sábado, 15 de noviembre de 2008

TIERRAS ENCONTRADAS

por ahi escuché alguna vez que los autores se debían (aunque sea un poco) comprometes con la sociedad en la que se desarrollaban. Para muchos ha sido esto la razón de su obra, para otros......bueno..... allá cada quien. Pense que no me llegaria a pasar a mi, algunos trabajos tienen un poco de ello......

Este cuento salió, en parte, influencia de dos autores que me gustan mucho: Carlos Fuentes y John Steinbeck; del primero recomiendo ampliamente "la region más transparente" (y "aura" ¿por que no?) aunque varios dicen que no tiene sentido lo que dice en sus libros a como actua. Y del segundo "las uvas de la ira".......ambos buenisimos. obras maestras.


De a poco, de a lento, moría el sol en cada materia de aquellos campos. Toda sombra desaparecía, tenues escalas matizaban las piedras, los árboles, los magueyes, y sobre todo; la tierra. Esa tierra que ha dado de comer al hombre desde que es hombre. La misma por la que ha habido litigios, sueños, sangre y desolación. La conocida tierra a la que devolveremos algún día todo lo que nos proveyó. Bendita tierra que manos sabias han sabido moldear para obtener de si el sustento día con día. Los surcos están desechos, quedan apenas en la superficie los restos exangües de los que fue la cosecha. La noche se desdobla lejana en el horizonte.
A lo lejos, algunos hombres discuten. Hay camiones viejos cargados con toda la producción. Ya es tarde para que se estén arreglando esos negocios.
-Es nuestra última oferta, Don Matías –Dice un hombre con la mano en los bolsillos.
-¿Pero como cree que puedo aceptar ese precio? Es poco para todo lo que trabajé –Contesta Don Matías.
-Lo sabemos, Don Matías, lo sabemos. Pero nosotros no somos los que lo ponemos. Solo seguimos órdenes. Por su bien acepte, sino todo la cosecha se le quedará y en verdad su trabajo habrá sido en vano.
Don Matías sabe que no tiene otra salida, en verdad es poca la ganancia, pero tiene necesidad de llevar el sustento. No hay alternativa. Ellos saben que terminará aceptando, saben que él necesita dinero, saben que sabe que él no puede pedir otro precio; otros ya se conformaron y hasta con menos. No hay remedio, acepta. Con resignación se guarda el dinero que los hombres le ofrecieron. De un momento a otro todo está arreglado y los camiones cargados comienzan a andar maltrechos por la brecha hasta la carretera más próxima.
-Ni modo, Matías, esperemos que el siguiente año sea mejor –Le dice Joaquín, su hermano.
-Esperemos, esperemos, mientras no sé que voy a hacer… cada día esto se pone más duro... –Dice Don Matías.
Ambos se dirigen a un camión. Antes de abordarlo Joaquín saca un cigarro y lo prende. También ellos se retiran. Don Matías maneja apático con un codo apoyado en la ventana, Joaquín escupe de cuando en cuando y sigue fumado. Suspira.
-Pos yo ya lo decidí, me voy pa’ los estados unidos –Dice Joaquín en medio de la monótona marcha- ¿Recuerdas que te había dicho? Iré a alcanzar a Carmen allá… sería bueno que los tres estuviéramos juntos otra vez.
-Si, sería bueno. Nunca convivimos mucho, ¿pero porque tomaste esa decisión? –Contesta Don Matías.
-Aquí ya no se puede, no hay oportunidad. Y nos pagan rete’ poco aunque trabajemos como mulas. Ayer que fui al pueblo hablé por teléfono con Carmen, está decidido. Ella me esperará allá con unas gentes suyas. Si los estados no están tan lejos de aquí. Tú también deberías animarte –Dice Joaquín.
-Una decisión así nomas no es fácil tomarla. Tengo mujer y dos hijas. Aparte llevar dinero para el viaje y para cuando estemos allá… ¿y luego como piensas irte, si ni tienes papeles?; es más, ¿dónde viviríamos?
-Ya sé Matías. Pero cuando hablé con Carmen me explicó como contactar en el pueblo al que la llevó. Solo es pagarle, aunque tiene su riesgo dice que si es de confiar. Te digo que de aquí ya estamos cerca. Y por lo de donde vivir ni te preocupes, ella dice que nos puede conseguir algo provisional, en lo que nos acostumbramos y ganamos algo.
-Cabrón...si ya tenías todo preparado, ¿verdad? –Replica don Matías-, deja ver con mi mujer. Ya no tenemos tanto dinero y las hijas también cuentan, acuérdate que están chiquillas.
-Hombre, por lo del dinero ni te preocupes, ya sabes aquí... ya cuando estés bien allá nos lo iras pagando a Carmen y a mi –Dice Joaquín que termina su cigarro y lo avienta a la carretera. De pronto Don Matías tiene que frenar, los débiles faros apenas si iluminan algunos metros. Frenó tan súbito que el camión se apagó. Lo vuelven a poner en marcha y en frente apenas se distingue un objeto. Los dos hombres bajan.
-¿Quién habrá dejado esto?. Casi nos la llevamos, y luego ese camión que ya está re’ jodido –Dice Joaquín tratando de contemplar una mesa abandonada en medio de la carretera con las patas para arriba.
-Pos’ no sé. Pero está buena. Ayúdame a subirla, me la llevo. La que tengo en mi casa ya está re’amolada –Dice Don Matías.
La suben y siguen su camino en silencio. Llegan a la casa de Don Matías. Los animales hacen revuelo, sus hijas salen a recibirlo en medio de los ladridos de los perros. Los hombres comienzan a bajar a la mesa.
-¿Qué es eso pá? ¿Es pa’ nosotros? –Dice una de sus hijas, Luz, que es la mayor.
-Si mi’ja, es una mesa. Esta es mejor que la otra, dile a tu madre que ya llegué –Dice Don Matías. Ambos hombres hacen esfuerzo para bajar el objeto –Ándale Joaquín, ayúdame ahora a sacar la otra y poner esta –Agrega.
En medio de la pequeña casa yace la nueva mesa. Las niñas la examinan. Doña Piedad, esposa de Don Matías, prepara café. Afuera la noche se despliega en todo su ancho, están en plenitud los ruidos y resplandores nocturnos. Algunos perros se acercan a olfatear la antigua mesa. Don Matías, Doña Piedad y Joaquín toman café. Muy al fondo las niñas ya duermen.
-¿Y de donde sacaste esto, Matías? –Pregunta Doña Piedad.
-La abandonaron en medio de la carretera –Responde él dando un trago a su café
-…¿y por fin, cuanto te dieron? –Pregunta Doña Piedad
Don Matías suspira. Termina su café y pide un cigarro a Joaquín.
-Lo que te había dicho… eso me dieron…es poco para todo el trabajo que hicimos.
-Así pronto no sabremos que hacer –Dice Doña Piedad, quien pone las manos debajo de la mesa y la rasca. –Esta mesa ta’ apolillada, mira. –Agrega enseñando a Don Matías un pedazo de madera.
-Esos son cuentos de viejas locas –Responde él frunciendo el seño e ignorando la prueba que su esposa le ofrecía. –hay que irse a descansar.
-Pus bueno Matías, entonces piensa bien eso de irnos pa’ los estados, que en tres días yo ya me voy. Bueno, me despido, buenas noches –Dice Joaquín levantándose.
-Si Joaquín, hasta mañana, ya veremos eso. Con cuidado vete –Le responde don Matías.
-Nos estamos viendo –Agrega su mujer.
Joaquín se marcha y la casa parece estar más sola, solo se escucha el resuello de las niñas que duermen al fondo en una misma cama.
-¿Es que Joaquín también se va? ¿Apenas se te ocurrió lo de ir con él? –Pregunta Doña Piedad.
-Si, pero a mi no se me ocurrió, fue a él. –Contesta don Matías bostezando.
-Ay Matías… ¿y las niñas que? ¿y luego que pasará?, se escuchan tantas cosas feas de irse pa´llá. –Dice Doña Piedad.
-Pos no sé. Según Joaquín, Carmen ya le dijo como irse sin tanta bronca…hay que ver. Ya me voy a descansar –Dice Don Matías incorporándose para correr una cortina que separa la cama de sus hijas con la de él y su esposa. Se acuesta e inmediatamente se queda dormido.
Doña Piedad lava las tazas y arregla lo poco que hay en la cocina procurando no hacer ruido y despertar a Don Matías. De su vestido saca un rosario y hace alguna oración. Se persigna y en un extremo de la mesa nueva coloca una cruz de madera en la que se leen las palabras “futuro”, “esperanza” y “vida”. Ella también se acuesta, mira a su alrededor, las tinieblas le ocultan la casa de un solo piso que hace las veces de cocina, comedor y habitaciones. Poco a poco se rinde al dulce sueño.
* * *
Los siguientes dos días Don Matías estuvo pensando. En la mesa nueva estuvo haciendo cuentas y cuentas de lo que tenía y podría tener si vendiera algunas cosas. De vez en cuando bostezaba. Se paraba en la ventana y contemplaba el exterior, la tierra en la que vivía parecía decirle algo. Que tal vez debía irse de ahí, que ya no había más que hacer. Fumaba y tomaba café. A veces su esposa se acercaba y le decía algo. Las hijas no notaban lo que estaba pasando, el día entero se les iba en sus juegos inventados, alejadas de la realidad, con los perros y juguetes, en su mundo impreciso en que reinaban con facilidad.
La esposa también llegaba a sentarse y agregaba algo. Acariciaba las manos de Don Matías, estaba apenas algunos instantes para luego continuar con sus labores.
Ya en la noche del segundo día Don Matías llegaba a una conclusión cuando fue Joaquín para despedirse. Estaban los tres sentados tomando café y comiendo algo frugal.
-Pus Joaquín, también nosotros nos vamos –Dijo Don Matías.
En el semblante de Joaquín se iluminó brevemente.
-Bueno, bueno, seguiremos estado juntos tú y yo…y Carmen se sorprenderá cuando te vea, ya hace mucho que no estábamos los tres juntos. ‘tonces ve que te vas a llevar de aquí. Que no sea mucho y no estorbe. ¿Ya tienes el dinero?
-Si, Joaquín, ya. Lo que hay que pagarle al fulano ese que nos lleva y algo para estar allá. No es mucho –Dijo Don Matías.
-Es lo que conseguimos de ultimo momento, también vendimos algunas cosas y algo de lo que teníamos ahorrado…espero que todo vaya a estar bien –Agregó Doña Piedad.
-Calma, Piedad, teniendo allá donde quedarnos ya resolvimos mucho. Hay algunos que están más amolados que nosotros, que ni tienen donde quedarse las primeras noches. Carmen nos va a ayudar.
-Eso espero, ¿pero y en que trabajáremos? ¿y el idioma? ¿y los papeles? ¿y si nos cachan? ¿cuanto es hasta allá?...no parece tan fácil. Las niñas se quedarán con su abuela –Dijo Doña Piedad.
-Si ya veo, entonces nos vemos mañana en la madrugada. Casi antes de llegar al pueblo. Seremos varios, verán el trailer, no lleven lámparas ni nada. Y ya saben, solo traigan lo más necesario. ¿Las niñas ya saben?
-No Joaquín, no saben. Orita les diremos, no sé que harán… -Dijo Don Matias.
-Bueno, bueno. ‘tonces nos vemos mañana. Ya me voy. Buenas –Dijo Joaquín.
-Si Joaquín, vete con cuidado –Respondió Doña Piedad.

Húbose ido Joaquín la casa se quedó en completo silencio. Don Matias y Doña Piedad meditaban en sus pensamientos.
-…te digo que esta mesa ta’ apolillada –Dijo Doña piedad rompiendo el silencio. Don Matías no dijo nada.
-Pos la decisión ya está tomada, ‘ta bueno. Hay que llamar a las hijas pa’ decirles –Dijo Don Matías que se levantó y las llamó. En breves instantes llegaron riendo y corriendo.
-Mándeme pá –Dijo Rosario
-Venga mi’ja –Dijo Don Matías. La pequeña niña se sentó en sus piernas, lo mismo hizo Luz con la madre. Las palabras parecían no querer decirse. Don Matías no sabía como empezar, Doña Piedad solo tenía fija la vista en la superficie de la mesa y acariciaba el cabello de Luz.
-Mi’ja su madre y yo tenemos que irnos a Estados Unidos, ¿en la escuela ya le enseñaron donde está, no?
-Si pa’ ¿pero por que tienen que irse? ¿No se pueden quedar aunque sea solo uno? –Dijo Rosario. Ambos padres se miraron.
-Tenemos que irnos hijita por que ya no podemos trabajar bien. Y allá si podremos, tendremos más dinero que les enviaremos a ustedes y a su abuela. Así ustedes estarán mejor –Dijo Doña Piedad.
-Pero nosotras no queremos estar mejor, queremos estar con ustedes –Dijo Luz que empezaba a sollozar.
-Nosotros también queremos estar con ustedes hijitas, pero por el momento tenemos que irnos –Dijo Don Matías- nos volveremos a ver y les hablaremos desde allá.
-¡Ya sé papá! ¡¿Y si nos vamos con ustedes?! ¡Así seguiríamos los cuatro juntos! –Dijo Rosario.
-Mi’ja eso no puede ser. Allá es muy peligroso y ustedes están chicas. Además van a estar bien con su abuela. Saben que las queremos pero tenemos que irnos –Dijo Don Matías.
-¡No! ¡Por favor llévenos! ¡Prometemos portarnos bien! En serio…no haremos nada malo –Dijo Rosario. El llanto era franco en ambas.
-No es de que se porten bien o mal. Es que no pueden ir por que puede pasarles algo hijitas… -Dijo Doña Piedad que besó a Luz en la frente.
-Pero… pero…nos hablarán todos los días, ¿verdad? –Preguntó la más pequeña.- ¿y volverán algún día?
-Si mi’ja, les hablaremos. Lo prometemos. Las queremos mucho a las dos –Dijo Don Matías. Las niñas abrazaban a sus padres y ellos las consolaban.
-¿Y cuando los volveremos a ver? ¿No será mucho tiempo, verdad? –Preguntó Rosario de súbito… Don Matías y Doña Piedad se miraron, no encontraron la respuesta.
* * *
La madrugaba reinaba en lo amplio del ambiente. Era silenciosa, fría, azul y profunda, tan profunda como la duda que sentían Don Matías, Doña Piedad y Joaquín. Silenciosa como las oscuras horas que les esperaban en la caja semi sellada de aquel trailer. Estaban formados en fila, al final el hombre que los llevaría cobraba las fuertes sumas que pedía para realizar tal empresa. Habiendo terminado, todos ya estaban acomodados en un reducido espacio. Eran Matías, Piedad, Joaquín, y dos mujeres y un hombre más. El chofer se subió a darles algunas indicaciones sobre el viaje, sobre que no hacer y lo poco que se podía hacer. Terminando, otros hombres comenzaron a acomodar carga de modo que el espacio donde estaban los seis quedó limitado. Don Matías grabó en su mente la última imagen que tuvo de la tierra donde nació y ahora abandonaba. Sería la última madrugada. Efímeros instantes finales que transcurrieron en las conciencias de los seis que en un orbe lejano buscaban acaso algo mejor. Nadie sabía bien que es lo que pasaría, que es lo que harían, es más; a si mismos se desconocían.
El camino fue largo. La oscuridad casi permanente. En ese reducido espacio no había mucho que hacer, quizá pensar, quizá dormir o bien solo el intento de ambas. Los tufos, las emanaciones, cada hedor se percibió en la viciada atmósfera. Se sentía la somnolencia, la pesadez, la fatiga; y sobre todo el desconocimiento del futuro inmediato. La nula circulación del aire hacía sus efectos. Las respiraciones eran forzosas. Los alientos se percibían cercanos, calientes, llevando en si la emanación de la insalubridad. Los miembros se acalambraban, se dormían, cada extensión del organismo llevaba su calvario hasta donde el breve espacio lo permitía. Desde lo más recóndito de la oscuridad se detuvo un ritmo, un resuello se prolongó por un silencio eterno; nadie preguntó. Si se habían intercambiado algunas palabras antes, ahora, solo el rumor del viaje era lo único que se escuchaba. Nadie se atrevía a moverse, como si cualquier leve pulso propagara la muerte de los cinco que quedaban.
El camino, si es que es necesario recordarlo, fue tortuoso. En medio de su intermitente somnolencia Don Matías, Doña Piedad y Joaquín, al igual que las dos mujeres, percibieron que el camión se había detenido. Todavía tardaron algunos momentos más en notar que el chofer y su ayudante abrían la caja y comenzaban a remover carga. Habían llegado a una explanada donde no se veían de entre las sombras más que bodegas y edificios que parecían abandonados.
-Matias, Matías. Por fin llegamos –Dijo su mujer casi llorando.
-Shhh… lo sé –Dijo él
A los cinco les apremiaba salir. La muerte era percibida. Todos esperaron ver la luz otra vez, pero el panorama fue distinto: solo una confusión de luces en un lugar desconocido. Cuando bajaron confirmaron su sentir: el otro hombre que los había acompañado había fallecido.
-Otro que no aguantó –Dijo el ayudante al chofer.
-Si, se veía en las últimas –Contestó el chofer –se lo cargó el viaje. Hay que ver donde lo tiramos. Y ustedes –añadió dirigiéndose a los otros- ya saben que no se habla de esto. Las otras dos mujeres se escabulleron hacia quien sabe donde.
Don Matías, Doña Piedad y Joaquín contemplaban en medio de la noche el panorama nocturno que yacía ante ellos. Luces, muchas luces. Anuncios con frases en un idioma ininteligible. A lo lejos un mall resaltaba. Era todo civilizado. Nada de eso era la tierra que ellos conocían, ni por la que hubieran sonreído al ver las mieses entre sus manos fatigadas.
De las sombras una silueta apareció << ¡Matías!, ¡Joaquín! >>, el grito de una mujer. Ambos hombres buscaban para responder al llamado.
-¡Carmen! –Dijo Joaquín- hace ya tanto que no te veíamos.
-Lo sé. Ya ha pasado mucho –Respondió Carmen abrazando a Don Matías y Joaquín- Piedad, ya no me acordaba bien de ti… tan solo fue una vez que nos vimos.
A los cuatro les embargaba una extraña felicidad. Después de todo, Don Matías, Doña Piedad y Joaquín no estaban tan solos como creyeron que iban a estarlo. Todo hasta esa instancia había sido difícil. Quizá las cosas empeorarían, pero es diferente cuando uno está con su gente, con el que comparte el mismo idioma, la tierra de procedencia, y sobre todo; lo que une a las familias.
Carmen había llegado por ellos en una camioneta con un conocido suyo. Amanecía. En el breve trayecto Don Matías y Doña Piedad contemplaban el mundo al que pronto se enfrentarían. Sería como crecer otra vez. Sería separarse de las viejas costumbres, de la lengua madre, del recuerdo del hogar; casi de la identidad que los hacía ser hijos de una tierra que los había parido y a la que algún día regresarían. Sería la nostalgia en sus distintas formas. Tantos y tantos días de incertidumbre. Era un nuevo comienzo. Desconocían el suelo que pisaban, se preguntaban dubitantes sobre los días por venir.
* * *
Con algo de facilidad, Carmen habíales conseguido un lugar más o menos digno para vivir al igual que trabajo en la fábrica de muebles donde también ella laboraba.
-f u r n i t u r e –Fue lo primero que leyó Don Matias el primer día que fue a la fábrica. No sabía ni lo elemental para comunicarse.
Don Matías y Doña Piedad pensaron que serían observados desde el primer momento, que sería notada su condición de inmigrantes; pero se habían olvidado de que ellos no eran los primeros ni los últimos. Habían sido asignados en una bodega de la fábrica; separados de Joaquín y Carmen. Pagaban mejor que lo que ganaban en México. Su trabajo consistía en revisar la madera, que no tuviera polillas, imperfecciones, o cualquier otra cosa; así como darle el tratamiento mínimo en caso de que tuviera algún defecto. Se les habían dado un par de guantes para trabajo rudo y un cubre bocas especial para evitar mejor las molestias del polvo o las astillas. Las condiciones apenas eran las mínimas. Aquel primer día el capataz habló en una mezcla de español e ingles a los recién llegados. Eran Don Matías, Doña Piedad y un valaco de nombre Hagi. Las reglas eran severas, transgredirlas significaba la despedida inmediata, que fue de lo poco que pudo entender Don Matías. Donde estaban asignados habían latinos y orientales. Pronto los que hablaban español le explicaron a Don Matías y Doña Piedad como funcionaba todo en ese lugar; de esta misma manera se enteraron también que su puesto había sido inmediatamente cubierto por que antes un árabe se había herido con una sierra y hacía una semana que no regresaba, en tanto a los otros lugares, los otros dos trabajadores parecía que habían sido deportados. Comenzaron sus labores. Doña Piedad se puso los guantes y se preguntó cuantos antes de ella los habían usado; le parecía tan extraño haber encontrado trabajo tan rápido cuando por las noticias, eso era lo más difícil y elemental. Al valaco solo le había tocado cubre bocas, sus manos pronto se astillaron y cortaron. Se veía decaído.
-¿De donde sos amigo? Contá –Le preguntó un hombre a Don Matías
-¿Qué? No le escucho…
-Pronto se acostumbrará al ruido, que de donde sos –Repitió el hombre.
-Venimos de México, tenemos pocos días –Contestó Don Matías.
-Ahh… mexicanos. Yo soy Mario, soy de Uruguay vine para acá bien chaval. Se ve que apenas llagaron. Actúan con tanta cautela.
-Matías, pa’ servirle. Si, apenas llegamos. No me siento aun muy seguro, pero ni modo, de donde venimos ‘ta peor.
-Así pasa, cada vez son más los que tienen que salir de su país. Quien sabe a donde vaya a parar todo esto. ¿Pero sabés? No todos los que llegan a aquí tenen tanta suerte. Hay unos que no cruzan, otros que los deportan y de los que ya trabajan no todos son bien pagados. Llegar hasta acá no es el único problema. Se podría decir que tenemos suerte, aquí no nos explotan tanto como en otros trabajos. Si querés quedarte, tenés que seguir las reglas y pedir que afuera no te atrape nadie –Dijo el uruguayo prosiguiendo con su trabajo.
Don Matías no respondió nada, lo que le había dicho ese hombre no era prometedor. Desde antes podía imaginar a lo que se iban a enfrentar.
Cada día era igual. Don Matías, Doña Piedad y Joaquín se quedaban en el mismo lugar donde vivía Carmen. El espacio no era mucho, y con cuatro personas el calor se sentía más en las sofocantes noches de insomnio. Don Matías fingía dormir cuando en la madrugada escuchaba a su esposa sollozar, rogando a dios que sus hijas estuvieran bien, que eso no terminara en una desgracia; en fin, que nada de lo que estaban haciendo fuera en vano. Don Matías apretaba los ojos evitando las ganas de voltearse y decirle a ella que todo estaría bien, aunque ni él mismo lo sabía. La mayoría de las veces, antes de llegar a donde vivían, llamaban a sus hijas desde un teléfono público. Los minutos eran escasos, apenas el tiempo suficiente para decir algunas cosas. Cuando Doña Piedad les hablaba lo hacía con gran aplomo, pidiéndoles a ellas que aguantases, que fueran fuertes y no lloraran. Era una mezcla de ternura y valentía, pero terminando la llamada aguantaba las ganas de llorar y así en silencio regresaban a descansar. El camino era lento, sentían que cada extraño les iba a preguntar algo y ellos terminarían contestando lo poco que hasta esos días habían aprendido <> o en el peor de los casos; se descubriría que no tienen papeles y entonces deportados serían.
* * *
…abrió así de repente los ojos, Doña Piedad no podía seguir durmiendo, aquella madrugada había decidido que se levantara antes. En el cuarto escuchábase la respiración de los demás, el prudente ritmo de un reloj contaba con melancolía el tiempo faltante para que amaneciera; mientras tanto, la oscuridad era absoluta. Se vistió y salió a la calle un momento; el relente la saludaba con una fotografía de aquella ciudad. Edificios enormes, grandes construcciones, muchas casas, publicidad por todos lados…todo era sigiloso; costaba trabajo creer que de día fuera tan agitado. Don Matías también se había levantado.
-No podía seguir durmiendo –Dijo Doña Piedad –perdón, te desperté.
-Desde que llegamos no has dormido bien –Dijo Don Matías. Ella suspiró.
-¿Cómo sabes que no he dormido bien? Si ni ruido hago.
-Porque yo tampoco he podido… y te he escuchado… -Dijo Don Matías frotándose los ojos.
-Pido por las niñas, que estén bien; y que pronto volvamos –Contestó Doña Piedad –El tiempo aquí ha parecido harto largo. Lo extraño todo. Don Matías contemplaba el panorama con las manos en las bolsas de su chamarra.
-Si yo también, no te creas. Aunque orita quien sabe como estuviéramos allá.
-Yo ya me hubiera despertado pa’ hacerte’l desayuno –Dijo Doña Piedad.
-No sé cómo te levantabas antes. Ni cuenta me daba; en cambio aquí parece que’l sueño se me hace más ligero.
El alba inundaba tímida la ciudad que regresaba en sí para comenzar un nuevo día. Se oían ecos, nuevos instantes y ruidos de motores. Joaquín y Carmen también ya se habían levantado, prestos, los cuatro fueron a trabajar.
Aquel día en la planta fue diferente. Estaban haciendo las tareas de siempre, pero ubicado en una esquina, un capataz tomaba apuntes. No se inmutaba, de vez en cuando bostezaba y anotaba algo en una libreta. Súbitamente se incorporó y dijo algo, todos detuvieron su trabajo y al mismo tiempo abrió una puerta para que varios policías y algunos hombres más vestidos de civil entraran gritando. El capataz fue con ellos eligiendo a algunos de los trabajadores, quienes eran sometidos a empujones y golpes por los uniformados. Don Matías y Doña Piedad fueron elegidos y junto con otros, separados en un grupo, al principio él se opuso pero le costó que un policía le golpeara en la cara, al instante Doña Piedad trató de detenerle el sangrado con un trapo. Los que no habían sido seleccionados contemplaban sumisos cada acción. Luego, el capataz habló con los policías y los hombres, nadie entendía pero era obvio, estaban siendo deportados; había sido una redada. Desde una rincón el valaco observaba, Don Matías le miró y al instante se quitó sus guantes para arrojárselos. Un policía se percató pensando que haría otra cosa y le amenazó alzando el puño, pero Don Matías alzó los brazos de inmediato. A los seleccionados los formaron en una fila, Don Matías iba al final; ya saliendo todos, desde donde estaba, el valaco alcanzó a pronunciar: <> Subieron a los deportados en varias camionetas y los conducirían de forma necesaria para regresarlos a sus países
* * *
De a poco, de a lento, moría el sol en cada materia de aquellos campos cuando Don Matías y Doña Piedad regresaban. Todo había terminado, tendrían que comenzar de nuevo. La sombra de cada cosa desaparecía, tenues escalas matizaban las piedras, los árboles, los magueyes, y sobre todo; la tierra. Y de todas las tierras que habían encontrado, esa era la que más amaban, de la que se sentían dueños por que la trabajaron y ahora el esfuerzo sería doble o quizá más del doble, parecía aquello una traición. Volvieron casi sin nada, exceptuando algunos dólares y pesos de más habían traído. El atardecer brindábales una bienvenida nostálgica a su hogar, allende el horizonte la luz mortecina daba pinceladas rojizas, violáceas y naranjas. Se cernía en el infinito la primera estrella de la noche próxima.
Los perros los recibieron con ladridos y frotando sus cabezas contra sus piernas. Sentían su regreso pero a lo sumo Don Matías y Doña Piedad se limitaban a quitarlos de su camino. Aún en la entrada seguía la mesa que había sido reemplazada. La casa se encontraba más silenciosa y quieta que nunca, apenas si había la luz necesaria. Doña Piedad suspiró.
-Te dije que esa mesa tenía polillas –Dijo mirando e inspeccionando el resto de los objetos de madera. La plaga se había extendido a todo lo que fuera de ese material; al techo, a las sillas y a las bases de las camas. Era tal la cantidad que los insectos se veían revolotear en el ambiente. Todo lo habían invadido y carcomido las polillas. Y la cruz en la que las palabras “futuro”, “esperanza” y “vida” estaban inscritas, aunque infestada, seguía manteniéndose en pie.

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