viernes, 19 de diciembre de 2008

CLINICA PROPEDEUTICA DEL AMOR Y LA GRIPA

Y bueno para los que no sepan cual es el trozo de rola que menciono al final; es "Since I've been Loving You" de Led Zeppelin! Noma! La rifan bien chido!.........robert plant y jimmy page eran bien cabrones!


El síndrome del enamoramiento es fácilmente identificable, (si es que uno posee el adecuado sentido clínico) por los siguientes signos y síntomas: el paciente referirá sentir “mariposas” (así es como más comúnmente se define) en el estómago al ver al objeto de su afecto, sensación de sentirse en otro lugar, recurrentes pensamientos a ese objeto afectivo, en veces la mirada perdida, en veces distraído. También referirá (o puede que lo niegue) que en sus ojos aparezca cierto fulgor al momento de solo hablar de aquel ente especial, así como también que las personas del sexo contrario, o del mismo, en su defecto; pierdan todo atributo físico porque en este caso, nada le parece más hermoso que su objeto afectivo. Además, el efecto de ruborizarse las primeras veces, no saber de qué hablar, juego de miradas cómplices, nerviosismo según la capacidad de controlarse del individuo. Para confirmar las sospechas del enamoramiento es preciso hacer una historia clínica adecuada del paciente, a diferencia de las historias clínicas médicas, esta solo requerirá más que nada un interrogatorio y a lo mucho algunos datos de la exploración física. Así entonces podremos hacer un diagnostico, un plan, que aquí no sobra decir, no hay plan específico ni nada; y como en la medicina, nos reservarnos el pronóstico, uno nunca sabe que pueda pasar. Dirían los estudiosos de la clínica propedeutica que tras cansadas horas de estudio nos dan la oportunidad de usar su tecnologia

Pues bien, apresurémonos a decir, un poco de esto unido a otras cosas era lo que padecían Angélica y Daniel. Ella estudiante y el también. Ambos cursaban el común denominador de vivir sus vidas tranquilamente, entre la familia, los amigos, las obligaciones, los vicios y las diversiones. Daniel conoció a Angélica por medio de una amiga, como tantas veces suele ocurrir, en aquel entonces él no intentó nada porque su amiga le había contado que Angélica, y en aquel entonces su pareja, ya llevaban tres años de noviazgo; así que Daniel, digámoslo así, ni se inmutó, solo estaría perdiendo su tiempo, además de no respetar el sagrado mandamiento de no desearás a la mujer de tu prójimo.
Tiempo después, gracias a que las condiciones necesarias ocurrieron, Angélica término con su pareja de aquel entonces y fortuitamente empezó a tratar a Daniel. En ambos fue apareciéndose gradualmente el síndrome del enamoramiento, las primeras veces demostrábanse cierto nerviosismo, no obstante, con el pasar del tiempo la confianza fue aumentando, salían, se conocía, platicaban con sus amigos del progreso que hacían. Ella solo esperaba a que el hiciera la pregunta que sabemos en cualquiera de sus variantes: “¿quisieras salir conmigo?”, “¿quieres ser mi novia?”, o como quiera que sea que le dé la gana. Él por su parte se preguntaba y dudaba de cuándo sería el momento preciso, es decir, si ya o todavía no, a lo mejor Angélica solo le veía como su amigo etc. Ambos se daban señales, él lo notaba de ella y ella de él, ambos dudaban, ambos contenían la respiración al verse, ambos jugaba al juego del amor con sus tantas inespecíficas reglas. Así llegó aquel buen día en el que tanto habían pensado. Daniel hizo su proposición a Angélica, y como suponemos, ella accedió. De este modo vinieron días idílicos, de paseos, pláticas y complicidad. Vinieron las pláticas por teléfono a altas horas de la noche, las citas imprevistas, los “te quiero”, “te extraño”, “me encantas” etc. Sucedió el deseo, los besos, los abrazos, la consecuencia finita e inevitable del amor. Ninguno pensaba en el final, ninguno.

…y aquella antigua parte de la ciudad era testigo del momento extraño que acaecía entre Angélica y Daniel. Fachadas ancestrales, calles de adoquín, la aurea hojarasca del otoño tapizaba el suelo reflejando una tarde que se pintaba de rojo, naranja y violeta. El viento arrastraba las hojas, revoloteaban papeles, basura; algunas puertas y ventanas de establecimientos se azotaban. La luz mortecina iba feneciendo en cada rincón y materia, los rostros de Daniel y Angélica se diluían al ocaso mientras la noche lejana desdoblábase. Acaso una estrella en el horizonte hacía, repentina, su aparición. Estaban sentados en una banca, viendo como unos niños jugaban al tiempo que alguien mayor les decía que se fueran a sus casas por que ya era tarde. Angélica besó las manos de Daniel.
-Oye…¿recuerdas de la beca que te dije que trataría de obtener? –Dijo ella acariciando el rostro de él.
-Si, si recuerdo. ¡¿…qué pasó? ¿La obtuviste?!
-Si, me costó mucho trabajo, pero al final si. Ayer me dijeron, tengo un lugar en alguna universidad de allá. Puede ser en París o Lyon.
Un breve silencio siguió después de lo que dijo Angélica. Su mirada brillaba, pero estaba también impaciente por saber que pensaría Daniel, entre ambos se sentía la nostalgia y la alegría por tal acontecimiento.
-…que bueno, que bueno. Me alegro –Y Daniel besó a Angélica-, algún día serás una gran escritora, ¿te vas a acordar de mí en las dedicatorias de tus libros?.
Angélica sonrió.
-Claro que me acordaré de ti siempre, y claro que te pondré en las dedicatorias de mis libros. No sabes que trabajo me costó, estoy muy feliz y un poco triste a la vez
Se abrazaron, Angélica trataba de contenerse por no empezar a sollozar. Daniel le acariciaba el cabello y la besaba. Se separaron un momento.
-Y bueno, imagino que ya sabes que significa…
Daniel la abrazó nuevamente.
-Si, ya sé, no te preocupes… –Le dijo quedo al oído.
-Ay Daniel, niño, te voy a extrañar mucho, no sé que voy a hacer sin ti allá.
Parecía que Daniel no encontraba las palabras justas y racionales para el momento.
-No sé bien… tal vez conocer franceses. Ambos rieron
-Ya tonto, es en serio, no sé que voy a hacer sin ti allá. Te amo demasiado. Te digo, estoy muy emocionada y confundida a la vez.
-Es normal que te sientas así, lo deseabas, pero quizá no tan súbito. Te lo mereces, en verdad te lo mereces. Lo querías con todas tus fuerzas, era tu sueño y ahora se ha hecho realidad. Vamos…lo has conseguido gracias a tu esfuerzo.
Angélica se soltó llorar. Daniel la abrazó.
-Es que… es que… sabes que te quiero mucho, y también eres una parte importante de mí…te voy a extrañar mucho. No quiero que se acabe… -Decía ella sollozando- no quiero terminar. Daniel también quería llorar.
-Lo sé, lo sé, yo también te voy a extrañar mucho…ya. Yo tampoco quiero terminar
Siguieron así algunos minutos más.
-Vamos, ya es tarde, tengo que irme. Apenas si me dará tiempo de preparar todas mis cosas. Volaré mañana a las once de la noche, casi ni tendré tiempo de dormir. Acompáñame a mi casa –Dijo Angélica secándose las lágrimas.
En el camino una fuerte lluvia los sorprendió. Buscaban un lugar donde refugiarse y acordaron mejor ir al departamento de Daniel que ya estaba cerca, así después Angélica podría ir a su casa cuando terminara aquella tormenta. Entonces corrieron, se olvidaron de aquella parte racional y reían aunque los autos y camiones que pasaban junto a ellos los salpicaran. Demás personas se les quedaban viendo, unos con desconcierto, otros reían cómplices de su alegría. Se abrazaban, se besaban. No había parte de ellos que permaneciera seca, sus ropas se pegaban a sus cuerpos y escurrían. Por fin llegaron al departamento en medio de risas y escándalo. La ciudad era una mezcla inespecífica de colores, sonidos y reflejos asimétricos en el agua.
-¡Ja, ja, ya no aguantabas correr! –Dijo Daniel.
-¡Ay no! ¡de verdad que no! ¡No tengo condición física!
-Aparte los camiones y carros nos mojaban y no nos importaba –Dijo Daniel
-¿Ya ves? Ja ja, por eso te dije que tomáramos un taxi –Dijo Angélica.
-Yo pensé que nos daría tiempo… pero estuvo divertidísimo, ¿no?...aunque bueno… -Calló Daniel
-Bueno, ¿que? –Repuso Angélica
-Te vas a ir… ¿y que tal si te enfermas?
Ambos se callaron, lo habían olvidado en unos instantes de locura. Angélica suspiró.
-Si, tienes razón, pero al menos la gripa me recordará estos momentos tan bonitos junto a ti. Se abrazaron.
-Estás fría y pálida –Dijo él acariciando su rostro.
-Tu también. Y lo besó.
Besos que al principio eran tiernos, dulces, inocentes; besos que fueron subiendo de notas, de creatividad, en intensidad y duración. Besos que recorrieron todas las escalas y estándares y que posteriormente a ellos se unieron las caricias, las respiraciones agitadas y los pulsos conjugados en un solo fin.
-Eres más bonita esta noche –Le dijo Daniel…
Efectivamente, Angélica estaba como tal, como Angélica. No estaba maquillada y se mostraba pura, real, ataviada de sí misma, sin otra cosa que la adornara más que su natural esencia. Prosiguieron el inevitable juego, las inevitables e indecibles caricias, abarcando cada necesaria secuencia del juego que abordaban. Cada uno se entregó al otro, no había más que importara en aquellos efímeros instantes, sus cuerpos ciegos se conocían, el tacto y el deseo los invitaba. Daniel recorrió la columna de Angélica, los besos se fraguaron desde su lozano cuello hasta el remanso que forman el sacro con la última vértebra lumbar. De la catarsis sucedió el deseo, del deseo el ritual, del ritual la conclusión del momento y ese mismo momento se concretaba cuando sus muslos se recibían e indagaban. Y al recibirse e indagarse la existencia no solo los concibió como dos simples formas biológicas; sino como un hombre y una mujer que se amaban de verdad. Rendidos después, se entregaron al sueño.
Daniel despertó apenas dadas las 5 de la mañana, pero cuando lo hizo Angélica ya no estaba a su lado. Se había quedado la ventaba abierta y la lámpara encendida, junto a ella, había un hoja escrita, era la letra de Angélica. Del exterior llegaban los ruidos de una ciudad silenciosa que parecía liberada de tantas emanaciones viciosas gracias al agua. Se respiraba un vago olor a tierra húmeda, el cielo estaba liberado, no había nubes en él y así se aseguraba una diáfana mañana. Cantaba un grillo, las estrellas de la madrugada tiritaban a lo lejos, la luna que reinaba en la concavidad universal era naranja, como si fuera de melón. Daniel tosió, cerró la ventana y durmió lo que quedaba para ir a despedir a Angélica…

La enfermedad de la gripa es fácilmente identificable, cualquiera lo sabe aun sin ser médico. Demos el ejemplo, el paciente un buen día se levanta (bueno, ya no es para tanto un buen día) y se siente extraño. Conforme pasa el día van apareciendo los dolores de cabeza –cefaleas- las mialgias, las artralgias y el malestar general. Hay fiebre, decaimiento del humor, si el caso es grave; dolor de garganta con consiguiente y propia inflamación de las amígdalas. El paciente presentará adinamia, astenia y posiblemente anorexia. Puede que esté irritable. Para confirma las sospechas de la gripa común no es muy necesario ir al médico ni ordenar algún examen especial en algún centro avanzado de análisis médicos. Y si se va al doctor este quizá no haga una extensa historia clínica. Así pues se le recomendará al paciente reposo, ingesta abundante de líquidos, quizá algún antibiótico y analgésico y no más. El pronóstico es favorable, a no ser que se complique el cuadro y evolucione en una afección más agresiva.
Pues bien, apresurémonos a decir que gran parte de esto, por no querer decir que todo, era lo que sentía Daniel. Refería cada signo y síntoma de una gripa clásica. Aún así fue a despedirse de Angélica. Lloraron, se prometieron, besaron y despidieron. Era inevitable el final. Daniel regresó a su departamento, así, abatido por la despedida y por la gripa, se sentó a leer la carta que le había dejado Angélica.
“…mi amor, mi vida
Me costó mucho destapar la pluma para escribirte estas líneas. Me cuesta más tener que escribir estas palabras, que son una parte de nuestra despedida, y es peor también tener que despertarte (y no lo haré) porque te ves tan sereno, tan mío, tan solo tú; jamás olvidaré esta imagen. ¿Sabes?, no pudimos despedirnos mejor, si, simplemente no había otra manera, y si existiera otra, no sería tan real, tan hermosa. Me cuesta mucho creerlo, lo conseguí, en algunas horas estaré en Francia, te recordaré todos los días, y aún más cuando esté viendo como atardece sobre el Sena (¿recuerdas cuantos atardeceres vimos?, creo que perdí la cuenta en 53). Nunca olvidaré los primeros días de cuando nos conocimos, ni las pláticas que teníamos hasta la madrugada, la forma en que mirabas cuando nos encontrábamos, la manera en que me besabas tomándome de la cintura. Está claro, no siempre estaremos en el camino de los que nos rodean, variará el tiempo y la intensidad, ahora nos toca despedirnos, pero te aseguro que erosionaste y dejaste un grato recuerdo en mi memoria, eres, mi vida, un capitulo muy feliz de mi existencia; pero ni modo, hoy toca decir adiós, quizá después volvamos a converger en los caminos.
Cada palabra que pienso, no voy a negártelo, es dolorosa, por que como me gustaría que todo siguiera como hasta ahora, empero, todo tiene que cambiar, lo único que no cambia es el cambio. Siempre tendré un espacio en mi mente y corazón para ti, Daniel, mi novio, mi amigo; simplemente incondicional. Gracias por los momentos que pasamos juntos, por el tiempo en que reparaste en mí, porque estuviste cuando te necesité, cuando había llanto y risa, entre la pena y el goce. Solo sonríe querido, no te pediré que no te sientes mal ni que niegues que esto es difícil para ambos, pero sonríe, como me encantan los agujeros que se te forman cuando lo haces. Te aseguro que con el tiempo que pase nos repondremos y volveremos a los instantes pretéritos sintiendo la dulzura. Hoy tratemos de no sufrir, de ignorar el silencio, de dar la espalda a la soledad que se erige entre nosotros. Nunca es tarde para comenzar una nueva historia, hoy se abre otra senda para ambos. Te quiero. Aurevoire, mon amour.
mi amor, mi vida, recuérdame siempre…
te ama Angélica”

Daniel leyó tembloroso esas líneas, no parecían reales, quería olvidar que eran dirigidas para él. Como le gustaría pensar que nada de aquello había pasado, que él, tal vez en algunas horas más se reuniría con Angélica como en cualquier día normal; pero no, todo estaba sometido a la clara especificidad, al dolor, a la sobria nitidez que la lúcida conciencia nos ofrece en la realidad, sea sofocante, sea gozosa.
Había puesto música, una guitarra chillante y una voz embrujadora y aguda se hacían cómplices del momento. “Said I’ve been crying, my tears they fell like rain. Don’t you hear?!; don’t you hear them falling?!. Don’t you hear?!; don´t you hear them falling?!”
La situación era tal, estaba enfermo de gripa, se sentía abatido; y reflexionó: “tener gripa es como una herida de amor; no te mata, pero tampoco te deja vivir en paz”

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