Supongo, debo resaltar que este fue un trabajo que me pudieron publicar en una revista de nuestra benemerita jajaj (CHIDO BUAP mayo. # 48 donde salen en la portada unos jovencillos alegres)
LAS LAMPARAS
Hace tanto que los pasillos de este lugar se han vuelto más espaciosos, más lóbregos y más anchos, gracias a tu ausencia que aún no he podido justificar y comprender muy bien.
Ahora, sin tus pasos, hasta ya puedo oír a las ratas entre los muros, las mismas ratas que roen la madera, los cables de las instalaciones, sí, esas mismas, las que se comen migaja a migaja la comida que dejaste la última vez en que cenamos juntos dentro de tantas breves noches.
La mesa se ha cubierto de polvos y otras materias, a veces, en la madrugada, me llego a despertar repentinamente; y una ansiedad de querer limpiarlo todo me embarga. Aún así, al amanecer, nuevas finas películas y cortezas sutiles se han depositado de nuevo sobre todas las cosas; las mías que solían ser tuyas, las tuyas que nunca fueron de nadie, y que de nadie nunca fuiste como ahora no lo soy de ti. Dejo todas las puertas y ventanas abiertas, ¿que para que?, no lo sé, pero las dejo abiertas. Si, es cierto, los mosquitos lo invaden todo, se posan en las paredes, forman miríadas revoltosas en los focos que dan a la calle, en los focos de los cuartos, incluso, en los focos fundidos de la cómoda del lado en que dormías; ¿que le puedo hacer?, quizá algún día regreses, y viendo que todo esté cerrado, asumas que me he cambiado. Por eso lo dejo todo abierto, estando de nuevo los dos nos encargaríamos más rápido de todos los insectos que pululen hasta en la más remota y miserable grieta.
Intento no pensar demasiado en todo lo que ocurrió, algunas veces lo hago tanto que te suelo encontrar en el primer escalón de la escalera, pero sé que no estás ahí, y te ignoro aunque me quede a platicar contigo; en fin, cosas de la soledad, que se yo. Algunos días se van como los días que se van rápido, otros días, como los días que van lento, depende de la estación, de lo que haya hecho y la hora. Camino por los lugares que caminamos juntos, ahí siguen las mismas cosas: el suelo, el aire que me recuerda ciertas cosas de ti, las bancas en que nos sentábamos para decirnos nada; creo que ni siquiera el día cambió demasiado. Las pinturas que solías mirar siguen colgadas. Las de Rembrant y Goya y las de Van Eyck y y Remdios Varo. Casi todo se quedó como lo dejaste, las manecillas de los relojes se detuvieron en el justo momento, los libros abiertos en las mismas páginas o las cartas que no abriste. Solo las lámparas si han cambiado. Están sucias, tu las limpiabas siempre, con tus delicadas manos, manos de paciencia, manos de arena, de ébano, creo que es lo que más extraño, esas manos, tus manos, manos ingenuas y dulces.
Te tomabas el tiempo necesario, a veces fumabas. Tardabas minutos u horas, días, incluso, creo, años. Las limpiabas cuidando que cada detalle de vidrio no quedara sucio, que cada parte del armazón de plata no se percudiera. Lo amaba. Toda la noche se quedaban prendidas, y en cuanto veías que se ensuciaban, nuevamente, con tu paciencia, las volvías a limpiar. Lo amaba. Me encantaba verte, hay cosas que luego hacemos sin saber por que.
Hoy, que ya tiempo ha pasado, he tratado de limpiar las lámparas, pero no me quedan como a ti, tan puras, tan brillantes, de una desnudes fantástica. No he hecho más el intento, no tiene caso. Las estaciones pasan y las lámparas se siguen ensuciando de tierra, de ceniza, de grasa, de nieve, de hojas secas de otoño y de tu ausencia Están manchadas, oscuras, como esta noche en la que medita mi alma sin ti
Ahora, sin tus pasos, hasta ya puedo oír a las ratas entre los muros, las mismas ratas que roen la madera, los cables de las instalaciones, sí, esas mismas, las que se comen migaja a migaja la comida que dejaste la última vez en que cenamos juntos dentro de tantas breves noches.
La mesa se ha cubierto de polvos y otras materias, a veces, en la madrugada, me llego a despertar repentinamente; y una ansiedad de querer limpiarlo todo me embarga. Aún así, al amanecer, nuevas finas películas y cortezas sutiles se han depositado de nuevo sobre todas las cosas; las mías que solían ser tuyas, las tuyas que nunca fueron de nadie, y que de nadie nunca fuiste como ahora no lo soy de ti. Dejo todas las puertas y ventanas abiertas, ¿que para que?, no lo sé, pero las dejo abiertas. Si, es cierto, los mosquitos lo invaden todo, se posan en las paredes, forman miríadas revoltosas en los focos que dan a la calle, en los focos de los cuartos, incluso, en los focos fundidos de la cómoda del lado en que dormías; ¿que le puedo hacer?, quizá algún día regreses, y viendo que todo esté cerrado, asumas que me he cambiado. Por eso lo dejo todo abierto, estando de nuevo los dos nos encargaríamos más rápido de todos los insectos que pululen hasta en la más remota y miserable grieta.
Intento no pensar demasiado en todo lo que ocurrió, algunas veces lo hago tanto que te suelo encontrar en el primer escalón de la escalera, pero sé que no estás ahí, y te ignoro aunque me quede a platicar contigo; en fin, cosas de la soledad, que se yo. Algunos días se van como los días que se van rápido, otros días, como los días que van lento, depende de la estación, de lo que haya hecho y la hora. Camino por los lugares que caminamos juntos, ahí siguen las mismas cosas: el suelo, el aire que me recuerda ciertas cosas de ti, las bancas en que nos sentábamos para decirnos nada; creo que ni siquiera el día cambió demasiado. Las pinturas que solías mirar siguen colgadas. Las de Rembrant y Goya y las de Van Eyck y y Remdios Varo. Casi todo se quedó como lo dejaste, las manecillas de los relojes se detuvieron en el justo momento, los libros abiertos en las mismas páginas o las cartas que no abriste. Solo las lámparas si han cambiado. Están sucias, tu las limpiabas siempre, con tus delicadas manos, manos de paciencia, manos de arena, de ébano, creo que es lo que más extraño, esas manos, tus manos, manos ingenuas y dulces.
Te tomabas el tiempo necesario, a veces fumabas. Tardabas minutos u horas, días, incluso, creo, años. Las limpiabas cuidando que cada detalle de vidrio no quedara sucio, que cada parte del armazón de plata no se percudiera. Lo amaba. Toda la noche se quedaban prendidas, y en cuanto veías que se ensuciaban, nuevamente, con tu paciencia, las volvías a limpiar. Lo amaba. Me encantaba verte, hay cosas que luego hacemos sin saber por que.
Hoy, que ya tiempo ha pasado, he tratado de limpiar las lámparas, pero no me quedan como a ti, tan puras, tan brillantes, de una desnudes fantástica. No he hecho más el intento, no tiene caso. Las estaciones pasan y las lámparas se siguen ensuciando de tierra, de ceniza, de grasa, de nieve, de hojas secas de otoño y de tu ausencia Están manchadas, oscuras, como esta noche en la que medita mi alma sin ti
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