Camaradas; os presento este pequeño texto, se titula "El sitio".
Dedicado en memoria de la chica oso (aura); quien por ella tuve la idea de divulgar mi creación (es la primera vez que internet me sirve de algo mas que solo pendejear o buscar la tarea)
Y también dedicado para mi compa Alex; quien también se ha interesado por lo que hago. Grax
Hace tiempo que estamos en estado de sitio, nadie se imaginó que con esas pequeñas escaramuzas iniciales en los linderos de nuestra fortaleza nos viéramos obligados a refugiarnos hacia el interior. Ha sido una lucha apasionada y encarnizada, cualquiera de las dos partes que baje la guardia primero, morirá sin duda.
Aquí estamos bien protegidos, tenemos todo lo imprescindible y más. Hemos podido resistir todos los furiosos embates de nuestro implacable enemigo, pero a que él tampoco se imaginaba que nosotros opondríamos tanta resistencia.
Nuestra fortaleza es casi impenetrable, su efectividad radica en que estamos muy bien distribuidos, cada quien conoce a la perfección su posición. Todos son valientes y perseverantes, las veinticuatro horas del día se vive con el dedo índice sobre el gatillo del arma; atentos al menor movimiento se dispara a aquello que amenace la seguridad interior.
Los muros son sólidos, hechos de las mejores y más macizas rocas graníticas que uno pudiese imaginar, son tan altas como las de Troya y los vigilantes tienen sagacidad de aves de caza. En cualquier momento se puede escuchar el tableteo de una o más ametralladoras abriendo fuego sobre algo que pretendía entrar por la puerta principal. Arriba, sobre los muros más y más de nosotros custodian, cada determinado tiempo son reemplazados para el descanso por más y más de nosotros.
Por la noche, la seguridad y las guardias aumentan, se podría decir que más del sesenta por ciento está custodiando; y, ojalá nunca se necesite, si se llega presentar una emergencia que necesite del total de tropas, una alarma suena y todos, absolutamente todos, salimos a ocupar nuestra posición.
El enemigo es fiero, no perdona, no tiene misericordia; podríamos decir incluso, no tiene sentimientos. He visto como acaba con los que no tienen tanta suerte, es en verdad atemorizante; uno puede imaginarse el dolor de esos desafortunados. En mi caso; al tener esas sensaciones, presiono más fuerte el gatillo y me aseguro de que mi blanco no quede con el mínimo signo de vida. Al momento de la batalla se olvida de todo, no se sienten ciertas heridas, apenas si se escuchan las descargas de los rifles y ametralladoras. Los cañones y lanzagranadas no resuenan tanto como en un simple entrenamiento. Se pelea hasta la última carga: no importa si se hace uso después de la bayoneta o la espada corta; como lo dije, el enemigo no perdona, es fiero y no tiene piedad. El tiempo adquiere un significado secundario, solo cuando termina el combate se reflexiona acerca de la duración. No se cree que se peleó tanto, y, mucho menos; como fue que uno sobrevivió. Entonces, solo entonces, realizas de las heridas, ves los dedos ampollados, quizá un hilo de sangre escurriendo sobre el rostro o bien tropiezas con el cuerpo inerme de otro que no tuvo la misma pericia que tú. ¿Qué se puede decir?
Después: lo de siempre, de entre todos los escombros se buscan a los sobrevivientes entre alaridos de propios y enemigos. El ambiente es desolador, la lluvia cae formando ríos intermitentes de sangre entre la desigual topografía del terreno. Las consecuencias de la pelea son arrastradas hacia los cuatro puntos cardinales en forma de alarido, en forma de herida. Cada sobreviviente se aferra a la vida, cuando llegas a auxiliarlos un ligero gesto de alivio se dibuja en sus rostros. Los llevamos a adentro, unos se salvan, y en cuanto pueden, regresan a sus posiciones; otros, parten hacia el desconocido viaje habiendo cumplido su misión en este lugar. El estrés disminuye, en los pasillos de la fortaleza se pueden encontrar hombres tocando algún acorde melancólico en la guitarra, fumando, ayudando a otros, o por lo general; descansando con la cabeza sobre los brazos.
Me gustaría saber en que piensan, supongo que también en lo mismo que yo, ¿cuándo terminará todo esto? En fin, lo más extraño es que a pesar de las cruentas batallas todos saben que unidos y peleando, algún día terminará. Nunca debemos perder la esperanza. Los enemigos esperan a que bajemos los brazos, tienen siempre listas sus armas para destruirnos. Son sanguinarios, impíos, nadie sabe con exactitud que es lo que quieren, ni como son o de donde vienen.
Todo el día es ajetreo, todo el día empuñando las armas, todo el día el rostro bien alzado con la mirada fija. Casi siempre está nublado, llueve y hace frío. Pueden transcurrir tiempo sin que haya mucha actividad y el enemigo se presente.
Pero a veces se abren resquicios en el cielo, y aparece otra vez como tenemos esa idea de él: solamente azul. ¡Más todavía!: he tenido suficiente suerte como para ver algunos bellos atardeceres. El celaje es una pincelada roja, naranja, violeta y rosa, me reconforta y he llegado a sentarme para contemplar anonadado; apoyo mi arma en una pared cercana, como si ya no hubiera necesidad de pelear y contemplo la inmensidad que yace a mi vista. Suspiro. Pienso. Nada es esta tierra por la que peleamos y morimos, nada; sin embargo, el sueño por el que damos la vida todos los días es con el que me despierto siempre: la libertad.
Aquí estamos bien protegidos, tenemos todo lo imprescindible y más. Hemos podido resistir todos los furiosos embates de nuestro implacable enemigo, pero a que él tampoco se imaginaba que nosotros opondríamos tanta resistencia.
Nuestra fortaleza es casi impenetrable, su efectividad radica en que estamos muy bien distribuidos, cada quien conoce a la perfección su posición. Todos son valientes y perseverantes, las veinticuatro horas del día se vive con el dedo índice sobre el gatillo del arma; atentos al menor movimiento se dispara a aquello que amenace la seguridad interior.
Los muros son sólidos, hechos de las mejores y más macizas rocas graníticas que uno pudiese imaginar, son tan altas como las de Troya y los vigilantes tienen sagacidad de aves de caza. En cualquier momento se puede escuchar el tableteo de una o más ametralladoras abriendo fuego sobre algo que pretendía entrar por la puerta principal. Arriba, sobre los muros más y más de nosotros custodian, cada determinado tiempo son reemplazados para el descanso por más y más de nosotros.
Por la noche, la seguridad y las guardias aumentan, se podría decir que más del sesenta por ciento está custodiando; y, ojalá nunca se necesite, si se llega presentar una emergencia que necesite del total de tropas, una alarma suena y todos, absolutamente todos, salimos a ocupar nuestra posición.
El enemigo es fiero, no perdona, no tiene misericordia; podríamos decir incluso, no tiene sentimientos. He visto como acaba con los que no tienen tanta suerte, es en verdad atemorizante; uno puede imaginarse el dolor de esos desafortunados. En mi caso; al tener esas sensaciones, presiono más fuerte el gatillo y me aseguro de que mi blanco no quede con el mínimo signo de vida. Al momento de la batalla se olvida de todo, no se sienten ciertas heridas, apenas si se escuchan las descargas de los rifles y ametralladoras. Los cañones y lanzagranadas no resuenan tanto como en un simple entrenamiento. Se pelea hasta la última carga: no importa si se hace uso después de la bayoneta o la espada corta; como lo dije, el enemigo no perdona, es fiero y no tiene piedad. El tiempo adquiere un significado secundario, solo cuando termina el combate se reflexiona acerca de la duración. No se cree que se peleó tanto, y, mucho menos; como fue que uno sobrevivió. Entonces, solo entonces, realizas de las heridas, ves los dedos ampollados, quizá un hilo de sangre escurriendo sobre el rostro o bien tropiezas con el cuerpo inerme de otro que no tuvo la misma pericia que tú. ¿Qué se puede decir?
Después: lo de siempre, de entre todos los escombros se buscan a los sobrevivientes entre alaridos de propios y enemigos. El ambiente es desolador, la lluvia cae formando ríos intermitentes de sangre entre la desigual topografía del terreno. Las consecuencias de la pelea son arrastradas hacia los cuatro puntos cardinales en forma de alarido, en forma de herida. Cada sobreviviente se aferra a la vida, cuando llegas a auxiliarlos un ligero gesto de alivio se dibuja en sus rostros. Los llevamos a adentro, unos se salvan, y en cuanto pueden, regresan a sus posiciones; otros, parten hacia el desconocido viaje habiendo cumplido su misión en este lugar. El estrés disminuye, en los pasillos de la fortaleza se pueden encontrar hombres tocando algún acorde melancólico en la guitarra, fumando, ayudando a otros, o por lo general; descansando con la cabeza sobre los brazos.
Me gustaría saber en que piensan, supongo que también en lo mismo que yo, ¿cuándo terminará todo esto? En fin, lo más extraño es que a pesar de las cruentas batallas todos saben que unidos y peleando, algún día terminará. Nunca debemos perder la esperanza. Los enemigos esperan a que bajemos los brazos, tienen siempre listas sus armas para destruirnos. Son sanguinarios, impíos, nadie sabe con exactitud que es lo que quieren, ni como son o de donde vienen.
Todo el día es ajetreo, todo el día empuñando las armas, todo el día el rostro bien alzado con la mirada fija. Casi siempre está nublado, llueve y hace frío. Pueden transcurrir tiempo sin que haya mucha actividad y el enemigo se presente.
Pero a veces se abren resquicios en el cielo, y aparece otra vez como tenemos esa idea de él: solamente azul. ¡Más todavía!: he tenido suficiente suerte como para ver algunos bellos atardeceres. El celaje es una pincelada roja, naranja, violeta y rosa, me reconforta y he llegado a sentarme para contemplar anonadado; apoyo mi arma en una pared cercana, como si ya no hubiera necesidad de pelear y contemplo la inmensidad que yace a mi vista. Suspiro. Pienso. Nada es esta tierra por la que peleamos y morimos, nada; sin embargo, el sueño por el que damos la vida todos los días es con el que me despierto siempre: la libertad.
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