lunes, 8 de diciembre de 2008

PRINCIPE AZUL

...este era el original que posteriormente seria adaptado para un cortometraje. A traves de todo este tiempo que ha pasado sin que sepamos nada de ambos: un saludo

….. y aquel día él se levantó. Era tarde; no tarde en la mañana a la hora que uno se le ocurriría levantarse, no las diez ni las once; o, en el peor de los casos las doce. No, eran pasadas las seis de la tarde.
Se incorporó frotándose los ojos y tosiendo, chasqueando la lengua percibiendo aún todo lo ingerido el día anterior. De la ventana, la luz mortecina lo perturbó; bostezó y la abrió. Pronto descubrió mejor la esencia de la tarde; un cielo de acuarela en tonos rojizos, naranjas, rosados y violetas. Alguna brisilla entró y le revolvió más el cabello al tiempo en que los olores externos inundaban la pieza de hierbas, de aire y los rumores de una ciudad que se iba entregando poco a poco a la noche.
Suspiró. Se contempló. Tenía la misma ropa del día anterior, había llegado tarde sin saber la hora. Inspeccionó su cuarto; la cama aun conservaba su silueta. Junto, en una mesa, había latas vacías de cerveza, colillas y cajetillas de cigarros. Libros apilados, hojas desordenadas con una caligrafía ilegible. Plumas, lápices y más libros debajo de la misma mesa. Al frente, en otro mueble, algo de ropa amontonada, y más libros y apuntes en hojas esparcidas. En el suelo yacían bolas de papel, cadáveres de insectos y latas aplastadas. Miró su reloj; <>, se dijo.

Abrió el grifo oxidado del lavabo, pronto; un chorro débil de agua corrió sobre la cerámica mohosa y deteriorada. Se lavó la cara. Al salir le pareció que la casa estaba más sola que nunca, y que esa soledad, más que nunca, se hacía más presente. El pasillo estaba iluminado por la tenue luz del atardecer, cada objeto comenzaba a reducir su sombra al paso de la noche. Caminó, y aunque sabiendo que desde hace tiempo no vivía nadie más en esa casa, abrió la puerta del siguiente cuarto. Vio la cama y una colección de muñecas encima de ella. La persiana estaba corrida y permitía que débiles haces de luz brillantes se filtraran. Cerró. Abrió la siguiente puerta, encontró unos muebles desvencijados, cuadros polvorientos y una caja con juguetes. De ella sobresalía una muñeca con vestido azul, su cara denotaba una mirada clara. Salió.
Entró al cuarto posterior. Al abrir, un olor a papel viejo le impregnó las entrañas. Había un sillón y tres grandes libreros, todos y cada uno repleto de volúmenes de distintos tamaños y colores. El polvo los opacaba.
Ordenó algunos tomos que estaban inclinados, levantó y desempolvó los libros que estaban tirados. Se sentó en el sillón y comenzó a revisar que títulos habían allí. Reencontró historias que lo habían cautivado, volvió a ver los lugares en los que había leído esos libros, quizá la banca de algún parque, quizá la madrugada de algún día. El pasado se hacía presente.
Con un movimiento para alcanzar un titulo tiró la pila que se erguía a su izquierda; la caída de esos libros había dejado al descubierto un pequeño librillo de portada descolorida en la que ya no se alcazaba a ver algo. Abrió el volumen, una sonrisa se dibujó en sus labios junto con una mirada cómplice.
Un libro, no importaba el título; era una historia de fantasía, príncipes y dragones, castillos y princesas; espadas y rosas. A su mente llegaron las memorias de aquellas tardes de otoño. Hace tiempo estuvo ahí sentado, con su mejor amiga. Tal vez era un parque a la sombra de un árbol. Leían ese mismo libro, bueno, a decir verdad, no leían el libro; solo repasaba una y otra vez los dibujos del autor.
Él comenzaba a recordarlo todo, el color del día, la voz de ella, nuevamente sintió el libro como lo sintió aquella vez.

-¡Mira! ¡A que yo también podría matar un dragón tan feroz como ese! –dijo él.
-¡Si! Y si yo fuera princesa también me gustaría que me rescataran con un caballo blanco –dijo ella.
-…y mira que armadura tan resistente. La espada de ese príncipe tiene tanto filo que podía matar a mil dragones y salvar a mil princesas más.
Los dos reían y exclamaban.

-¡A lo mejor algún día me voy a casar con un príncipe azul que sea muy guapo! –Dijo ella.
-¡Si! ¡Y yo voy a tener un caballo blanco y una armadura y espada para pelear contra todos los dragones del mundo… -añadió el.
….

El sonrió, cerró el pequeño libro y puso de nuevo los que se habían caído sobre el sillón. Salió del cuarto. Regresó a su cuarto y se percató de que ya había oscurecido. Buscó en su mesa unas hojas y se dispuso a escribir sobre ellas. No llevaba mucho tiempo concentrándose cuando sonó el timbre. << ¿Quién será a estas horas>> Dijo para sí.
Salió del cuarto para abrir.

Al abrir se encontró con ella. Jamás se dejaron de llevar aunque pasaran los años. Él la contempló haciendo un gesto.
Hematoma en el arco ciliar derecho, el labio inferior inflamado y parcialmente abierto. De su nariz escurría un hilo de sangre. Temblaba, luchaba por contener por más tiempo las lágrimas que se revolvían con la sangre. Se echó a sus brazos.

-Todo terminó esta noche. No soportaba más –Dijo ella entre sollozos.
-Ya pasó, calma. Estás conmigo. –Dijo el acariciándole el cabello,-pasa.
Ello entró y se sentó tocándose la frente.
-Llegó borracho y me pegó otra vez. Me escapé.
-Está bien, está bien. Es lo mejor que podías hacer, ahora estás a salvo.
Su acomodó en el hombro de él. Su llanto no era continuo y escandaloso, sino pausado y apenas audible.
-Perdón por molestarte a esta hora –Dijo.
-No te preocupes. Para ti siempre están abiertas estas puertas.
-Tenías razón cuando me dijiste que él no me convenía.
-Ya no importa, eso ya es pasado. Si te hubieras quedado más tiempo tal vez hubiera pasado algo más grave.
-Perdón… nunca te escucho. Fui muy tonta e ingenua. Pensé que era perfecto…pensé que él en verdad me quería… pensé que yo lo quería. Que todo era real y bueno…que sería todo para mí… los príncipes azules no existen.


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