasar el día entero viendo programas, valorando cada producto nuevo que salía a la venta o bien explorando el ciberespacio. Es deber decir que era obligación, y, por que no expresarlo de este modo, que la gente de bien o bonita gustara de tener varias pantallas y computadoras para estar al tanto de lo que sucediera en cualquier parte de ese mundo; sea algún nuevo artista de música popular, sea algún programa televisivo o las actualizaciones disponibles que lo colocaran a uno en la vanguardia; ¿que dirían los demás si uno no hiciera eso? ¡Ni pensarlo!
Todos, a la manera de cada quien, interesábanse en desarrollar su capital. Las posibilidades eran proporcionales según a lo que cada individuo aspiraba.
Casi la totalidad de la vida estaba regida mediante las computadoras, el super desarrollo de internet y servicios digitales, los medios…etc., pero hemos de recordarlo una vez más: ¡parecía la era del verdadero progreso!. Y de entre tantos conceptos, desarrollos e invenciones, digámoslo así, geniales; surgió uno que sería el pináculo de todos y no había adjetivo con que describirlo, lo que engendraría un cantidad de posibilidades infinitas llegando así a partir la historia en antes y después de este fenómeno: era
www.deseos.com .Este sitio, a diferencia de tantos otros que servían solo para cosas específicas, era el inicio de una nueva era. Deseos.com era un portal donde cualquier persona después de haberse registrado podía acceder, la novedad consistía en que aquí uno escribía su deseo y lo mandaba al servidor; ahí los ingenieros, programadores y todo una amalgama de equipos multi, inter y pluridisciplinarios hacían realidad cualquier petición, algo así como los genios y las lámparas mágicas aunque sea ridículo citarlo aquí. Así es damas y caballeros, www.deseos.com podía sin problema realizar cualquier cosa, la palabra imposible ya no era un hecho. En sencillos pasos se podía lograr. 1: Darse de alta, 2: Pedir su deseo (como los genios de las lámparas y sin traer a un extraño a la casa; recuérdese) y enviarlo 3: Recibir en la comodidad de su correo la cotización del o los deseos. Los precios iban desde apenas algunos centavos hasta cantidades exorbitantes. “¡MUESTRANOS DE VERDAD QUIEN ERES!, ¡PIDE UN DESEO!”-Deseos.com- Anunciaba la mayoría de la publicidad en todos lados, era deseos.com lo que todos estábamos esperando. Todo era euforia, poderosas empresas quedaban en quiebra día con día. ¿Acaso podría haber algo mejor que Deseos.com?

…un día en la vida. Y en uno como tantos despertó Sadie G. más tarde de lo usual. Abriendo todas las cortinas de su departamento miró por los ventanales, el mismo panorama de siempre: incontables edificios, fábricas expeliendo oscuras emisiones, anuncios, la extraña neblina que nunca cedía y el ruido de propagandas, música y los motores de vehículos volantes que pasaban casi rozando el inmueble donde ella residía. <<¿Qué habrá más allá de este cielo de humo? >> Se preguntó irreflexivamente mirando hacia arriba. No podía imaginar, creía que después de esa capa se encontraría el oscuro espacio sideral con todas esas imágenes estáticas que publican las divulgaciones científicas.
Como era costumbre, fue hacia las computadoras para revisar las actualizaciones y ver lo más relevante que se ofrecían: nuevos equipos de cualquier uso con mayor capacidad, noticias sobre los programas televisivos en boga, toda clase de artículos que hacían aquella vida más cómoda y, para no perder la costumbre, (¡adivinanza!, ¡adivinanza!) ¡si!, ventanas emergentes que le invitaban a navegar en
www.deseos.com , lo pensó, quizá más tarde, quizá. Abrió su cuenta de correo, como usuaria tenía derecho a miles de terabytes de capacidad, servicio de mensajería instantánea, y una suerte de espacio donde ponía información sobre ella, fotos, conocer gente para poder hacer nuevos amiguitos (ella ya tenía varios cientos) y muchas otras tantas ventajas que no tiene caso mencionar. Habían varios correos sin revisar, unos del trabajo y otros de sus conocidos, solicitudes de sexo on-line, promociones para unirse a otras compañías, el entretenimiento tan variado que ofrecían las compañías televisivas; en fin, uno nunca terminaría de verlo todo. Bostezó, y sintió una extraña sensación que no supo describir ni designar. En esa misma página consultó su cuenta bancaria, no cabía que Sadie G. era una gente de bien; ya tenía ahorrada una monumental cantidad gracias al esfuerzo de varios años. Igualmente ingresó en la sección oficial de los rankings: ella figuraba entre una de las mil personas más ricas, una de las veinte mujeres más guapas, que anteponiendo que en esa época ser bonito era una obligación y un derecho humano incluido en las legislaciones, exactamente se encontraba en el sitio número dos; ya que su predecesora tenía menos años que ella y gastaba ingentes sumas en tratamientos. Como decía algún anuncio; “la belleza es una inversión”.
Nada nuevo. Bostezó y volvió a sentir esa sensación.
Se disponía a maquillarse, una pantalla táctil con cámara hacia las veces de espejo, solo que en aquel entonces casi nadie sabía ya lo que era verse en un espejo, digamos, eso era tecnología primitiva. La pantalla estaba conectada a la línea digital y en una sección de ella perfilaban las más recientes innovaciones de las ciencias de la belleza; cremas, cosméticos, cirugías, deportes y la sección que trataba el tema de (¡adivinen!) deseos.com/belleza/másjovenqueayernotantocomomañana. A Sadie le parecía demasiado que ese sitio estuviera teniendo tanto auge pero entró. Deseos.com le pedía forzosamente darse de alta y tener una cuenta, pero no lo haría desde allí porque escribir en una pantalla táctil y vertical se le hacía incómodo. Cerró la ventana y en lo extenso de la superficie aparecía su rostro. Bostezó, <>, pensó. La imagen era muy nítida, fidedigna; casi como estar viéndose en un espejo de verdad, su rostro no tenía imperfección alguna. Algunos mechones de cabello rojo le caían sobre las mejillas y la frente, sus ojos, aunque oscuros, denotaban algo de dulzura; de este modo no necesitaba ayuda alguna. Según recuerda sus padres no habían decidido manipular mucho sus genes en ese campo para ser más generosos con ella en otros aspectos; como el académico en el que siempre había destacado por sus excelentes notas y enorme capacidad para aprender las lecciones. No obstante, la naturaleza, si es que todavía en aquellos tiempos esa mujer sabia intervenía; había sido generosa. Sadie G. llenaba los estándares de lo que la sociedad juzgaba como hermoso, aceptable, bonito; en fin, de gente de bien.
Mientras revisaba algunas cosas de su trabajo se registraba en deseos.com. Y como todas las personas lo sabemos, darse de alta en algún servicio electrónico no precisaba mucho tiempo que demandar. Deseos.com no era la excepción; lo de siempre como nombre de usuario, otro correo, y leer los famosísimos términos y condiciones, que, como regla general nunca leemos. Ya registrada ingresó. La página mostraba los testimonios en video de quienes ya habían hecho realidad sus deseos. Habían varias categorías como salud, belleza, finanzas, sexo, deportes, social, religión y los deseos más recientes, que fue donde entro. Estaban enlistados los deseos que en las últimas horas se habían demandado: “ser feliz” “que mi perro reviva”, “conocer a dios”, ”no existir”, “capacidad infinita en mi reproductor de música” “una cereza en mi helado”, “un orgasmo que dure muchas horas”, “tener siempre notas perfectas en la escuela”, “más dinero”, “nunca engordar”, “que X o Y quiera ser mi pareja”, “que deseos.com no cobre” (cosa que, para deseos.com, era imposible, y dicho sea de paso, poco rentable, qué curioso) “que se muera mi jefe” (este era uno de los casos donde Deseos.com no se involucraba directamente, sino más bien solo proporcionaba las herramientas apropiadas después de algún análisis previo que se discutía entre cliente y prestador) y así la lista se prolongaba con varios ejemplos más. Sadie lo leyó todo, pero no quedaba convencida así que entró en la categoría de libre. Ahí se leía la frase de “¡MUESTRANOS DE VERDAD QUIEN ERES!…¡PIDE UN DESEO!”, y a continuación venía un espacio donde se podía escribir el deseo. Leyó el slogan una y otra vez. No sabía que pedir pues pensaba que ya todo lo tenía; una existencia cierta y plena, dinero, belleza, placeres, lujo y comodidad. Bostezó y pensó que sería divertido mandar lo siguiente: “Saber quién soy”. Rió consigo misma y le pareció imposible que pudieran hacer algo con esa petición. Quería ver si de verdad eran tan buenos y hasta donde podía llegar la capacidad de
www.deseos.com . Oprimiendo un solo botón mandó su deseo de solo tres palabras.

En algunos días Sadie ya había recibido la respuesta de Deseos.com:
“Señorita Sadie G.,
Estamos profundamente agradecidos por querer ser parte de
www.deseos.com , le garantizamos satisfacción absoluta de cualquier petición que usted nos haga. Cada día mejoramos para ofrecer un mejor servicio a nuestros clientes, y, que en su defecto; no quedara satisfecha, le garantizamos la devolución de su dinero. No nos queda otra cosa, señorita Sadie G., que darle la bienvenida a Deseos.com; y que usted también pueda alcanzar la felicidad como tantos otros ya lo han hecho.
Por otra parte, este no es el correo que ordinariamente enviamos. En nuestra calidad de proveer un mejor servicio y después de haber analizado la petición que usted nos ha hecho, le rogamos respetuosamente cambie de decisión, o; si usted prefiere lo contrario, mantenerla. Si usted eligiera lo último tendríamos que hacer algo de tramites más minuciosos e incluso personales, puesto que este, es un caso extraordinario.
Sin más por el momento y agradeciendo su atención nos despedimos esperando llegar a términos beneficiosos para ambas partes;
.Deseos.com”

Rió un poco y pensó que había puesto en jaque a la tan mentada página. Planeaba seguir con todo eso; llevarlo al límite, ¿que de malo o complicado tenía lo que había pedido? ¿Qué no deseos.com era el orbe inabarcable de lo feliz? ¿es que deseos.com había encontrado un límite y había dejado de ser lo más avanzado que se había desarrollado?.
Sadie respondió, sin muchas palabras, que quería seguir con su petición; saber quién era.

En unos días más, justo cuando trabajaba, Sadie recibió la respuesta.
Estimada señorita Sadie G.,
Gracias por haber tomado el tiempo para responder nuestra misiva. Deseos.com se complace en comunicarle que su petición ha sido valorada y asumimos la responsabilidad de hacer su deseo realidad. Esperemos lo disfrute.
No obstante debido a la complejidad del mismo, hemos de notificarle que tardará más tiempo de realizase que un deseo promedio. De igual forma; su precio ha sido cotizado como el deseo más caro que se nos ha pedido, y que por razones de seguridad no ponemos su costo aquí.
No está de más que digamos que Deseos.com no se hace responsable por las consecuencias de lo que haya pedido, y más; en un caso como este, explícitamente le advertimos que su petición puede resultar en extremo negativa para su integridad física, moral, social y mental. Decimos esto sin la menor ligereza; le sugerimos, con respeto, lo medite una vez más. En Deseos.com también buscamos la seguridad del cliente. Los primeros resultados arrojados del análisis de su deseo son en buena parte desconcertantes para nuestros ingenieros y demás profesionales. Ellos mismos recomiendan que usted, señorita Sadie, sea prudente. Aparte de los términos y condiciones convencionales, le hemos anexado otros aparte para este caso tan especial así como también una lista de lo que no tenemos bajo nuestro dominio.
Sin más por el momento, nos despedimos.
.Deseos.com
No habría marcha atrás, Sadie G. estaba más decidida que nuca. Contestó reafirmando una vez más su deseo. En no muchos días recibió noticias de que su petición estaba trabajándose y mientras tanto se apresurara en hacer el sustancial depósito a la cuenta bancaria.
Los medios, como en cualquier mundo lo harían, y que nadie sabe cómo, llegaron a publicar extraoficialmente que en Deseos.com ya se había pedido el deseo más caro y más complejo. Como todos sabemos, se manejaban distintas versiones. Algunas empresas mantenían que Sadie G. ya había hecho realidad su deseo; que ella misma había estado en el más allá estando acá. Otras, por su parte, manejaban que se había relacionando sexualmente con seres inteligentes de allende el espacio-tiempo conocidos donde las mismas leyes físicas y naturales que nos rigen son diferentes, y aún más; que estaba embarazada de uno de esos entes y que con el nacimiento de su vástago Sadie G. crearía una nueva raza para conquistar el universo. Y así se manejaban muchas versiones. Constantemente Sadie era entrevistada pero no contestaba nada del asunto hasta haber hecho su deseo realidad. De igual manera, era la gente de Deseos.com la que también era asediada por reporteros; pero como el secreto profesional lo dictamina, no podían revelar ni el deseo y mucho menos el coste.
En cambio, pasemos con Sadie, quien se había imaginado que algo así ocurriría. Cualquier persona en su sano juicio vendería la exclusiva para revelar cuál era el deseo y a que costo había sido cumplido, y, como Sadie era una persona que si se encontraba en su sano juicio haría lo anterior añadiendo que pondría un cantidad base y concedería la exclusiva a quien ofreciera más. No hay duda, Sadie G es una chica de bien como la sociedad lo pide.
La gente que ya había pedido algo en Deseos.com sabía que su mandato se cumpliría, y esto pasaba sin que algo raro afectara su segura rutina. Todo acaecía tan natural que se preguntaban realmente si Deseos.com era algo como una especia de mafia, secta o que cosa porque les parecía tan maravilloso que algo que les hubiera costado mucho esfuerzo conseguirlo se hiciera tan realidad en unos pocos segundos y a cambio de una cantidad que podía ser módica o soberbia.
Transcurría todo como siempre en la vida de Sadie, a excepción de algo. Dos veces Sadie había soñado estar en un lugar que no conocía, un sitio que parecía antiguo y era desconocido y conocido a la vez para ella. Lo extraño es que ella no se veía a sí misma, sino solo se sentía ahí, pero en cuanto comenzaba a caminar el sueño era interrumpido.
Pensó que su seguro contra sueños y pesadillas estaba expirando, lo mejor sería renovarlo porque es muy molesto estar viendo cosas improbables y en los peores casos pasar un mal rato sintiendo sensaciones desagradables, ¡ella alguna vez tuvo una pesadilla donde el mundo se quedaba sin energía eléctrica y tenían que usar unos raros artilugios largos y grasosos que funcionaban a base del arcaico principio de combustión por O2! ¡qué horror!
Al ponerse en contacto con su aseguradora le dijeron que su contrato todavía no había expirado así que mejor buscó a Deseos.com para resolver su duda. Ellos le contestaron que era normal que un deseo de ese tipo hubiera presentado fallas las primeras veces, pero que el problema no persistiría en la siguiente ocasión. Y así fue, para ventaja o desgracia de ella.

…y a la tercera ocasión tuvo ese sueño. Un sueño vívido, natural; hialino. Un sueño de matices intangibles y a la vez materiales. Uno que recordaría el resto de su vida. Fue ese sueño el que eligió para siempre y se perdió en él una noche por completo sin darse cuenta. Se sentía ahí Sadie, en un mundo lejano al suyo y que era por mucho diferente. Era más remoto, nada que conociera o hubiera sabido. Un lugar del que nunca había oído hablar ni nombrar en alguna parte. Aunque caminaba y sabiáse ahí, no se veía a sí misma. Un sueño en modalidad de primera persona.
Pasaba por antiguas avenidas, por calles y callejuelas que encerraban algún misterio. Fachadas nostálgicas cuya resquebrajada pintura trazaba caprichosos deltas y dábanle la bienvenida a Sadie en ese lugar.
Había atravesado existencias, instantes, universos y tiempo para poder estar viendo esos lugares. Los pensamientos más intuitivos germinaban hasta la última corteza de su pensamiento y le decían que todos esos lugares eran la Recoleta, el Retiro, el Once y el Sur. Sadie sabía que no sabía y no sabía que sabía al mismo tiempo. Y en una de las precarias calles encontró a un hombre apoyado en un bastón mirando hacia el horizonte. Aunque apenas lo notara Sadie, aunque aún azul, en el cielo se iba pintando el mágico atardecer; era algo que había olvidado o que tal vez ya no pasaba en su mundo. O en el peor de los casos había olvidado y ya no pasaba. Antes de que lo pensara, se encontraba muy cerca del hombre.
Se asustó. Aquel extraño era viejo. Su rostro estaba tejido de arrugas, de manchas y el paso inexorable del tiempo. Como reacción Sadie tocó su rostro: se calmó porque sintió tersa su piel como estaba acostumbrada. Aquel hombre le parecía deforme.
-Sadie, querida, ¿te molestaría si me dices como es este atardecer? –Dijo aquél. Sadie sintió que no debía impresionarle que ese hombre supiera ya su nombre.
-Es…es…naranja, rojo, rosa y morado –Titubeó Sadie como si no sintiera o encontrara la forma de describirlo,- ¿es que no puede ver bien?
-No es que no pueda ver bien. Es que ya no veo; el tiempo me ha concedido esta rara condición –Contestó él, con ambas manos apoyadas en su bastón y como oyendo u oliendo la atmosfera. Vestía con traje bien confeccionado.
-Entiendo, debe ser feo.
-Sí, así parece al principio. Pero con el tiempo me he ido acostumbrando. He redescubierto las cosas. La ceguera ya no pesa tanto y fluye ahora despacio. Así he podido conocerme mejor; hay quienes aún teniendo la vista no llegan a conocerse nunca.
-A mi me asustaría. No podría ver lo que ocurre o mi aspecto. No sabría si ya envejecí –Dijo Sadie frotando sus manos, que era lo único que podía ver de ella en ese instante.
-Es normal tener miedo al principio. La vejez, ese es nombre que le dan, concluye tantas cosas nuestras… -él sonrió levemente- aunque gracias a esta condición yo no he podido ver mi vejez; sino solo sentirla –Dijo él.
-¿Y envejecer se siente mal? –Preguntó Sadie estudiando el rostro del hombre- creo que a mi todavía no me sucede. El tosió y rió un poco.
-El cuerpo no importa tanto, sino que el hombre y su alma sigan vivos a través de los años. El hombre se tomó del brazo de Sadie.
-Vamos Sadie, se hace tarde y hay que llegar a casa –Dijo él- seguiremos platicando en el camino y cuando lleguemos.
La noche los envolvía con el relente. Sadie alzó la vista y percibió las estrellas. Ya eran varios años que no percataba de ellas; aquella noche negra era hermosa.
Seguían caminando por las calles desiertas. Murmuraban los grillos desde las grietas, los gatos se escondían a su paso saltando y maullando. Habían árboles sombríos. Todo se estaba quedando quieto.
-¿Seguro que sabe por dónde vamos? –Preguntó Sadie, la luna se ha ocultado y no veo nada. Parecía en realidad que el hombre ayudaba a Sadie y no ella a él.
-Calma, Sadie, esta penumbra es lenta y no hiere.
-¿Cómo que no hiere? No le entiendo…
-Bueno, ya te he dicho. Desde la ceguera no importa si ya oscureció o amaneció. Es cierto aún recuerdo la noches, las tantas lunas y los luceros. No te preocupes. Ya casi llegamos. Aunque las calles y esquinas puedan ser otras, todo confluye al lugar en el que he vivido. ¿Ves ahora? Lo que no ha cambiado es el pasado.
Al instante ambos estaban parados en frente de una casa pequeña. La luna se había descubierto otra vez. Era naranja y redonda, parecía de melón. La única puerta y ventana estaban cerradas. Afuera un árbol creaba azules contrastes con las sombras. Junto, una pila contenía en su interior agua fría más quieta que un cristal. Adentro parecía arder una bujía.
El hombre sacó unas llaves y de entre todas eligió una para abrir.
Adentro apenas habían muebles. Una mesa, dos sillas, la cocina y por aparte; un cuarto contiguo con una cama y lo necesario. Más adelante, y sin contener algo específico, estaba un último cuarto. De el salía una pálida luminiscencia y era lo que se veía desde fuera. Aquel matiz era débil y no servía para iluminar toda la casa. Sadie no preguntó nada.
-Siéntate Sadie. ¿Gustas algo de tomar? Hay té, si prefieres… El hombre ya se había levantado y movía las cosas sabiendo la ubicación de todas ellas. Al momento trajo una taza humeante y pequeña.
-Bueno Sadie, que bueno que nos encontramos y gracias por acompañarme a mi casa. Cada día olvido más las cosas rutinarias.
Algo en la atmósfera había encantado a Sadie. Era un ambiente azul y sereno.
-¿Qué hay ahí en ese cuarto? –Preguntó mirando el débil resplandor.
-Oh, solo tengo un espejo que he cubierto con un paño. ¿De qué me sirve si ya soy ciego? –El hombre suspiró- muchas cosas de mi ya las conozco. Ha de estar opaco y polvoso.
-¿Cuál fue la última imagen que vio? –Preguntó ella aspirando el vapor del té y mirando el fondo de la taza.
-No recuerdo…creo que son tantas. Mis amigos siguen siendo lo que han sido hace tantos años, las cosas que leí también me generaron imágenes y lo siguen haciendo cuando las vuelvo a leer en la memoria. Los lugares en los que estuve, el sur, el este, el oeste y el norte. Ciertos caminos que anduve, días, noches. Aún recuerdo las imágenes que tuve ayer –Contestó el hombre tapándose el bostezo con una mano.
La noche se hacía más pesada y la soledad lo abarcaba todo. Sadie de inmediato reconoció que a ella también le había pasado eso; un bostezo así no más de repente y sin saber por qué.
-¿Por qué bostezó? –Preguntó ella.
-Ya es de tarde, Sadie. Tengo que descansar, cada día se me hace más cansado. Ser viejo es una llanura incesante.
-¿Entonces tiene sueño? –Inquirió ella, mas sabía que eso no era lo que sentía a veces…
-Sí, mucho. Hay que dormir y soñar. Soñar es mágico, es también estar en la realidad, y nunca hay que dejar de hacerlo. Será mejor que durmamos, Sadie. A mí me hace mucha falta. Así puedo olvidar. Soñaré y alcanzaré a mi centro, a mi algebra y mi clave; a mi espejo. Pronto sabré quien soy. Vamos querida Sadie. Tú también debes hacerlo, ya es muy tarde para que regreses, mañana temprano podrás hacerlo. Puedes utilizar la otra habitación. El hombre se incorporó y se dirigió al primer cuarto. Sadie se quedó un poco más antes de irse a acostar también.
La otra pieza también contenía una cama y las cosas mínimas. Al fondo estaba el espejo cubierto con el paño, que ahora no parecía tener algún brillo. Del lado de la cama había otra ventana desde donde se podía contemplar sin obstáculos el firmamento. La luna de melón brillaba en la concavidad universal, y por su brillo en el cristal; parecía que había ahí de ella una rebanada. Sadie sentíase cansada, sin más preámbulo, se entrego sin miramientos al sueño, al dulce sueño. Y soñando en el sueño soñó que despertaba de súbito en la madrugada. Que el cuarto se había iluminado, pero no era la luz de la luna de melón sino el fulgor intolerable que provenía del espejo… Sadie se dirigía hacia él, y algo le decía que debía quitar el paño, pero aún así había algo la detenía. Despertó.
Sadie sudaba y su corazón palpitaba rápido. La pieza seguía casi a oscuras. Recordó el fragmento de sueño que había tenido. El espejo no emitía ninguna clase de luminiscencia, pero la necesidad de querer descubrirlo era aún más apremiante que en el sueño; no lo pensó dos veces. Incorporándose se dirigió hacia él y quitó la tela. El espejo adquirió lentamente un fulgor intolerable. Era un color que nunca nadie ha visto, un color nuevo y específico. Un color hasta entonces desconocido. Parecía que temblaba o se movía pero ello era por la gran cantidad de imágenes que de su interior surgían. El espejo no daba reflejo, daba imágenes. En él se contenía todo.
En él Sadie G. se vió a si misma descubriendo el espejo. Vio su mundo, vio las urbes modernas, los reinos portentosos de lo fastuoso y las podredumbres miserables. Vio hombres andando sin saber a donde iban. Vio todos los rumbos por los que debían andar los humanos. Vio la realidad y la mentira. Vio el curso de los años, la necesidad de todo y de nada, vio las debilidades de los seres y notó como eran esclavos de sus propias creaciones. Supo los génesis del cosmos y su analítico final. Conoció lo que era el amor y el odio. Surcó aún después la existencia para ver los engranajes de la vida y muerte, y supo que hay antes de la primera y después de la segunda. Afrontó la eternidad en un instante. Todas sus dudas consientes e inconscientes se consumaron y dedujo que la vida no tendría algún sentido así. Sintió la locura, la razón, la nostalgia y el desdén. Vio las vidas de todos, vio los nacimientos de los que estuvieron antes de ella y conoció a los que aún no nacía.
Se vio a sí misma. Vio sus entrañas, cada partícula de su materia en cada ángulo posible. Vio sus pensamientos y descubrió que no eran muy diferentes a los de los otros. Había actuado tan homogéneamente. Pensó que pensar era lo más complejo. Se vio a si misma entre las catervas siendo un reflejo del entorno y que ella misma no había logrado edificar su propia imagen. Vio su propia vejez, ese rostro delicado de los cabellos rojos era ahora el irredimible paso del tiempo que tanto había ignorado. Vio arrugas. Vio sus cabellos como si el invierno se hubiera apoderado de ellos
Finalmente le fue revelado que ella no era quien creía que era; y era lo que nunca había pensado que sería. Y a al saberlo lloró por que había sido hipócrita consigo misma. Aquello que no sabía describir era el tedio, el fastidio, la rutina de ser como decían que se debía ser. Había sido defraudada. Nada de eso era en lo que ella ponía sus esperanzas como tantos otros.
En los últimos instantes de las efigies se vio a si misma durmiendo en su departamento, pero notó que su corazón ya no latía y que de su cerebro más señales no eran transmitidas.
Algunos cabellos rojos le caían en la frente, Sadie G. ya nunca más despertaría. Cubrió de nuevo el espejo con el paño. Fue a dormir dulcemente lo que le quedaba de sueño. En el espejo su doble tal vez era su contrario.