domingo, 16 de noviembre de 2008

CAJA DE CERILLOS

....nada especial aqui. Un dia andaba en la calle, con quien iba caminando me dijo: "mira, a la señora que ves ahi barriendo esa parte de la calle (donde había un cruz), se le murieron sus hijos en un accidente"... creo lo clasico; los chavales andaban pedos y se sintieron muy cabrones con la nave.... independiente; los padres no deberian enterrar a sus hijos

CAJA DE CERILLOS
Y en medio de esa tarde hubo un respiro de quietud, en la avenida; los carros dejaron de pasar por un momento. Era domingo, en verdad no había nada de tráfico. Algunas tiendas aledañas estaban cerradas; en otras apenas si se percibía movimiento. El sol daba de lleno en los cristales, el asfalto estaba clareado por los rayos que morían poco a poco en el horizonte. Basura, hojas secas y tantos y tantos aromas distintos eran levantados en todas las direcciones por el cierzo otoñal de aquella tarde.
Pronto, de alguna parte, llegó a una esquina una señora de edad avanzada. Contempló el suelo como si buscara alguna respuesta, cubriéndose del sol con una mano miró hacia la calle. A esa hora no había tráfico, todo era tan silencioso; ni siquiera parecía que todo aquello fuera tan concurrido como en otros días. El viento tiró la escoba y un ramo de flores en un bote que la señora llevaba, pronta, levantó todo. Suspiró, pensó en aquel día tan terrible y que siempre llegaba a su memoria.
Cerca se encontraba un poste, o lo que quedaba de él, doblado y hecho una chatarra metálica que aún permanecía fija al suelo. ¿Por qué el gobierno no lo habría quitado y repuesto por uno nuevo? ¿Por qué seguía ahí sin servir para nada excepto estorbar? Era una señal inequívoca de todo lo que pasó ese día fue cierto, hasta que lo cambiaran no dejaría de ser el inexpugnable testigo que recordara todo el horror sucedido.
La señora tomó la escoba y comenzó a barrer esa esquina, aunque lenta, una paciencia inagotable hacía que dejara limpia cada grieta y borde. Agrupaba toda la basura en un lugar para después echarla toda en una bolsa. Se agachó y con un trapo que traía, limpió minuciosamente una pequeña cruz de hierro que había allí. Estaba oxidada, como si ya hubieran sido años los que llevara. De igual forma, una pequeña caja de forja cubierta con vidrios albergaba los restos nimios de una veladora consumida. La señora la limpió por dentro y fuera, sacando el polvo acumulado y colocando en su interior una nueva vela.
Pensó que en unos meses más convendría cambiar la caja y la cruz. De pronto alguien se le acercó; era un señor de más o menos la misma edad.
-Señora, buenas tardes –Dijo él.
-Don José, buenas tardes, ¿Cómo está usted? –Contestó ella.
-Pues aquí señora, tomando el fresco; aunque ya es algo tarde. Es mejor irnos a descansar –Dijo el señor.
-Si, creo que si. Solo vine a arreglar esto –Dijo la señora mirando los objetos que habían en el suelo. Suspiró. El señor pareció incomodarse un poco, solo asintió. No supo que decir.

…ya hoy son seis meses. Ha pasado el tiempo tan lento –Comentó la señora.
-Oh. ¿que le puedo decir?, la acompaño en su dolor. Yo ni siquiera tuve hijos –Dijo el señor.
-Está bien, no se apure. Es poco, pero se me ha hecho eterno. De los dos; el más grande ya se hubiera graduado de la universidad y sería doctor. El chico quería estudiar literatura. Ahora ellos y mi marido me esperan. Aún pienso mucho y a veces he creído que todo fue mi culpa.
-No se apure señora. Si de algo sirve estamos platicando de ello y usted se está desahogando. Ya sabe como son los adolescentes, lo veo con mi hermana. Ella se procura darles la mejor educación a sus hijos y todo eso… para que salgan con el alcohol y esas cosas que como las anuncian en todos lados. Algo le está pasando a esta sociedad.
La señora se contuvo de soltar las primeras lágrimas.
-Si, si. Gracias. Todo fue tan repentino cuando aquella madrugada me hablaron: El carro estaba totalmente destruido y los forenses ya tenían los cuerpos. Los siguientes días estuve arreglando papeles en la funeraria y no me acuerdo que otros trámites. Como un mes y medio después vine aquí a poner esta pequeña ofrenda…
-Si, era de esperarse con todo eso –Dijo el señor.
La señora se arrodilló para guardar toda la basura que había juntado en una bolsa. Buscó en sus cosas los cerillos para prender la nueva vela que había colocado dentro de la caja, pero los había olvidado. Se incorporó.
-Bueno, creo que hoy se me olvidaron los cerillos –Dijo.
-No se preocupe señora. Ahora iba a la tienda, si quiere le traigo una cajita.
-Por favor. Cuando regrese se la pago.
-No, ¿Cómo cree?, ¿Qué son algunos centavos? Ahora la traigo –Dijo el señor al tiempo en que doblaba esa misma esquina hacia otra dirección.
-Muchas gracias otra vez –Dijo la señora.

El sol casi se ocultaba. Apenas algunos rayos mortecinos proyectábanse en los alrededores. El atardecer cedía sus dominios a la primera estrella de la noche. De pronto, en un resquicio de luz, algo tirado llamó la atención de la señora. Era un pedazo pequeño de cristal. Lo levantó y examinó. Se preguntó si aquel cristalillo opaco era lo que quedaba del accidente que tanto recordaba desde entonces.

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