domingo, 21 de diciembre de 2008

LA TRANSFORMACION

....chale. No se que hize que no lo pude poner en el otro....
Cierto día, en el que no tenia nada que hacer, (raro) estaba con un amigo; entonces el me dijo: ¿que harías si un día que me fueras a buscar ves que me he convertido en un chango?
he aquí la elucubracion

A decir verdad, no pretendo que quien tenga estos documentos entre sus manos tenga que creerlos en su totalidad. Solo es una vaga descripción de los hechos que sucedieron hace algún tiempo al distinguido científico G; inseparable amigo mío, compañero de innumerables momentos en distintas etapas de mi vida. Usted es libre de creer lo que le parezca mejor, lo que sea; que soy un lunático, o, de otro modo; que se encuentra ante un caso científico que necesita más explicaciones.
Conocí a G. por que vivía cerca de mi casa (y de alguna forma, aún lo hace); nuestras infancias las vivimos en compañía mutua, cada etapa de la vida de cualquier hombre; los años de escuela e instrucción, eventos sociales, tantos y tantos momentos.
G. realizó sus estudios profesionales en ciencias biomédicas y en no recuerdo que otras ramas de las ciencias naturales. Recibió numerosos reconocimientos por varias investigaciones y adelantos que realizó, viajaba mucho; no había rincón de este mundo que no conociera. Su residencia estaba llena de instrumentos y toda clase de artilugios que él utilizaba para sus trabajos, así como también animales para experimentación. Las veces en que yo le visitaba admiraba con curiosidad cada cosa de la que él disponía, y siempre, al pedirle alguna explicación; contestábame con un sin número de tecnicismos científico que apenas si podía comprender.
En algún día de esos tiempos tuvimos la oportunidad de salir, fuimos a un bar o algo parecido. Fue ahí, con precisión, cuando empecé a notar los cambios más inverosímiles en él. Estábamos charlando, nada importante.
-Entonces, ¿sigues investigando esas cosas de las que me contaste el otro día? –Le pregunté.
-Si, es un problema, parece que en dos meses tendremos que viajar a una selva de Ásia para conseguir ciertas muestras y cosas de ese estilo –Me dijo.
-Ya veo –Contesté mientras llamaba al mesero.
-¿Y dime? ¿Cómo van tus libros? ¿Ya vas a publicar algo? –Me preguntó.
-No todavía no, por ahora solo estoy dando clases. Es una lata, las nuevas generaciones se molestan cada vez menos por aprender; y los editores solo buscan historias que les hagan vender muchos millones, pero en fin, ¿Qué le puedo hacer? –Dije.
-Entiendo, los dos estamos igual de fastidiados; parece que no progresamos, ja, en fin. Salud! –Me dijo él alzando su tarro y dando un gran trago al tiempo que hacía señas para llamar otra vez al mesero.

No recuerdo de que otras cosas estuvimos platicando, pero algo que me sorprendió fue que el mesero que llamó, había regresado con una manzana, mostrándosela a G. sin mucho convencimiento. El ruido del momento hizo que no escuchara bien lo que el mesero le decía, algo de que manzanas era la única fruta que tenían en la cocina; que no habían plátanos. G. hizo una mueca de resignación y se quedó con esa fruta.
El mesero estaba tan sorprendido como yo, ¿a que persona, en su sano juicio, se le ocurría pedir fruta, si, se supone, estábamos en un bar?. El mesero le preguntó si no se le ofrecía otra cosa, G. pidió otra ronda de cervezas para ambos. Esto, en sustancia, es el génesis de todo.

Proseguí mi vida con relativa normalidad, daba clases, iba de editorial en editorial y llegaba tarde a mi casa. Llegué a coincidir con G. numerosas veces y como era nuestra costumbre, platicábamos en la casa de alguno de los dos hasta entrada la madrugada. En cierta ocasión de aquellas, a partir de que sucediera lo de la fruta en el bar, estuvimos en su casa. Ya sabía que el tenía muchos animales para experimentación y equipo de toda clase para sus trabajos; lo sé, su residencia se podía parecer más a un laboratorio que a un hogar común y corriente. Sus criados se dedicaban más a mantener en buen estado todo su material de trabajo que a la casa en sí. Esa vez noté que tenía almacenadas grandes cantidades de fruta, de toda la que uno se pudiera imaginar; manzanas, sandías, uvas, frutos de la temporada, cítricos etc, pero especialmente plátanos. Le pregunté si ahora estaba enrolado en algún proyecto concerniente a frutas o que era lo que estaba haciendo. Esperaba una respuesta abundante en tecnicismos.

-Oh no, solo es que… bueno, como tú sabes, lo natural siempre es mejor que todas esas basuras que venden como “supuesta” comida –Dijo.
Me quedé estupefacto, lo que menos le importaba a él era su salud; y mucho menos, la nutrición. Todo el tiempo lo dedicaba a sus proyectos e investigaciones científicas, a no ser que no fuera nada que tuviera que ver con algún desarrollo en la ingeniería alimenticia, eso era lo que menos le importaba.

-Ah, ya veo, ¿pero que toda esa fruta no se pudre?, es mucha para que la comas tú solo –Le dije.
-Bueno, en realidad no es mucha. También la utilizo para alimentar a los ratones, los conejos y las ratas; lástima que a los perros no les agrade mucho. Aparte, también es para los criados, doña Jovita hace muy buenos jugos de naranja. Don Ramiro ha tenido menos calambres desde que come más plátanos.
-Bueno, al menos es un buen cambio. Creí que nunca entrarías en razón –Dije.
-Pues ya ves que sí, tú también deberías hacerlo, apuesto a que sigues desvelándote leyendo a esos poetas y escritores locos; y de paso sea dicho, escribiendo otra cosa nueva auque digas que no es así.
Lo dicho, dicho está. G. me conocía demasiado bien como para no desconocer mis hábitos; pero en contraparte, yo también lo conocía como para andar creyéndome eso de que ya quería ser saludable teniendo todas esas ingentes cantidades de fruta en su casa. Sabía, en parte, que algo no andaba en total normalidad; al momento no me sugestioné, pero hasta tiempo después no pensé en alguna consecuencia catastrófica.
Aunque no se quiera, la vida siempre se vuelva rutinaria. Y de entre toda mi rutina algunos días se hacían impares. Llegué cierta vez temprano de mi trabajo, pensaba aquella mañana en descansar y después depurar algunas cosas que tenía atrasadas. Al momento de mi arribo, un hombre, conductor de un camión de entregas me preguntó por una dirección; ¡como no iba a conocerla si era la casa de mi amigo G.!, la cosa no acaparó demasiado mi atención, ya sabía que G. acostumbraba a hacer pedidos de equipo científico y esas cosas; es más, para ser honesto, sino eran esa clase de visitas de entrega de bienes, yo era de las pocas personas a las que él recibía. La cosa me pareció un poco extraña cuando de ese camión varios hombres bajaban una jaula con lo que parecía un primate de mediano tamaño. “¿Ahora que estará pasando por su cabeza?”, me pregunté; el solía comprar ratones, ratas, conejos y hasta perros; pero, un chango me parecía exagerado. “Cosas de científicos locos”. Me respondí. No le di demasiada importancia a la situación y decidí dedicarme mejor a mis asuntos antes de andar haciendo conjeturas. La noche de aquel día terminé algo tarde mis deberes, tanto trabajar me había dejado hambriento y cuando pretendía preparar mi cena me percaté de que no había hecho las compras; me vi en la necesidad de salir a la calle para hacerme de algunas cosas indispensables.
Grande fue mi sorpresa al encontrarme en la tienda a doña Jovita y don Ramiro, servidumbre de la residencia de G.
-¡Joven! ¡Bendita sea la santa providencia por habérnoslo encontrado! ¡Como ha pasado el tiempo! –Dijo doña Jovita quitándose la manta de la cabeza con que se cubría al tiempo que juntaba las manos agradeciendo.
-¡Ah! ¡Buenas noches!... si, ya hacía mucho tiempo –Dije.
-¡Don Ramiro, miré quien está aquí! ¡Es el joven amigo del amo! –Exclamaba la anciana empuñando su rosario.
-Joven, gusto en verlo otra vez; pero díganos, ¿que le ha pasado para tener que salir a estas horas? –Dijo el hombre que ya varios años hacía.
-Oh, no es nada. Solo no hice las compras a tiempo, y pues aquí me ve –Contesté.
-¿En serio joven? ¿Hay algo en lo que le podamos ayudar? El amo se sentiría muy complacido –Dijo doña Jovita.
-En serio no, solo un descuido; pero, mejor díganme ustedes, ¿por que están afuera a estas horas?, ¿ahora que les pidió el loco de G.? Pregunté con un dejo de felicidad; pero ellos no lo tomaron así. El señor dijo algo para así y bajando la vista. La señora imploró a su rosario.
Al ver su reacción insistí.
-Bueno, ¿es que pasa algo con G.? Ya tiene tiempo que no le veo…
-Pos uno le sabe a esas cosas joven. El amo de un tiempo pa’acá ha estado muy raro…algo le está pasando –Me dijo don Ramiro.
-Si joven, es cierto. El amo G. ha estado muy raro, sabrá la virgencita que le pase. Ya sabe usté como es el amo G. con esas cosas de sus trabajos –Me dijo doña Jovita.
-¿Pero que le pasa en verdad? ¿Está enfrascado otra vez en alguna de sus investigaciones o que? Sean un poco más específicos.
-Ya aquí entre nos, bueno fuera; pero doña Jovita y yo presentimos que es otra cosa; usté entiende, hay veces en que el amo G. se pierde en la chamba pero esta vez es más que eso. Ya se compró un chango bien peludo y así, lo cuida demasiado; le da mucha fruta. Hay veces en que se queda haciendo quien sabe que cosas con esa animal… –Dijo don Ramiro.
-Entiendo, me imagino que está a altas horas de la noche trabajando en su laboratorio; ¿verdad?
-Pos si joven, adivinó. En la madrugada se escuchan ruidos re espantosos de ese pobre animal; ya le dije al amo G. que lo deje en paz por el amor de dios –Dijo doña Jovita.
-G. es muy empecinado con su trabajo. Posiblemente esté enfrascado en otra investigación importante; uno de estos días pasaré a verlo y hablaré con el.
-De verdá que le hace mucha falta al amo. Sabrá el chahuistle en que cosas ande metido –Dijo don Ramiro.
-No se alarmen, no debe ser algo grave, conozco a G. –Les dije con un aire de suficiencia.
-Se lo pedimos de corazón. No nos gusta ver al amo así, él nos ha dado tanto; no es para menos –Me dijo Doña Jovita.
No recuerdo que más dijimos, pero me retiré algo ensimismado pensando en que podría ser lo que tendría G. en la cabeza. Hasta me reía de las explicaciones y esquemas científicos que podría darme, en parte, por la preocupación que tenían sus criados.

Me arrepiento que dejara pasar tanto tiempo, me arrepiento. ¿Por qué no fui al día siguiente? ¿Por qué? No lo sabré nunca…
Fui dos semanas después a ver a G. Me recibió la doña Jovita algo afligida. Dijo que haría lo posible para hacer que el amo se apartara un poco del trabajo. Breves instantes después lo consiguió.
-G.! ¡Nada más mírate!, apártate un poco de todas esas cosas –Le dije cuando me recibió. Nos saludamos afectuosamente como siempre. Suspiró.
-Hombre… estoy en un proyecto, mejor que todos los que he tenido. ¡No sabes la importancia que tiene! –Me dijo sobresaltado.
-Lo sé, pero mírate. Parece que no has salido en años –Le dije. Parecía que tenía más barba y bigote de lo que le había visto y sus ropas estaba manchadas y descoloridas.
-¡Es que no tienes la idea de lo que estoy haciendo! Muy pronto la humanidad descifrará los secretos de la genética, de los mecanismos de la replicación celular!...¡ES MAS!...pronto sabremos los secretos de la evolución de nuestra especie, cosas no imaginadas del hommo sampiens, de nuestro código genético y todas las especies… estamos a un paso de descifrar la prehistoria, la historia y llegar a inferir lo que nos depara el futuro! Todo lo que los grandes pensadores se han preguntado desde Aristóteles pasando por Darwin, Einstein hasta llegar a las futuras generaciones.
G. templaba, sus gestos creaban profundos surcos en su rostro.
-Bueno, si tiene que ser importante. Pero la vida no es todo eso, caray, consíguete una novia, o alguna otra cosa que te aleje de todo eso –Le recomendé, jamás lo oí hablar en un tono y forma como aquella-, ¿de que te sirve todo eso?. Lo estás pagando con tu salud. ¿En que cosa estás metido?
G. estaba sofocado, tomó un respiro. Algo le agobiaba.
-Si todo sale bien, pronto todos viviremos eones y eones. Tú tendrás vida para escribir grades obras y estudiar todas aquellas para las que se necesita tiempo.
-Vamos G. ¿Qué te sucede? Demonios, anda, te invito unos tragos.
G. pensó unos momentos, lo vi tan obsesionado que pensé que se negaría.
-¡Eso me parece bien! ¡A brindar anticipadamente por una nueva era que está a punto de acaecer!
Eso iba más allá de lo que yo pensaba de él. ¿Qué más se puede decir?, salimos, ni siquiera se quiso cambiar esas desparpajadas ropas. En el lugar a donde fuimos la gente nos veía preguntándose de que manicomio nos habíamos escapado.
Trataba de evitar en demasía cualquier tema que tuviera que ver con el trabajo, pero él lo retomaba. Nos fuimos y volví a saber más hasta varios días después.
Un día llegué más tarde a mi casa de lo que lo solía hacer cuando encontré a doña Jovita en la entrada de mi casa. Estaba arropada con una manta que le cubría la cabeza y a los matices nocturnos le confería un aspecto de desconfianza. Tenía que ser algo grave para que estuviera ahí parada esperando por mí.
-Joven, perdón que lo moleste. Yo se que ya es tarde, pero algo le pasa al amo –Dijo.
-Entiendo, no se preocupe; pase por favor.
Adentro, a la luz artificial la señora lucía un aspecto de preocupación. Se notaba que había estado en vela.
-Dígame, con confianza, se trata de G.; ¿verdad?
-Si joven, así es. De hecho don Ramiro me dijo que no viniera; que tal vez el amo estuviera demasiado ocupado, pero la verdad es que no me pareció buena idea. Estoy aquí sin que él lo sepa.
-Ajá, entiendo, pero cuénteme, ¿Qué es lo que le pasa a G.?
-Usté joven sabe como es el amo, pero notamos que lo que le pasa ya es algo que no es natural. No se como explicarle; pero el amo parece como enfermo, todo el día y casi toda la noche se la pasa trabajando. Desde su laboratorio se escuchan ruidos horribles. Su aspecto ha cambiado demasiado, se ha jorobado y hasta parece haberse hecho de menos estatura… -Dijo la señora como buscando una respuesta coherente de mí.
-Entonces está pasando algo raro. Mañana mismo por la mañana iré a hablar con él. Ya verá, tranquilícese –Dije.
-Don Ramiro y yo ya hemos intentado, pero el amo no nos hace caso. Es como si no tuviera conciencia de lo que está haciendo. Duerme muy poco, y cuando voy a hacer el aseo a su habitación me he encontrado muchos pelos negros, como si un animal hubiera dormido ahí. Todo su aspecto ha cambiado.
-Ya. En ese caso iré mañana a verlo. Llegaré en la mañana, ¿no sabe a que hora se despierta para trabajar?
-Como a las ocho he oído que se despierta, pero sale de su habitación hasta las nueve; se queda murmurando no se que tanto.
-Está bien. A esa hora iré. ¿No tiene algo más que decirme?
-No joven, el amo está muy cambiado; por favor haga algo. Y bueno, es todo, que el señor nos ayude. Me voy, perdone la molestia.
-No se apure. La acompaño a la puerta. Mañana nos vemos.

Fui a dejar a doña Jovita. Esa noche traté de descansar, pero fue en vano, tuve recurrentes sueños y pesadillas de lo que le podría estar pasando a G. Desperté casi a la hora justa y sin perder tiempo fui directo a la residencia de G.
Estaba descuidado, el jardín tenía el pasto largo y numerosos arbustos entre los cuales habían varias telarañas. La entrada estaba llena de polvo e insectos. Ninguna cortina estaba abierta. Me recibió don Ramiro.
-Pásele pa dentro joven. Doña Jovita está dormida, creo que no pudo dormir en toda la noche. En un momento el joven baja, no le dijimos que usté vendría –Dijo don Ramiro.
-Entiendo, aquí lo esperaré
-Ah, y joven, le digo de una vez que no se vaya a sorprender con el aspecto del amo; en serio ta tan cambiado –Dijo don Ramiro mirando hacia el techo, se oían ruidos provenientes de la habitación de G.
Descendió por las escaleras hasta estar frente a nosotros.
-Amo, el joven amigo suyo ha venido –Le dijo don Ramiro.
G. pareció tardar en reconocerme. Yo estaba anonadado. Doña Jovita no había exagerado en nada de lo que me había contado. ¡G. había cambiado en demasía!. Tenía menos estatura, se había encorvado. Apenas en su rostro quedaban rasgos propios de él. El maxilar inferior parecía habérsele salido hacia delante, sus ojos estaban sumidos al igual que su nariz. Los dientes le habían crecido y sus labios no alcanzaban a cubrirlos. Tenía la barba y el bigote abundantes y engrosados. Emanaba su ser un olor que no era meramente humano.
-¿G.? –Apenas pude decir. Tardó unos segundos en contestarme.
-Si, no parezco yo, ¿verdad? –Dijo con una voz que tampoco tenía, era más grave y presentaba una horrible escala.
-No. Claro que no. Ahora mismo debes salirte de eso que estás haciendo –Dije, en mi no cabía más que la sorpresa.
Tosió.
-No… no puedo, estoy ya muy cerca como para abandonar el proyecto ahora.
-Pero mira tu estado. Debes ver a un doctor de inmediato, estás enfermo de no sé que –Al momento en que dije eso, de su laboratorio se oyó el gemido horrible del primate que había traído.
-Esté sufriendo, pero casi termino todo. Me está costando la salud. Te voy a pedir que te retires por favor. Falta poco para el gran éxito, en algunos días mis criados te avisarán. Su voz no tenía nada de saludable, estaba entrecortada de flemas y secreciones internas.
Apenas si podía creer todo lo que veía, y como si no estuviera ahí; G. erró hacia su laboratorio. Su caminar era desgarbado, sus piernas se veían más cortas a comparación de sus brazos, que aparentaban ser más largos.

Estaba aturdido, sigo sin saber por que no hice algo en ese momento. Salí de su casa diciéndole a don Ramiro que esa misma noche regresaría para ayudar a G. Fui a mi casa, salí y arreglé todos mis asuntos; regresé cuando apenas caía la noche. Aún no comenzaba lo peor.
El no haber dormido la noche anterior hizo que cuando regresara, inmediatamente cayera dormido; eso sí, no faltaron terribles visiones atormentando mi sueño. Jamás pude concebir algún plan adecuado para saber que hacer con G.

A continuación explicaré una situación de la que trataré de omitir los más odiosos e infrahumanos detalles. Si hay algún dios, o algo parecido, que tenga piedad del alma de G., si es que después de lo sucedido le quedó alma.
Desperté a media noche a causa de los timbrazos y portazos que alguien daba en mi puerta. Una fuerte tormenta caía y los rayos iluminaban a don Ramiro exaltado.
-¡Joven! ¡Joven! –Gritaba- Ahora si nos cayó el demonio, algo le pasó al amo. ¡Yo no tengo nada que ver con esto! ¡Solo le estoy avisando! ¡vaya a verlo! Don Ramiro ostentaba una vieja escopeta y una lámpara.
Estaba paralizado. Su solo aspecto me había hecho saber que algo terrible le había pasado a G. Y en medio de la lluvia don Ramiro y yo corrimos hacia la residencia de G.
La luz se había ido, la puerta se había quedado abierta y todo el interior estaba lleno de agua. Bajé titubeando las escaleras que conducían al laboratorio de G. Los rayos iluminaban el frío y húmedo corredor de piedra que antecedía la puerta blindada del laboratorio; que para mi sorpresa, estaba abierta; algo había salido mal.
Adentro había una fina cortina de humo. Todos los aparatos habían estallado. Miasmáticas excreciones estaban regadas en el suelo produciendo purulentos olores hediondos de algo en infinita putrefacción. En una mesa se encontraba convulsionando el primate que había traído G..
Ignoro de donde saque fuerza para escribir lo siguiente. En una esquina, tendido, G., o bueno, lo que quedaba de él; yacía en el suelo. Me sigue siendo imposible describir su anatomía. Los rasgos de un primate y un hombre se habían conjugado en él. Pobre. Era, perdón que lo diga, una terrible y despreciable quimera, parte hombre, parte simio y parte algo más que no me atrevo a relatar. Se convulsionaba emanando fluidos, fue el final. De pronto, y como si supiera que estaba ahí, abrió los ojos y me dirigió una dolorosa mirada. Sabía quien era yo, con una voz rasposa, demoníaca, entrecortada y ultraterreja; si es que a eso que emitió se le puede llamar voz, me dijo:
“Nadie más debe saber de esto. Destruye los reportes. No supe con que jugaba, los genes se confundieron…no se debe intentar la manipulación, la vida es sabia. Me transformo, me muero”

Aún hoy en día, no puedo concebir que aquella cosa me haya hablado. El pánico me invadió, sentía mis adentros infestados de todos aquellos vapores y sustancias mal sanos. Corrí de regreso a mi casa y me encerré… como si no hubiera pasado nada, de súbito, sentí un cansancio extremo y caí dormido; y esta vez soñé todos los horrores que no le deseo a ningún ser humano.

A la mañana siguiente me despertaron ruidos de ambulancias, patrullas y un escándalo en general. La curiosidad hizo que saliera. La gente se horrorizó cuando los del servicio forense sacaron los cadáveres ensangrentados de dos primates. Alguien dijo por ahí que yo era vecino y amigo de G., un oficial se acercó a mí.
-Fue una noche fatal. Todos oyeron el ruido –Me dijo.
-Si, lo fue –Contesté.
-Cuando llegamos, los encontramos muertos. Las primeras teorías dicen que tuvieron una lucha sanguinaria. ¿A quien se le ocurre tener “changos” en su casa, verdad? Que locura. A propósito. ¿Sabe donde está el dueño de los animales? Le espera una gran multa por poseer especies salvajes en un domicilio particular –Dijo el oficial señalando los cadáveres de ambos primates.
-No, no lo sé. Creo que muy lejos –Recuerdo haber contestado al tiempo en que noté que uno de los supuestos “changos” abría la mandíbula diciendo algo y parecía dirigirse hacia mí.









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