sábado, 29 de noviembre de 2008

CORREO

...a ustedes, en su cariñosa y lejana memoria. Gracias.


A decir verdad no sé que estoy haciendo aquí, en esta casa, esta calle; Puebla. Todo sin remedio se ha vuelto rutinario. Parece que los días tienen menos horas; las mañanas son frías, por las tardes, un tórrido sol crea un cansancio súbito que el sueño no repara. El horizonte se vuelve relajado cuando el celaje se pinta de tantas escalas rojizas, violáceas y rosadas. La calma (y también el cansancio) se extiende; la noche se desdobla y las sombras gradualmente se hacen más largas.
Entonces pienso. Aún sabiéndolo voy a revisar el buzón; se cual es el resultado, no hay nada dentro, solo recibos del tiempo que he invertido regresando a los instantes pretéritos. Le pregunto a la araña del fondo si no ha venido el cartero y haya dejado algo tuyo: una carta, una nota, un recuerdo o una explicación. Me dice que no y sin reparo en la interrupción de su aposento metálico (que es mi buzón) sigue a la espera de algún insecto que caiga en su tela. Alzo los hombros y me digo <> Entro a la casa de nuevo. Mirando las paredes parece que llegan a mí todas las memorias nuestras. El día en que nos conocimos, las demasiadas conversaciones prolongadas hasta altas horas de la noche con el silencio nocturno como único testigo. Solo quiero hacerte saber que con todo lo que hay en el camino de nuestras vidas, te recuerdo como una página fundamental en este libro que aún no se termina de escribir. Empiezo a recorrer en mis adentros la casa, luego la calle, después el barrio y al final la ciudad. Tengo en la mente grabados todos los lugares en los que estuvimos, me acuerdo de las pláticas entabladas, de cómo eran y se sentían aquellos días; cada uno de esos sitios inmortalizo, y a veces, de buena gana, vuelvo a reír de todo lo que dijimos. He estado tratando de convencerme de que es verdad, tú ya no estás aquí y yo no sé cuanto más seguiré estando acá. Quizá algún día te vuelvas a acordar, y en el desafortunado caso de que yo ya no esté, no contestaré tu carta; no escucharé la escala de tu voz, no veré tus gestos al escribir cada línea, y ni podré saber cómo te sentías. Incluso la araña se extrañará que ya no revise el buzón; a lo mejor ella también se habrá marchado.
Antes de dormir veo las cartas que solías enviarme, ellas son como fotografías; cada una se ha hecho inmortal, y cual fotografías, puedo ver (o releer) para recomponer mejor los momentos que ya se fueron. Si, esos momentos que creamos y que de alguna forma siguen ocurriendo cuando veo o releo. La pregunta es; ¿dónde estás?, ¿a dónde se fueron esos momentos que teníamos para estar juntos sin motivos?, ¿habremos dejado de entender nuestras vidas como antes lo hacíamos? A veces las personas cambiamos sin saberlo, es más, puede que yo sea el que se alejó; y tú, al igual que yo, igualmente todos los días revises tu buzón esperando saber de mí; que también le preguntes a una araña por el cartero, que también releas lo que escribí. O, en el peor de los casos, te hayas cambiado de casa y todo lo que te envié se quede en tu buzón relegado en la nada, en los años; en el nunca más. Quizá mañana salga otra vez para revisar el buzón y acordarme de ti al tiempo en que cazo atardeceres. Escribir te extraño cobra de repente una intensidad que pocas veces he sentido.

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